
Méritos e infamias
Corrupción y honestidad: un oxímoron en el PSOE
En el Gobierno no admiten que la Audiencia Provincial de Sevilla lleve a Europa la decisión del Tribunal Constitucional que ordenó nuevas sentencias para los condenados por la trama de los ERE

A María Jesús Montero nadie le va a amargar sus fines de semana en Andalucía cuando baja a hacer de líder de los socialistas meridionales para buscar peces en el río revuelto de esta legislatura de trompicones, compadreo y chanchullos a la catalana. Por eso la providencia de la Audiencia Provincial de Sevilla, que le saca los colores al Tribunal Constitucional (TC), le chorrea por el impermeable que se colocó cuando la ascendió Pedro Sánchez a los cielos del Gobierno.
Antes de que llegaran los homenajes a los políticos condenados por la trama de los ERE, que el TC libró pese a las sentencias dictadas contra ellos, todos en el PSOE querían pasar aquella página negra de corrupción probada. No existían, como ahora, sus delitos. Ostracismo y vergüenza ajena, pues hasta la propia Susana Díaz lamentaba su relación con los gobiernos de Manuel Chaves y José Antonio Griñán, de los que también formaba parte la propia Montero como consejera. Cuando el TC devolvió la pelota al tribunal provincial volvieron los reconocimientos, aplausos y hasta premios para resucitar el viejo socialismo andaluz de las cenizas en las que lo dejó Juan Espadas.
Sin embargo, lo que la Audiencia Provincial destaca es la “corrupción política” y la ausencia de “manejo honesto” del dinero de la Junta de Andalucía entre los años 2002 y 2009. Si unen las dos palabras, corrupción y honestidad, les sale un oxímoron precioso que describe cómo funcionó la Administración andaluza durante la etapa dorada de las vacas gordas cuando nadie le tosía al PSOE electoralmente y se repartían “generosamente” los casi 700 millones de euros del caso de los ERE entre afines y partidarios, por supuesto. Bonita coincidencia, la de dar dinero y agarrarse el poder, que no le pone la cara colorada a la vicepresidenta mientras negocia con el señor del Waterloo la gobernabilidad de España, ni cuando el foco de la mayor trama de corrupción se posa en Europa y se lo cuentan en el Congreso. Todo lo más pierde la voz, se marca un Pepe Isbert en el escaño y nada más.
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