Política

Manuel Calderón

«Ahora se va a enterar Rajoy»

Testigo directo. Las llamativas grandes colas escenifican una jornada presentada como la lucha de Cataluña por su libertad

Hubo gente de toda edad y condición. No faltó la tradicional religiosa; tampoco los que se hicieron notar con ikurriñas o esteladas e incluso con la camiseta del Real Madrid
Hubo gente de toda edad y condición. No faltó la tradicional religiosa; tampoco los que se hicieron notar con ikurriñas o esteladas e incluso con la camiseta del Real Madridlarazon

Barcelona - Se lo oigo decir a un joven en la puerta de IES Can Vilumara de L’Hospitalet de Llobregat: «Si hemos esperado trescientos años, vale la pena esperar ahora cuarenta y cinco minutos». Y eso que es joven. Viste una bandera-capa independentista. Tal era el entusiasmo, el convencimiento, el fervor y la emoción. Cuarenta y cinco minutos no es nada si además se hace con gusto y demostración de que el sacrificio es condición necesaria para cualquier construcción patriótica. Y, además, llovió. Y la gente se mojaba. Pero valía la pena mojarse; unos, en recogido silencio; otros, diciendo para quien ponga la oreja:

«Ahora se va a enterar Rajoy». Las colas eran llamativamente largas, como si por sí mismas resumiesen la jornada. Qué más daba ganar por mayoría si ante el mundo Cataluña aparecería como una larga cola de ansiosos ciudadanos a los que no le dejan votar.

En Can Vilumara, una voluntaria sale con una silla y se la ofrece a una mujer con molestias en las piernas. Civismo, incluso hipercivismo. Más allá de la realidad. De vez en cuando, conviene no olvidar que es un simulacro de consulta tolerada. Se corre la voz de que en otro Instituto de L’Hospitalet, el IES Pedraforca, al final no se ha abierto porque el director se ha «rajado», esa es la expresión utilizada. «¿Lo han cerrado los Mossos?», pregunta alguien. «No, el director se ha rajado». Los votantes convocados en esas mesas se trasladan a otro centro en el mismo barrio y, claro, la cola aumenta considerablemente. No importa, mejor. Quien firma no lo vio porque no podía entrar en los «locales de participación» –a los que llamaremos colegios electorales para entendernos–, pero la gente aplaudía cuando introducía la papeleta, incluso se atrevían con algún cántico.

Sí que vi a personas mayores secándose las lágrimas como si fuera la primera vez que cumplían con su obligación de electores. «Ya era hora», «primero estamos las personas y luego las leyes», «estamos haciendo historia», «somos un ejemplo de civismo», «¿pero qué mal hacemos votando?», «hemos tirado otro muro de Berlín»... dicen delante de una cámara de televisión. Pasa un coche –no sé si tuneado, pero lo parece– y uno de sus ocupantes grita: «¡No, no!». «No entremos en provocaciones... tendrían que ir a la escuela porque no saben que la doble negación es una afirmación», contesta un hombre sin inmutarse. Efectivamente la doble negación no es posible en el «proceso participativo». Sí, la doble afirmación. Se comenta, lo dice Twitter, que en la Salle Bonanova han tenido que entrar por la puerta trasera porque en la principal han puesto silicona.

Por los relatos reunidos por TV3 podría decirse que los catalanes votan por primera vez después de trescientos años. Decenas de anécdotas con especial inclinación a personas de avanzada edad: el anciano que estuvo en la Batalla del Ebro –no dice el bando–, el enfermo que no quería perderse el momento, otros con problemas de movilidad. Y monjas, como en cualquier jornada electoral. Y los monjes de Poblet, pero «a título personal» (¿cuál si no?). Es lo que la cadena pública catalana denomina «voto emocionado».

Artur Mas cumplió con su obligación en las Escoles Pies y mientras lo hacía, invirtiendo más tiempo de lo admisible –«con lo que nos ha costado llegar hasta aquí», admitió–, animado con algunos irreprimibles gritos de «in-inde-independencia». Gritos y banderas, porque la gente entraba en los colegios electorales con camisetas, bufandas, senyeras y esteladas. De hecho, el «proceso participativo» ha sido planteado como una movilización más parecida a las de las del 11 de septiembre.

Por los datos de participación, el independentismo mantiene movilizado a su electorado. El «proceso soberanista» seguirá pues. En la puerta de la Escola Massana, en la calle Hospital, en el Raval, se ve en la cola algunos velos, pocos. Forman parte del paisaje del barrio y ha sido uno de los objetivos del «proceso»: que se visualice que los «llegados de fuera» ven con simpatía la independencia. En TV3 aparece una mujer musulmana explicando por qué acude a votar y luego dice la periodista, por su cuenta: «Quiere la misma libertad para Cataluña que para el pueblo saharaui».

En la Escuela Oficial de Idiomas, en la Avenida de las Drassanes, en el límite del viejo barrio chino, comentan que los «unionistas» han pedido que intervenga la Fiscalía e impida las votación. «No podrán con nosotros porque queremos ser libres», me dice una mujer entrada en años. «¿Y no lo es señora?», me atrevo a preguntarle. «Y tanto...». En la puerta del Instituto Jaume Balmes, en Pau Claris, un grupo de jóvenes primerizos –se puede votar a partir de los 16 años– se hace un «selfie» con todo el utillaje simbólico. Dentro, delante de las urnas, se ha puesto de moda el «selfie-proceso participativo». Es una jornada festiva, insiste la televisión. Una jornada perfecta. Artur Mas está pletórico, aunque no acaba de aclarar la validez de la consulta. «Me da igual que sea válido o no, lo importante es votar».

En la puerta del Centre Educatiu Sant Felip Neri, en la recoleta plaza del mismo nombre, junto a la Catedral, el eco de los votantes retumba en las viejas paredes de la iglesia mordida por las bombas de la guerra. En la puerta de la escuela, una voluntaria invita a los que salen a firmar en una mesa que se protege de la lluvia bajo los arcos que dan entrada a la plaza para denunciar a España ante la ONU por prohibir los «derechos básicos» de los catalanes. En todos los colegios electorales hay mesas para denunciar a España ante el mundo.

Pobre España. También me invita a mí, pero se lo agradezco encarecidamente. Aprieta la lluvia y se oye decir: «Es como un parto», «el pueblo es el pueblo».

El pueblo insumiso

Pontons se opuso a la votación

Pontons fue ayer noticia por oponerse a la celebración del pseudoreferéndum independentista catalán. Este municipio de la comarca del Alto Ampurdán (Gerona) no permitió urnas ni consulta. La fachada del ayuntamiento, gobernado por el PPC y uno de los cinco municipios catalanes cuyo consistorio no cedió ningún local para el 9-N, apareció con pintadas con simbología independentista. «Es intolerable que en democracia se tengan que sufrir ataques por cumplir la ley», aseguró el alcalde, LLuis Caldentey, mientras que el PPC pidió al resto de partidos que condenen este ataque y no sólo los que les afectan. «Sin vocales, ni listas electorales, ni presidentes de mesa todo esto es de una falta de rigor total», afirmó el primer edil.