
EL ANÁLISIS
Los determinismos
Si Sánchez lleva los Presupuestos al Congreso, se visualizará que el Gobierno ya no goza de los apoyos que tenía y que las mayorías han cambiado desde las últimas elecciones

Es un error muy humano confundir el determinismo con la predestinación. El determinismo biológico y social nos constriñe desde que nacemos, por supuesto; pero eso no significa que no nos quede margen de elección. Cierto es que, laminados entre los determinismos y el azar, los seres humanos tenemos menos margen de maniobra del que imaginamos, pero margen tenemos, al fin y al cabo.
Por eso, los determinismos de la geopolítica no pueden servir de excusa para saltarse todas las garantías democráticas de un país, aquellas que construimos hace tiempo con el espíritu de que fuera la población quien libremente escogiera el rumbo que queríamos darle a nuestra sociedad. Cualquier cambio presupuestario de calado en la política armamentística de nuestra nación puede discutirse en un sentido u otro, pero lo que está claro es que quienes deben justipreciarlo, aprobarlo o rechazarlo, son nuestros representantes políticos libremente elegidos.
El sistema de representación política que escogimos en España, cuando construimos nuestra democracia en el siglo pasado, no fue presidencialista. Cuando vamos a votar en España lo que hacemos no es elegir a una persona, sino que escogemos la conformación de un parlamento con nuestros representantes, los cuales se encargan de nombrar a tal o cual presidente, previo acuerdo de la mayoría de ellos. Ese sistema fue escogido precisamente para limitar los personalismos y las ocurrencias individuales.
Mutar ese sistema hacia uno presidencialista, a base de trampas, usando interpretaciones forzadas y discutibles de los reglamentos, es torcer la recta intención de los españoles y de las generaciones anteriores que lucharon por proporcionarnos una democracia normalizada.
La principal tara del presidencialismo es que es puro mesianismo. Ejemplos hay sobrados por todo el mundo de presidentes mesiánicos y sus patéticos resultados en lo que a libertad e igualdad se refiere. A pesar de la idiotez con la que han contribuido a nuestro mundo moderno las redes sociales, la población española sigue teniendo de media bastante sentido común. Entiende los conceptos básicos de la búsqueda de igualdad y libertad, como los sentidos claros de las cosas convenientes o de interés general. Y lo más agradable que tiene el sentido común es que, por su sensatez, es lo más opuesto al mesianismo.
Por todas estas razones, ni Pedro Sánchez, ni un grupo reducido de personas, por muy especialistas que se autonombren, estará nunca capacitado ni tendrá el derecho de arrogarse la potestad de tomar decisiones sobre la manera cómo vamos a gastar el dinero de la política armamentística en las próximas décadas. Esas decisiones presupuestarias deben ser llevadas al Congreso y aprobarse o rechazarse por la mayoría de nuestros representantes.
Ignorar a la representación parlamentaria de la población en los hemiciclos parece ser la corriente que se está poniendo de moda entre los mandatarios mundiales. La consigna es que lo importante es conservar el poder, acceder a él y mantenerse como sea, contando luego las más peregrinas mentiras para justificarse. El objetivo de buscar la equidad, la libertad y la justicia va a la baja entre los mandatarios y se supedita, ante todo, a ostentar el mando.
El gobierno de nuestro país ha decidido apuntarse a esa tendencia y no duda en amnistiar, indultar y exculpar a delincuentes condenados por la justicia con tal de conservar el poder. No duda tampoco en incumplir sus obligaciones constitucionales para intentar seguir manteniéndose en los Ministerios e incluso intenta cortar los posibles caminos de acceso de la justicia a los tribunales europeos para que puedan defendernos o, al menos, pedir explicaciones de sus discutibles prácticas. En el caso de un Trump o un Putin, esas iniciativas van destinadas a conservar el poder y se justifican ante la gente intentando convencerles de que ser poderosos es lo mejor para la nación. En el caso del gobierno socialista, la coartada para conservar el poder, incluso por medios injustos o inmorales, es porque piensan (e intentan convencer a todo el mundo) de que eso será mejor para la libertad, la equidad y la justicia de los españoles. Y no es improbable que lo imaginen fanáticamente.
Pero todas estas distintas iniciativas desesperadas y contradictorias abocan al gobierno a un laberinto en el que cada día está más atrapado. Si hurta el debate de nuestro futuro armamentístico a la población, esta no se lo perdonará nunca, porque los sondeos nos dicen que la mayoría de la gente es reticente a un simple militarismo por las buenas, sin debate. La reputación de los ministros ya está suficientemente achicharrada y su partido pierde cada vez más apoyo en los sondeos como para exponer al resto del gobierno a unos abucheos populares similares a los que sufrió el presidente cuando la DANA de Valencia.
Si hace lo contrario, y lleva la deliberación de unos presupuestos al Congreso, se visualizará que el gobierno ya no goza de los apoyos que tenía y que las mayorías han cambiado desde las últimas elecciones. Con lo cual, la única manera recta y aceptable de proponer un cambio de proyecto tan inesperado –no consultado previamente y de tan largo alcance– sería convocar primero unas elecciones. Pero Sánchez quiere hurtar esa posibilidad al pueblo español porque teme que eso destruya el mito de su predestinado reinado.
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