Barcelona

Don Juan Carlos se sincera con LA RAZÓN

Reproducimos la entrevista que Francisco Marhuenda realizó en enero de 2013 al Rey Don Juan Carlos en la que hacía balance, desde la Jefatura del Estado, del momento de gran preocupación y dolor por la crisis económica y el paro que afectan a nuestro país

Don Juan Carlos posee una gran preparación y experiencia. Cualquiera que lo conozca sabe que es una persona profunda que acumula los conocimientos de estas décadas
Don Juan Carlos posee una gran preparación y experiencia. Cualquiera que lo conozca sabe que es una persona profunda que acumula los conocimientos de estas décadaslarazon

«La Gaceta de Madrid», que se editó entre 1697 y 1934, comenzaba con un parte oficial informando sobre la salud del Rey y el resto de su familia. El ejemplar del cinco de enero de 1900 decía: «SS MM El Rey y la Reina Regente (Q.D.G.) y Augusta Real Familia continúan en esta Corte sin novedad en su importante salud». Don Juan Carlos cumplió en enero 76 años y lo hizo con buena salud tras pasar por el «taller», que es como definió, con el humor que le caracteriza, sus pasos por el quirófano. Su importante salud, tal como lo hubiera recogido antaño «La Gaceta», no presenta ninguna novedad. En el encuentro que tuve con Su Majestad hace un año pude constatar que se recuperó muy bien, al igual que ahora, y, sobre todo, que tiene un estado de ánimo envidiable y una claridad de ideas que es muy necesaria, como lo ha sido siempre, en estos tiempos de crisis que nos ha tocado vivir.

El Rey es una persona de trato muy cordial, que sorprende por su proximidad. Esa afabilidad explica la simpatía que despierta desde su juventud cuando recorría las tierras de España. La mirada muestra un espíritu joven, interesado por todo lo que le rodea y dispuesto a profundizar en aquellos temas que merecen su preocupación o curiosidad. Es muy directo y sin recovecos. A pesar de estar recuperándose de una operación, aguantó con estoicismo y cordialidad la sesión fotográfica. Desde que era joven ha tenido que atender a los fotógrafos y acostumbrarse a ser objeto de la curiosidad. Ni como Príncipe ni ahora como Rey tiene mucho espacio para la intimidad. Don Juan Carlos está en buena forma y una vez más ha superado el último sobresalto en su salud, pero sobre todo se encuentra con energía e ilusión porque hay muchos retos que afrontar.

Las personas que han tratado con Don Juan Carlos siempre lo han definido como un hombre bueno y con una gran calidad humana. Esa empatía borbónica que ha hecho que los miembros de la dinastía sean muy populares. Cuando te acercas al Rey está siempre la lógica barrera de su condición de Jefe de Estado, pero hace muy fácil la conversación. Es imposible no sentir afecto, algo que les ha sucedido a muchos republicanos. Esa empatía es imbatible, pero sobre todo no tiene nada de artificio, sino que es la expresión de una forma de ser a pesar de la timidez y la soledad.

Jesús Pabón y el conde de Fontanar escribían en 1954 a Don Juan sus impresiones sobre el entonces Príncipe de Asturias tras finalizar sus estudios. Pabón le dijo que «la impresión que produce y deja Don Juan Carlos es la de ser, fundamentalmente, bondadoso» y añadía que «el Príncipe es naturalmente tímido», mientras que Fontanar le definía, entre otros adjetivos, como generoso, afectuoso, bondadoso, modesto, desconocedor del rencor y simpático. Han pasado casi sesenta años y es posible suscribir estas afirmaciones. Fontanar decía que trataba a la gente con «sencilla afabilidad». Es una de sus características que siempre sorprende porque no hay ni distanciamiento ni artificiosidad, sino una capacidad de establecer un diálogo en el que el interlocutor se siente cómodo. Cualquier historiador la definiría como una de las personalidades más importantes y decisivas de la Historia de España y, en cambio, es extraordinariamente fácil conversar con él.

El balance de sus 76 años es muy positivo. Incluso las dificultades que había afrontado en ese último año en nada empeñan la extraordinaria contribución a la concordia de los españoles. Había sido un año difícil como Jefe de Estado, como padre y como persona. Es el complejo y apasionante oficio de Rey, donde confluyen muchas y diversas responsabilidades. A pesar de todo no había perdido el humor. Don Juan Carlos tuvo claro que tenía que ser el rey de todos los españoles, como insistía su padre. No había otra opción y es algo que siempre estuvo presente en su actuación. Es un camino que no podía hacer solo, sino que necesitaba el concurso de muchas personas y tejer complicidades que fueron difíciles tanto en sus primeros años de reinado como en el momento en que se convierte en futuro rey. Es normal que esté agradecido a los políticos y a la sociedad española por su ayuda a lo largo de su reinado.

