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Sevilla

El examen es la oposición

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Cuando Adolfo Suárez fue a Cuba hace casi cuarenta años Fidel Castro no tenía quien lo visitara. Dentro de las democracias occidentales sólo nuestro presidente y Olof Palme aparecieron por allí. El español tuvo un buen recibimiento aunque dosificado y orquestado, el propio Castro dijo que se echaría el resto con el Rey Juan Carlos. Fue en ese desplazamiento cuando Castro, que se coló en la rueda de prensa de Suárez en la que no estaba programado, dejó patidifusos a los periodistas españoles cuando inopinadamente explicó que el pueblo cubano y él mismo no podían olvidar la gallarda actitud del anterior Jefe del Estado español que había plantado cara a Estados Unidos en el tema de Cuba. El piropo a Franco –yo estaba allí detrás del Comandante– pasmó a los periodistas. Suárez lo invitó a venir a España pero no fijó fecha. Otro tanto hizo Felipe González años más tarde cuando fue a Cuba. La reiteró sin fecha. Firmó un convenio de indemnización por los bienes expropiados a los españoles; aquí lo atacaron por las modestas compensaciones económicas, pero era el más sustancial concedido por Cuba hasta la fecha. González consiguió la libertad de varios presos políticos, alguno también le habían dado a Suárez, pero el sevillano regresó convencido de que el astuto Castro era incorregible en el sentido de que nunca haría una verdadera apertura.

No se equivocaba. Los tímidos y escasos pasos liberalizadores han venido con el hermano. Ahora es bastante más fácil salir de la isla y se ha abierto la mano para determinados oficios. Cuba continúa pasando estrecheces y vive en cierta medida de la ayuda externa y con un sistema curioso, que la izquierda europea no encuentra chocante, por el cual el Gobierno de La Habana percibe en dólares o petróleo una parte importante de los sueldos que debían ir a los médicos o enfermeras y que estos pierden. Pedro Sánchez hace bien en ir a Cuba. El régimen no será homologable, pero ¿cuántos visitamos que no lo son? Cuba es país iberoamericano, especial para nosotros, quizás no haya tierra en el mundo en que se nos aprecie más, hay inversiones y comercio no despreciables y más de 140.000 cubanos, al amparo de la ley de los abuelos que aprobó Zapatero, tienen el pasaporte español aunque no hayan nacido ni estado nunca aquí y no sepan decir si Granada está en Cataluña, si la Sagrada Familia en Sevilla o si la paella es valenciana o andaluza. La norma, muy generosa, produjo más de una situación hilarante en Estados Unidos con personas que tenían un abuelo español pero que ni entendían nuestra lengua ni situaban nuestro país en un mapa europeo. Una señora aspirante me increpó porque yo contestaba a sus cartas en español.

No hay que darle vueltas a lo que sacará el doctor Sánchez de Cuba, aunque no será demasiado. Pensar que pueda, como planeaba infantilmente Zapatero, impulsar la democratización del país es de ilusos. Él pensará que hace titulares, a su gente le apasionan, y le da aire de estadista, lo que debe entusiasmarle. Raúl y el nuevo presidente quizá le regalen también algún opositor encarcelado. Por otra parte, aunque el papel de Cuba ha bajado en el mundo aún tiene predicamento en ciertos países tercermundistas. Te puede echar una mano en algún tema. Y nosotros a ellos en Europa. La prueba del nueve para un socialista español es si ve a la oposición. No hacerlo sería vergonzoso, a Moratinos los Castro le tomaron el pelo y luego no lo votaron para la FAO. Si Sánchez los evita, ¿con qué desparpajo vestirá el muñeco? ¿Eran respetables los disidentes antes de Sánchez ser presidente y ahora son gusanos? Con la rebelión separatista ha sido así, a la inversa.