Política

Operación Púnica

Así se blindaba Granados

Granados, en un helicóptero en 2008, durante una visita a Valdemorillo
Granados, en un helicóptero en 2008, durante una visita a Valdemorillolarazon

Cautivó a policías, jueces, alcaldes o constructores con los que compartió mesa y mantel

«Utilizó sus cargos en la Comunidad de Madrid y el PP para crear una red de amistades con las que se creyó impune», quien habla es un compañero de Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, que coincidió con Francisco Granados muchos de los años de su etapa como consejero «para todo» y secretario general del PP en Madrid –de 2003 a 2011– junto a Esperanza Aguirre. Su entorno político sigue «noqueado». Su carisma logró cautivar a todo Madrid. También ayudaban las comidas, fiestas, viajes, copas que él mismo organizaba y le convirtieron en consejero más popular. Había «tortas» por sentarse con Granados en la mesa en la cena de Navidad de Sol. Unas cenas que terminaron con la crisis y que Granados resucitó en la conocida como «la fiesta de Paco». Un sarao navideño en el que el consejero convertía la Casa de Postas en una discoteca con cielo de estrellas, barra libre y karaoke en el que él era el rey de los corrillos y la presidenta y el resto de consejeros, desubicados, adelantaban la hora de irse cada año.

Su «estilo» de hacer política es lo que ahora ata los cabos de su ingreso en prisión. Los cargos que ocupó Granados, desde la Alcaldía de Valdemoro (1999-2003) hasta la Consejería de Transportes, Justicia o Interior, fueron la plataforma perfecta para poder trabajarse a personalidades de todos los ámbitos. Policías, abogados, jueces, alcaldes o constructores compartieron mesa, mantel y casi siempre puro y copa con el que además era número dos del PP de Madrid. Se sabía a qué hora se empezaba pero jamás cuando se terminaba.

No se encuentra un alcalde que hable mal de Paco. Estuvo con todos compartiendo paellas, barbacoas, chocolatadas y verbenas con las que se ganó a todos. La primera, a Aguirre que oyó hablar de él cuando logró, junto a los portavoces del PP en Alcorcón y Ciempozuelos, ser el primer alcalde del PP que rompía el llamado «cinturón rojo» del PSOE en el sur de Madrid. De ahí fue escogido en 2003 para presidir la Comisión de Investigación del «Tamayazo». Salvar de aquello a la presidenta, que volvió a ganar las elecciones, le dio un voto de confianza, que para muchos «duró demasiado tiempo».

«Paco nunca hacia las cosas por el bien del Gobierno. Las hacía para su beneficio», explican los que primero cayeron del guindo. Varios consejeros se reconocen víctimas de sus filtraciones a la Prensa; unos «chivatazos» de los que nunca había pruebas y por los que no pudo ser acusado. Sus compañeros, sin embargo, sabían de dónde venían. Ignacio González, por entonces vicepresidente de Aguirre y verdadero número dos, estaba en medio de esos dos mundos. Como «enlace» de los consejeros y hombre de confianza de Aguirre siempre fue el «enemigo» a batir por Granados. Sólo hubo una vez que Aguirre le pilló. Granados se marchó antes de tiempo de un acto porque había quedado a cenar con el subdirector de un periódico. Cometió el error de «fardar» de ello y cuando al día siguiente ese diario publicó el que iba a ser uno de los anuncios más potentes de Aguirre (la reducción de liberados sindicales), se vio desenmascarado.

En el auto del juez Velasco sobre el modus operandi de la trama apunta que «está organizada con perduración temporal y reparto de roles que, sacando provecho de relaciones personales e influencias políticas, ha logrado obtener de manera irregular la adjudicación de contratos». Ése era el papel de Granados. «Paco se jactaba de conocer hasta a los actuales Reyes», confiesan sus compañeros. Su verdadero amigo era Javier López Madrid, conocido de Felipe VI. «Vacilaba de que él había logrado que Javier entrara en el Consejo de Caja Madrid». La relación de los matrimonios López Madrid y Granados le abrió las puertas de círculos a los que nunca habría accedido. Conocida y polémica fue también la comida que compartió con el presidente del TSJM en plena Gürtel. «Granados creyó que sus contactos le salvarían. Que por conocer a policías y jueces iba a estar blindado». Así se explican sus ex compañeros que tuviera cuentas en Suiza «al descubierto»; sin un testaferro. Durante muchos años esta influyente agenda sí que pudo funcionar. Hasta su detención. Pero incluso ese día un Guardia Civil le dio el «chivatazo».

Tenía contactos en todo el mundo. A través de la Agencia Madrileña para la Emigración, Granados creó una red de Casas para madrileños en el extranjero –que acabaron cerrando en 2010– gracias a las cuales viajó a Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Venezuela o México, Alemania o Francia. «Esos viajes comenzaron como consejero de Transportes, cuando apenas llevaba un año en el cargo organizó un viaje al país galo, al que se llevó a gran parte de la oposición», recuerda un miembro del Gobierno de Aguirre. «Era un profesional comprando voluntades. Las primeras, las de la oposición», afirma.

«Su nombre aparecía cada vez que había un follón, pero al final se libraba siempre de todo», recuerdan. De hecho, cuando salieron a la luz los dos casos de espionaje en Madrid, en 2009, él se vio involucrado. Aguirre empezó a caer del guindo. Los seguimientos a políticos del PP como Gallardón, Cobo y Alfredo Prada, meses antes del Congreso de Valencia en el que Aguirre estuvo a punto de medirse cara a cara con Rajoy, salían supuestamente de su Consejería. Sin embargo, llegado el Congreso, Granados, junto a González, dieron la cara por ella. Por ello fueron expulsados de los órganos nacionales del partido. Y no hay nada que Aguirre aprecie más que la fidelidad.

Años más tarde el nombre de Francisco Granados volvió a aparecer en el otro caso de espionaje; el de Ignacio González. Se relacionó a la ex directora de la Agencia Madrileña para la Inmigración de la etapa de Granados y al constructor David Marjaliza, amigo del ex consejero y detenido en la «operación Púnica», con el encargo del espionaje. Dicen sus colaboradores que la presidenta perdió definitivamente la confianza en él cuando varios de los comensales habituales de Paco comenzaron a llamarla preocupados por su estado de salud y por el de su familia. Le llegó que Granados comentaba que estaba «muy cansada» y que no era «la de antes». Aguirre, que había sido intervenida de un cáncer, se enfrentaba a las elecciones de 2011. A la vuelta de éstas ya no le llamó para formar Gobierno.

La última de las deslealtades llegó antes de los comicios nacionales de noviembre de 2011. Apartado de la Comunidad, al entorno de Aguirre le llegó que Granados estaba buscándose un hueco en las plantas superiores de Génova donde se presentaba como una «víctima de la presidenta y de Nacho –por Ignacio González–». En esa época intentó acercarse a Ana Mato y a Luis de Guindos, pero Aguirre cortó por lo sano. Le llamó a su despacho y lo cesó como secretario general del PP en Madrid, terminando con el único cargo que le quedaba. Quienes la conocen afirma que ella siempre «estuvo cegada». «Aguirre es de filias y fobias, si confía en ti lo hace a ciegas. Y Paco la obnubiló, como a todos».