Su mayor preocupación era y es el problema que nos afecta a todos. Es la crisis económica que sufre España desde la posguerra y ha llevado a un nivel de desempleo angustioso. Millones de españoles sufren el dolor del paro y la empatía que caracteriza a Don Juan Carlos explica esas constantes referencias, así como la apelación a tejer nuevos consensos y concordias para avanzar hacia la tan necesaria recuperación económica. Le duele saber que millones de familias no pueden vivir con dignidad por culpa del paro. El Rey sabe que España ha sido y es un gran país que siempre se ha crecido en la adversidad. Hay otros problemas, como la irrupción del independentismo en Cataluña de la mano de una formación como CiU, algo que sorprende teniendo en cuenta una trayectoria que Don Juan Carlos ha vivido en primera persona, pero cuando la formación nacionalista llegue al final del camino verá que no hay nada y, lo que es peor, que ha sido un error. La Constitución de 1978 fue el resultado de un amplio consenso, en el que participó CiU, y nada hacía esperar un giro tan radical. Mientras que Artur Mas se ha equivocado en las formas y en el fondo, hay que reconocer que Iñigo Urkullu ha actuado con más habilidad y ha sabido guardar las formas. Es algo fundamental en una democracia. La Transición fue el triunfo de la reforma y un éxito colectivo que volvió a situar España entre las grandes naciones y regresó al panorama mundial desde una perspectiva positiva. Por ello, son muy preocupantes las políticas rupturistas.

Al igual que sucedió en la Transición, ahora es el momento de recuperar la concordia nacional y la confianza para salir de la crisis porque los políticos tienen que actuar con la misma grandeza que mostraron en aquellos años. Los retos que afronta la sociedad española necesitan del mayor consenso posible, ya que entonces se consiguieron para que la España de hoy sea moderna, democrática y solidaria. Al Rey le duele que tantos jóvenes tengan que abandonar nuestro país para encontrar un trabajo y que el paro sea una lacra terrible que castiga a la generación mejor formada de nuestra historia. Por ello, es necesario recuperar la esperanza y, sobre todo, la confianza en nosotros mismos y en España. Don Juan Carlos ha desarrollado estos años una labor incansable –lo que le ha pasado finalmente factura en su salud aunque ahora esté recuperado– en la proyección internacional de nuestro país. Es un embajador extraordinario, no hay uno mejor, es lo que es, su vocación de servicio a España.

El oficio de rey es tan complicado como difícil. Los años hacen que se perfeccione hasta el punto de convertirse en institución indispensable. No basta con una buena formación, como es el caso de Don Juan Carlos y Don Felipe, sino que es precisa una permanente dedicación. Un Rey no es a tiempo parcial o unos meses al año, sino que es la expresión de una vocación de servicio que se inculca desde el nacimiento. Por ello, el mejor maestro para el Príncipe es su propio padre. Don Felipe es el heredero de la Corona mejor preparado, no sólo de nuestra historia sino de cualquier otra monarquía, pero la proximidad con su padre es, sin duda, una oportunidad excepcional para completar esa formación.

No hay que olvidar que la Monarquía tiene en nuestros días una vertiente tan personal como compleja. Lo que sucede en Gran Bretaña con una reina longeva, como fue su madre, y la polémica sobre si le tendrá que suceder el príncipe Carlos o su hijo Guillermo refleja fielmente el enorme prestigio que tiene Isabel II. La gran obra de Don Juan Carlos fue la Transición. No sólo la inspiró, sino que fue el motor para conseguir, con el apoyo de políticos y de la sociedad, que fuera un éxito.

El futuro de la Monarquía pasa por lograr su aceptación entre los jóvenes. No es fácil porque nunca se ha hecho una labor en las escuelas para explicar la institución. Es bueno que se rompan determinados tópicos y que se conozca en profundidad la decisiva aportación de Don Juan Carlos a la España democrática. Hay que dar a conocer no sólo los aspectos simbólicos y formales, sino también que es una institución muy eficaz para la proyección internacional de España, las ventajas de esa continuidad y un coste mucho más bajo que la presidencia de una república.

