Crisis en el Gobierno de Navarra
El pacto de la indecencia
El socialismo se sitúa al borde del precipicio si llega a un acuerdo con Bildu para derrocar a Barcina
En los años de la Transición, dos eminentes navarros, Jesús Aizpún y Jaime Ignacio del Burgo, consolidaron una fuerza política para el Viejo Reyno. Fue entonces cuando afloró la Unión del Pueblo Navarro, cimentada sobre hombres y mujeres defensores de la tradición foral, pero españoles hasta la médula. Tantos años después, desaparecido Aizpún y retirado Jaime Ignacio, un político que colaboró con el PP desde la más absoluta lealtad, conocedor como nadie de las exigencias etarras de anexión al País Vasco, resulta lamentable contemplar el escenario. Y por encima de todo, la actitud de un socialismo a la deriva, al borde del precipicio si, finalmente, consuma su acuerdo con Bildu para arrancar el poder a Yolanda Barcina. Espinoso tema, que puede dar al traste con las expectativas del PSOE ante las elecciones europeas. La pasada semana, en el Congreso, su flamante capitana, Elena Valenciano, pretendió abrir fisuras en el grupo parlamentario popular a costa del aborto. Pinchó en hueso. A pesar de voces internas no conformes del todo con la reforma del ministro Ruiz Gallardón, era impensable el cisma en las filas del PP. Se cumplió la máxima del efecto contrario. Es decir, incluso los más críticos con el anteproyecto, caso de Celia Villalobos, votaron como una piña en contra de la moción de Valenciano. Una cosa es desear la mejora del texto, y otra bien diferente votar su retirada. «No es lo mismo», decía la simpar diputada malagueña por los pasillos de la Cámara.
De manera que, la semana fue para el PSOE movidita y fluctuante. Fracasado el boicoteo del aborto, en Ferraz se llevaron un buen susto con ese tal Roberto Jiménez, a la sazón líder del PSN, que propicia una moción de censura para desalojar a Barcina del Gobierno navarro, con el apoyo de los «abertzales» de Bildu. Muy mal rollo. En un momento en que Rubalcaba termina de pulir su lista europea y Elena Valenciano se perfila como toda una heroína hacia el Parlamento de Estrasburgo. La situación era patética: la número dos del partido aseguraba que con Bildu, a ninguna parte. Pero al mismo tiempo, Jiménez exhibía su clara desobediencia a la dirección federal, mientras Eduardo Madina y Patxi López se mostraban comprensivos. Por su parte, el máximo líder, Alfredo Pérez Rubalcaba, guardaba silencio. Es lo que alguien tan sensato como Ramón Jáuregui atribuye a una pertinaz mala suerte. «Desde Urralburu, pasando por Roldán, en Navarra no levantamos cabeza», comentaba el veterano político vasco días atrás. En efecto, tras aquel famoso grupo de socialistas navarros liderados en el Congreso por Carlos Solchaga, los escándalos de corrupción de Gabriel Urralburu, ex presidente del Gobierno Foral, y Luis Roldán, ex director de la Guardia Civil, atenazaron cualquier posibilidad del socialismo navarro para recuperar el poder. UPN se erigió como auténtica fuerza vertebradora del Viejo Reyno, en colaboración con el PP, hasta que dos episodios lo dieron al traste: la cada vez mayor inflitración de «abertzales», y el imponente escándalo de la Caja de Ahorros de Navarra. Así, los «proetarras» iban penetrando en el tejido político, ante la desidia del PSN y dirigentes de la propia UPN, como Miguel Sanz. Un hombre bajo cuya presidencia se gestaron el auge «abertzale» y el enorme agujero de la CAN, conocido en la tierra de la Ribera como «el pesebre». Como en tantas otras cajas de ahorro politizadas, este entramado se llevó por delante a la entidad financiera, a muchos de sus directivos y al propio Miguel Sanz, que elevó entonces como sucesora a una discreta farmacéutica y alcaldesa de Pamplona: Yolanda Barcina. Mientras, las ikurriñas inundaban las calles, las «ikastolas» los colegios, el voto radical vasco se afianzaba y las esencias foralistas y españolistas se desvanecían. De aquellos polvos, quedan ahora estos espesos y malolientes lodos. En un momento tan delicado de la vida política, cuando en la crisis económica se vislumbra luz al final del túnel, es muy preocupante la actitud del PSOE. La bandera abortista esgrimida por Elena Valenciano para su campaña europea puede verse empeñada por las bazas que guarda Mariano Rajoy. Si finalmente Miguel Arias Cañete o José Manuel García Margallo, auténticos «peso pesados» en Bruselas, acceden a relevantes puestos comunitarios, el discurso será otro. Menos ideología y más economía. Las cifras, el empleo y la recuperación, por encima de la demagogia. Será entonces cuando la euforia que ahora impera en Ferraz sobre las elecciones europeas, comience a rebajarse. A estas alturas, el voto seguro se impone al voto útil. Veteranos dirigentes del PSOE no ocultan su preocupación. Piensan que si el pacto con Bildu se fragua, el daño en el resto de España puede ser de antología. Cuando las aguas en el PSC empiezan a calmarse, bajo la batuta de Pere Navarro, y el discurso de unidad nacional inunda la boca de Susana Díaz, llega el conflicto de Navarra. El desafío de Roberto Jiménez demuestra nuevamente el frágil liderazgo de Rubalcaba. «Aquí no manda», dicen en las filas del PSN sin ningún rubor. Mientras, los dirigentes de Bildu se frotan las manos y ven cómo, sin esfuerzo, deshilachan el Viejo Reyno y copan poder institucional. La bendición de Arnaldo Otegui, desde la cárcel, lo dice todo.
En su magnífico libro «El ocaso de los falsarios», Jaime Ignacio del Burgo diseccionó la sociedad navarra y advertía de los peligros de esa «vasquización» en su histórica tierra. Es triste comprobar que un partido con la E de español en sus siglas contribuya a ello. En Navarra, se ha de investigar la corrupción hasta el final. Pero no lograr el poder «pactando hasta con el diablo», en palabras de algunos diputados socialistas. Aquí se cumple aquello de que, en política, no todo vale. El grano de Navarra es un nuevo cáliz para Rubalcaba. En los últimos tiempos, el PSOE ha dado sonoros bandazos. Pero éste sería el colmo de la incoherencia. Y, según las mismas fuentes, la pérdida de la decencia.
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