Política

El desafío independentista

El falso mesías que aupó Marta Ferrusola

Entra en la historia como el hombre que desafió al Estado, empobreció a Cataluña y fracturó a sus ciudadanos como ningún otro presidente

Artur Mas
Artur Maslarazon

Pasó de ser un joven tímido, calladito y poco brillante, a timonel del secesionismo. Esta transformación se inició una tarde del año 1999. El todopoderoso Jordi Pujol había defenestrado a Miguel Roca y la pugna por la sucesión en Convergència Democràtica era latente. Joaquín Molins y Xavier Trias aspiraban al liderazgo, pero la familia Pujol tenía mucho que decir. Artur Mas Gavarró era hijo de un hombre de fuerte personalidad, Artur Mas Barnet, ligado al entorno pujolista y jefe de una dinastía empresarial textil de Sabadell. Su hijo era economista, se había hecho muy amigo de los retoños del Honorable y, sobre todo, le caía en gracia a Marta Ferrusola, la influyente esposa. Aquel día, el joven Artur fue designado como un delfín de transición, hasta que Oriol Pujol continuara la saga, y el ex presidente le dijo una frase que ahora cobra gran actualidad: «Artur, tú llevarás a Cataluña a la tierra prometida».

Ese instinto mesiánico fue recogido por Artur Mas con las ansias de quien, con mucha menos personalidad, se siente acomplejado ante el jefe y quiere hacer méritos para superarle en protagonismo. Así ha sido. Jaleado por unos, manipulado por otros y tutelado por Esquerra Republicana, la Asamblea Nacional de Cataluña y los movimientos independentistas, Artur Mas entra en la historia como el hombre que desafió al Estado, empobreció a Cataluña y fracturó a sus ciudadanos como ningún otro inquilino de la Generalitat. Si Josep Tarradellas levantara la cabeza se llevaría un pasmo, y aquel «Ja soc aquí» de la Transición quedaría diluido por un político que «se ha inmolado hacia ninguna parte», opinan con tristeza representantes del mundo socioeconómico catalán.

Mucho ha llovido desde que Artur Mas entró en el entramado del poder catalán, a través de su propio padre y de quien fuera director de la Fira de Barcelona, Francesc Sanuy, gran amigo de Jordi Pujol. «Mi hijo es eixerit», le había dicho Mas Barnet a Sanuy, lo que en castellano viene a ser como un chico espabilado y listo. Acababa de licenciarse en Económicas y Empresariales, hablaba cuatro idiomas y era el prototipo de niño bien de Barcelona. Un perfil perfecto para esa burguesía nacionalista en torno a Convergència Democràtica y el clan de los Pujol, donde Ferrusola y sus hijos atesoraban poder y repartían influencias por doquier. El joven Mas entroncó de pleno con ellos y protagonizó una carrera política vertiginosa, desde el Ayuntamiento hasta la Generalitat. «Era el ninot de los recados», afirma con cierta crueldad alguien muy cercano, que bien ha conocido su dependencia de los Pujol.

La cercanía de Mas con la familia viene de lejos, desde que entró a trabajar en la empresa de peletería y curtidos Tipel, propiedad de Lluis Prenafeta, mano derecha de Jordi Pujol en la presidencia de la Generalitat, junto a Maciá Alavedra. Ambos acabaron salpicados por asuntos de corrupción, pero fueron grandes padrinos de Mas ante Pujol y su esposa, Marta Ferrusola. Muy amiga de las mujeres de Prenafeta y Alavedra, en especial de esta última, la pintora Doris Malfeito, recientemente fallecida, le tomó mucha simpatía. «Este chico tiene virtudes», decía la «Dona» a su círculo de amistades sobre Artur, según confiesan ahora algunas de ellas. La relación de Mas y su mujer, Helena Rakosnik, con el clan pujolista iba en aumento.

Tal vez por quitarse esta vitola de encima, o por ser un político débil en manos de otros, Artur Mas decidió un día entrar en la historia y derivar a Cataluña hacia un camino sin retorno. Se rodeó de un núcleo duro, Oriol Pujol, David Madí y Francesc Homs, de los cuales sólo el tercero sigue a su lado. El hijo de Pujol era su delfín natural y Mas, un líder de transición, pero los escándalos de corrupción le apartaron de todo. Madí se dedicó a la empresa privada y únicamente Homs siguió en la Generalitat. A él se le atribuye la escalada soberanista de Mas, su acercamiento con Esquerra Republicana y su distanciamiento, cada vez mayor, con Duran Lleida y Unió, el socio coaligado contrario a la independencia. Tras la impugnación de la consulta, si Mas convoca unas elecciones plebiscitarias, sus caminos pueden separarse definitivamente.

En su delirio soberanista, Mas ha llegado a donde nunca lo hizo ninguno de sus antecesores. «Se ha dejado arrastrar sin remedio», se lamentan dirigentes de CiU, sabedores de las incertidumbres que se avecinan. Obstinado, desoyó el diálogo con Mariano Rajoy, tensó sus relaciones con Duran, dio un portazo al PSC, perdió el tren del progreso y se arrojó en brazos de ERC. «Un legado bien triste», en palabras de algunos veteranos de la federación nacionalista, ahora en sus peores momentos. También hizo oídos sordos a muchos empresarios, juristas y destacados miembros de la sociedad catalana que se lo repetían: «President, por ahí no, cambie ya de socios», le repetían en los últimos días. Todo ha sido inútil.

Desde hace tiempo, sobre todo tras sus últimos encuentros con Mariano Rajoy, sabía perfectamente que el referéndum era ilegal y sería impugnado. Pero se empecinó en el desafío y ha hecho un daño enorme a esa Cataluña a la que tanto invoca amar y servir. «De ser un héroe a títere trasquilado», reconocen incluso algunos convergentes. Por si fuera poco, quedan el escándalo Pujol y la sombra de la corrupción, algo que, muchos piensan, tal vez Mas pretendía tapar con la deriva soberanista. «Decir ahora que toda la culpa es de Madrid no tiene pase», aseguran las mismas fuentes.

Todos coinciden en que, como le dijo un día Jordi Pujol, Artur Mas se ha creído un mesías, conductor de una falsa historia, inexistente, creada por el nacionalismo. «Pero nunca verá la tierra prometida». Esa Cataluña independiente que la Constitución y las leyes le impiden.