A Don Juan Carlos nunca le ha molestado el término juancarlismo, que se ha utilizado para expresar una adhesión personal que refleja el respeto y la admiración por su obra. Es cierto que tiene que evolucionar y que Don Felipe tiene las condiciones necesarias para ser un sucesor perfecto. La unión con su padre y la posibilidad de aprender todavía de él, algo que siempre ha buscado el Príncipe de Asturias, son el mejor aval para que afronte el futuro. El oficio de rey es vitalicio, pero también condicionado a la salud del soberano. Es cierto que se ha especulado mucho con ello, pero la realidad es que Don Juan Carlos ha esperado a recuperarse para ceder a su hijo las responsabilidades de la Jefatura del Estado.

En este momento sus condiciones son muy buenas, pero un hombre que ha dedicado su vida al servicio de España sabe perfectamente, sin necesidad de que nadie se lo tenga que decir, que llegado el momento de tomar la decisión lo hace sin que le tiemble el pulso. Lo hace, además, con la tranquilidad de que tiene un sucesor que está a la altura de las circunstancias.

La vida de Don Juan Carlos nunca ha sido fácil. Es algo que mucha gente no sabe, porque sólo conocen al rey de España. Ni siquiera pudo nacer en su país, que se desangraba en una cruenta guerra civil. La soledad le ha acompañado a lo largo de su vida. Nació prematuramente en el Hospital Anglo-Americano de Roma, con un mes de adelanto. Lo hacía en el seno de una familia real en el exilio que estaba sometida a un futuro muy incierto. Don Juan había asumido la condición de príncipe de Asturias tras las renuncias de sus hermanos Don Alfonso y Don Jaime, tuvo que abandonar su vocación como oficial en la marina británica. El recién nacido infante Don Juan, – le llamarían siempre Juanito durante su infancia y juventud–, tendría que asumir en seguida la condición de príncipe de Asturias de facto al abdicar Alfonso XIII a favor de Don Juan que utilizaría siempre el título de soberanía de conde de Barcelona y al que los monárquicos siempre designarían como Juan III.

Fue un niño prematuramente mayor por obligación y responsabilidad histórica. El destino y su firme voluntad le condujeron a ser Rey, pero hubiera sido muy feliz siendo piloto o marino, las dos vocaciones que le han acompañado a lo largo de su vida. Una vida de sacrificios que al final valieron la pena y que le otorgan el merecido reconocimiento como el mejor rey de nuestra historia. En el recuerdo del Rey están los sacrificios de sus padres, las dificultades económicas, familiares y personales que vivieron durante tantos años. Un tiempo de grandes incertidumbres que marcan y forjan un carácter. Fueron años de austeridad y dificultades económicas que siguieron cuando llegó a España para estudiar. Una realidad muy alejada de la imagen novelesca o cinematográfica de un príncipe. Don Juan Carlos recuerda con gran afecto al marqués de Mondejar, un fiel y leal colaborador que le pagaba de su bolsillo los trajes sin decírselo.

España sería un reino sin rey hasta que Don Juan Carlos asumió en 1975 la Corona tras la muerte del general Franco. Hasta ese momento fueron décadas muy duras y difíciles. Fue un niño acostumbrado a la soledad. Un periodo interno en colegios fuera de España, con cambios de casa hasta que la Familia Real se instaló en Estoril, y las dificultades que tuvo que afrontar Don Juan para defender sus derechos frente a la hostilidad de Franco que lo descartó como rey. Don Juan Carlos era como una pelota de ping pong entre su querido padre y Franco. La compleja relación entre ambos condicionaba su situación personal e incluso si estaba en Madrid o tenía que regresar a Estoril.

La Corona no fue para el Rey un camino de rosas, sino todo lo contrario. Es algo difícil de olvidar. Hasta la decisión personal de elegir el nombre de Juan Carlos es un fiel reflejo de la complejidad que le tocó vivir. No quiso reinar como Juan para no ofender a su padre y la salida natural fue Juan Carlos I. Ni Juan ni Carlos. No hay que olvidar que la extinción de la línea carlista le convertía, también, en el único rey legítimo de acuerdo a nuestra tradición histórica. El conde de Barcelona fue enterrado en el Panteón de Reyes de la Basílica de El Escorial y para su hijo siempre será Juan III. El Rey siempre ha estado muy unido a su padre y a su madre. Es cierto que la relación con Don Juan tuvo momentos tan complejos como lógicos, pero sería un error no entender que cuando tomó la difícil decisión de aceptar que su hijo se educara en España sabía que cada día que pasaba tenía menos posibilidades de ser rey. Al final se produjo la lógica alegría por ver que su hijo asumía la Corona, así como la profunda admiración por la extraordinaria labor que realizó Don Juan Carlos al servicio de España.

