Opinión

Borrachera de poder

«La tensión en el Consejo de Ministros puede cortarse»

Pedro Sánchez en un acto de partido en Huelva
Pedro Sánchez en un acto de partido en HuelvaPSOE

En nuestro país, los gobiernos caen demolidos. No ha habido un desalojo de La Moncloa sin desconcierto ni amarguras. Y Pedro Sánchez no va a ser una excepción en esto. Basta ver el ahogo de sus guionistas sepultados entre sondeos. El presidente ha ido perdiendo credibilidad a chorros. Su caída en picado como activo del PSOE se palpa en los despachos oficiales. La guardia de corps sanchista fantasea con que el líder será capaz de levantarse, de resurgir de las cenizas como Ave Fénix. Pero se nota que cada día les cuesta más conservar el optimismo, aunque les paguen por poner al mal tiempo buena cara.

En las alturas en las que suelen vivir los mandatarios reinan la adulación y el peloteo. Al jefe se le dice lo que desea oír. Y el eco del ciudadano de a pie está tan lejano que es fácil confundir los deseos con la realidad. Las alarmas no llegan al despacho de mando. Quien, como Pedro Sánchez, es capaz de subirse a un helicóptero Súper Puma del 402 Escuadrón del Ejército del Aire para trasladarse desde Madrid a Azután (Toledo), a una hora en coche desde La Moncloa, para grabarse con mujeres rurales afines al Partido Socialista, hace exhibición de la borrachera de poder que lleva encima. ¿Una anécdota? Tal vez. Pero seguramente define la personalidad del mandamás mejor que sesudos libros sobre el temperamento narcisista.

En este Gabinete nada está ya en su sitio. Fíjense en el show diario, propio de los minutos de la basura, de «Pam», la secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad. Todo un Manifiesto de las circunstancias entre PSOE y Unidas Podemos. Los actuales lodos son los polvos del «Pacto del Abrazo» de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias. En ese momento se fue al garete la tradicional posición de centroizquierda del socialismo para agarrarse a la mano del compañero en un juego del látigo, que según corres te lanza hacia los extremos. Luego sumaría la influencia de ERC y Bildu.

Los despachos monclovitas, salpicados por la corrupción pintada de coca y prostitutas del diputado «Tito Berni», encadenan semanas terribles. Viven en un escenario endemoniado en el que los argumentarios de Ferraz deben ser escritos para defenderse de traspiés ministeriales, chuscos deslices y peleas subidas de tono entre socios. Asuntos, además, que cada vez levantan mayor escándalo social. El culebrón de la reforma de la ley del «solo sí es sí», entre centenares de excarcelaciones y rebajas de penas de agresores sexuales, es otra guinda del pastel intragable.

Comprendo a esos cuadros del Partido Socialista desesperados que ya no ven más salida que echar a Irene Montero y a Ione Belarra del Consejo de Ministros. Claro. Pero para Sánchez esa posibilidad no existe. La titular de Igualdad y su séquito son intocables. «La tensión en la reunión semanal del Gobierno puede cortarse», admiten fuentes del ala socialista. Descartada la voladura del bipartito, las filas del PSOE deben asumir compartir Gabinete con quienes su ocupación es insultarlos. El entorno presidencial suspira por que un batacazo de Podemos el 28-M les lleve a cambiar sus formas.

En fin, si quienes rodean a Sánchez desean engañarse pensando que las urnas van a sacar a los morados de su hábitat, que es la gresca permanente, son libres de hacerlo. Supongo que en Génova instalarán pantallas para ver el serial de la batalla en la izquierda.

Mientras tanto, Alberto Núñez Feijóo sigue pateándose España. El líder del PP dedica el tiempo a estar con la gente. En esto tiene ventaja sobre un presidente que no puede pisar la calle, salvo que los suyos se la llenen de figurantes salidos de la cantera socialista. El líder popular parece empeñado en borrar el mantra de que lo que verdaderamente desgasta no es el poder, sino la oposición. «Feijóo tiene de los nervios a Sánchez», confiesa un barón socialista. El fin de ciclo ya no lo disimulan importantes rostros.