Los momentos difíciles son conocidos. El más importante fue cuando Franco convocó a Don Juan Carlos y le preguntó: «Alteza, ¿acepta ser sucesor a Carlos», «Alteza, ¿acepta ser sucesor a título de Rey?». No le quiso dar tiempo para que lo pensara o lo consultara. La responsabilidad se impuso, a pesar del dolor que le producía esa decisión, y aceptó. Durante ocho meses no se hablaron, aunque Don Juan siempre lo asumió moralmente, ya que sabía que no existía otra salida, aunque rechazara esta opción de facto. Un padre es capaz de cualquier sacrificio por su hijo y por España. Don Juan dio cumplidas muestras a lo largo de su vida de que estaba dispuesto a cualquier sacrificio por cumplir con su deber. A partir de ese momento, Don Juan Carlos siempre recuerda que no tuvo mejor aliado y consejero que su padre. El papel de Doña María en la vida del Rey ha sido fundamental. La historia impidió que tuviéramos una gran reina, pero su labor merece un profundo respeto y admiración. Los dos merecerían un mayor reconocimiento, como le gustaría a su hijo, por sus sacrificios y su voluntad de servicio a España.

Don Juan Carlos vivió un ambiente hostil y difícil desde que llegó a España con diez años. Era un niño que se tenía que alejar prematuramente de sus padres con la expectativa de algún día poder asumir la Corona. No era fácil asumir tantas responsabilidades a tan corta edad. Se iba a educar en un país donde existía hostilidad institucional contra su admirado padre y donde algunos sectores del régimen eran manifiestamente antimonárquicos. Don Juan Carlos recuerda cómo tuvo que defender con los puños el honor de su familia cuando era cadete en la Academia Militar de Zaragoza. Otro aspecto complicado durante aquellos años fue la incertidumbre sobre su futuro. No lo tuvo claro hasta que regresó del viaje de bodas y se instaló en La Zarzuela. En ese momento le resultó evidente que si Franco adoptaba una decisión de estas características es porque se había llegado a un punto de no retorno. La elección del palacio de La Zarzuela era un mensaje claro para la joven pareja. El tiempo jugaba a su favor y la conclusión lógica de ese proceso fue el momento en que Franco le preguntó si aceptaba la sucesión.

No hay que olvidar que Don Juan Carlos era la elección perfecta para ser rey por su edad, preparación y legitimidad histórica, pero también porque no había vivido la Guerra Civil. Don Juan Carlos tuvo que sufrir también la angustia de ver cómo algunos sectores del franquismo utilizaban a su primo Alfonso, hijo de Don Jaime, como posible sucesor. Cansado por esas maniobras e incluso dispuesto a regresar a Estoril, se reunió con Franco y le preguntó directamente. El general lo zanjó con claridad diciéndole: «Alteza, ¿quién manda en España?». Por tanto, nunca hubo otra opción que Don Juan Carlos, aunque algunos quisieran o especularan infructuosamente con otros candidatos. En el entorno de Don Alfonso hubo quien animó esa situación. Estas circunstancias y su prematura muerte imposibilitaron que algún día el Rey le hubiera podido conceder el honor de ser infante de España, algo que sí que hizo con su primo Don Carlos de Borbón-Dos Sicilias.

El Rey fue muy consciente de la desconfianza que existía en otras monarquías europeas porque creían que no podría reinar en libertad y conducir España hacia la democracia. No se esperaba que tuviera capacidad de maniobra y se pudiera imponer en el momento que muriera Franco. No pudo contar con el apoyo de una parte importante de la nobleza. Unos por lealtad a Don Juan y otros porque preferían no comprometerse. Una vez más esa difícil soledad. Un acierto del Rey fue no tener ni corte ni cortesanos. La sociedad española había cambiado y la Monarquía debía adaptarse al signo de los tiempos. La ausencia de una corte impidió que se creara una camarilla o un círculo de aduladores. En cierta ocasión comentó en tono irónico a dos miembros del antiguo Consejo Privado de su padre, refiriéndose a otro consejero que siempre buscaba un gran protagonismo: «¿No podríamos conseguir que fuera menos monárquico?». La fina ironía que ha desplegado en ocasiones o su divertida sinceridad sorprende a sus interlocutores y es un reflejo de esa capacidad empática que le caracteriza.

La formación que recibió durante esos años fue determinante para llevar a buen término la Transición. El paso por las academias militares y su formación universitaria, así como el conocimiento que adquirió de la política durante ese periodo, le permitieron afrontar el reto con éxito. Durante esos años se dedicó a conocer España en profundidad y hacer contactos con las personas que luego le ayudarían en el tránsito de la dictadura a la democracia. Nunca tuvo dudas de que tenía que utilizar sus poderes como jefe del Estado para impulsar un proceso de reforma que condujera a la democracia. En su ánimo siempre estuvo la idea de Don Juan de que tenía que ser el Rey de todos los españoles. No había otra opción. Por ello no quiso quedarse ningún poder salvo el moral e institucional. No hubiera tenido sentido, por ejemplo, que tuviera la capacidad de disolver las Cortes o presidir los consejos de ministros. Hubiera sido un error que no estaba dispuesto a cometer. Cualquier otra opción distinta a la que recoge la Constitución hubiera comprometido el futuro de la Monarquía y le hubiera quitado la fuerza moral que tiene actualmente. Es una capacidad de influir por el prestigio y la credibilidad. Un momento especialmente difícil fue el intento de golpe de Estado del 23-F, una vez más la formación que había recibido, sus firmes convicciones y su experiencia hicieron que pudiera controlarlo e impedir que fracasara la democracia.

Los años de la Transición fueron muy difíciles. De nuevo el término difícil está indisolublemente unido a la figura de Don Juan Carlos. A la complejidad del tránsito de la dictadura a la democracia se añadieron la crisis económica y el terrorismo. Durante años vivió con el sobresalto de los atentados y las muertes. Es un recuerdo muy doloroso. La insatisfacción profunda de que la obra de la Transición parecía inconclusa por culpa del terrorismo. El rostro del Rey ha sido un fiel reflejo del dolor que sufría la sociedad española con tantas muertes sin sentido. Una vida marcada, también, por el profundo dolor por la trágica muerte de su hermano el infante Don Alfonso, al que estaba muy unido, y la pérdida de Don Juan y Doña María. Es cierto que le reconfortó tanto el tenerlos cerca como el respeto que sentían los españoles por los condes de Barcelona.

Durante estos años ha visto cómo desparecían otras personas muy queridas como su abuela la reina Doña Victoria Eugenia, su abuelo Don Carlos de Borbón-Dos Sicilias, Eugenio Vegas Latapié, su profesor José Garrido Casanova, el marqués de Mondéjar o Sabino Fernández Campos. Sufrío al ver como la enfermedad apagó a Adolfo Suárez.

Don Juan Carlos tiene una gran preparación y experiencia. Cualquiera que le conozca sabe que es una persona profunda que acumula los conocimientos de estas décadas primero cómo Príncipe y luego como Rey. Es una atalaya extraordinaria que le ha permitido servir mejor a su país. Ha visitado numerosos países y ha conocido a las personalidades más destacadas del mundo, adquiriendo una experiencia que le ha sido muy útil para ejercer la Jefatura del Estado. Es evidente que 2012 fue un año difícil en todos los campos, pero lo consiguió sortear con acierto incluso a la hora de disculparse. A sus 76 años ha mantenido ese olfato que le permite identificar la mejor salida a cualquier problema.

El oficio de Rey en estos tiempos modernos conlleva la dificultad de no tener intimidad. La Zarzuela no es sólo su vivienda –por cierto muy alejada de las dimensiones de los palacios donde viven otros soberanos–, sino que es también un complejo de oficinas donde se encuentra la Jefatura del Estado. No es fácil tener intimidad rodeado de gente. Don Juan Carlos es también marido, padre y abuelo, así como cabeza de una Familia Real que durante siglos ha sido protagonista de la Historia de España. Desde hace cincuenta años tiene a su lado a Doña Sofía, que ha desempeñado con acierto el difícil papel de Princesa y luego de Reina. Lo ha hecho en momentos muy complejos. Es cierto que las generaciones más jóvenes sólo conocen a Don Juan Carlos y Doña Sofía por su condición de Reyes, pero sería un gran acierto que conocieran con mayor profundidad su extraordinaria contribución.