División
Gobierno contra Gobierno: el «solo sí es sí» rompe la coalición
Cada socio avanza en solitario, sin compartir decisiones ni la estrategia. Sánchez aísla a Podemos y los morados exacerban las diferencias
Las diferencias en el seno del Gobierno de coalición han sido una constante desde que comenzara su andadura en enero de 2020, pero, a siete meses de que acabe la legislatura, se exhiben sin pudor y con toda su crudeza. El presidente Pedro Sánchez ha asumido como un empeño personal demostrar que la primera experiencia en democracia de un ejecutivo de coalición supone una fórmula exitosa de gobierno. No valora precipitar su final ni propiciar que este sea traumático, porque es consciente de que tendrá que revalidar la ecuación, si dan los números para ello tras las generales, y que visibilizar las carencias del modelo no es el mejor cartel electoral de cara a los votantes en puertas de la doble cita con las urnas. Sin embargo, esta obsesión por «cuidar la coalición» que reivindican en público y en privado tanto desde la parte socialista como desde el sector de Yolanda Díaz, parece no estar interiorizado en el ala de Podemos, que sigue tensando la relación hasta llegar a la voladura de puentes actual.
El Gobierno no se va a romper de cara a la galería, si esto supone escenificar una ruptura pública. Así lo manifiestan todas las partes implicadas, que no valoran este escenario en el corto plazo, aunque en la práctica la ruptura interna es total. Cada parte avanza en solitario, sin compartir las decisiones ni la estrategia. Sin asumir el desgaste que generan en la otra pata de la coalición. El presidente del Gobierno lanzó la semana pasada dos importantes medidas en materia de vivienda: la movilización de 50.000 inmuebles de la Sareb y otros 43.000 más, días después en el Congreso, para alquiler asequible. Unidas Podemos no estaba al tanto de ninguno de estos dos anuncios, invocados en los márgenes de una ley de vivienda en la que también se les restó protagonismo, pese a ser uno de sus principales impulsores.
No es el único episodio de juego sucio. Esta semana, la delegada del Gobierno para la violencia de Género, Victoria Rosell, se manifestaba contra el mismo Ejecutivo del que forma parte, participando en una movilización frente al Ministerio de Justicia por la reforma de la ley del «solo sí es sí». «Es un paso atrás», decía, acusando a los socialistas de una involución en los derechos de la mujer. Ese mismo día, pero en sede parlamentaria, la mano derecha de Yolanda Díaz, Enrique Santiago, defendía desde la tribuna de oradores, en su réplica a la comparecencia de Pedro Sánchez, que la expansión de la OTAN era equiparable la invasión de Ucrania. Estos pronunciamientos se suman a las palabras de la propia vicepresidenta segunda, durante la entrevista en «Lo de Évole» en la Sexta, en la que definió a Marruecos como una dictadura –cuando el presidente lo califica como «país aliado y amigo»– y aseguró que hubiera forzado la dimisión del titular de Interior, Fernando Grande Marlaska, por la tragedia de la valla de Melilla.
El clima dentro del Ejecutivo y los daños autoinfligidos por los partidos que componen la coalición se han convertido en el principal foco de desgaste para el Gobierno. Son su peor enemigo. Tanto es así que dan munición a Alberto Núñez Feijóo que, ante un panorama económico estable, ha hecho del «desgobierno de coalición» su principal argumento de oposición política a Sánchez, presentándose –además– como su salvavidas en la reforma del «solo sí es sí» ante la incomparecencia de sus socios habituales.
El presidente, por su parte, trata de desviar el foco hacia Doñana y tapar agujeros: el del voto joven, a cuenta de la vivienda, y el del voto femenino, tras el fiasco de la ley de Libertad Sexual. Esta, sin duda, ha sido la polémica más lesiva para el Gobierno de coalición y pese a que el presidente se conjuró para aparcar cualquier controversia y alejarla al máximo de las urnas, ésta se ha mantenido viva apenas a un mes de que se celebren las municipales y autonómicas. En el Ejecutivo lamentan que se perciban las discrepancias. «No me gustan las diferencias dentro del Gobierno», dice una ministra, haciendo hincapié en que la del «solo sí es sí» ha sido la única divergencia reseñable en toda la legislatura. «Hemos logrado más de 200 acuerdos», aseguran, intentando contemporizar, pero con la conciencia –tal como publicaba ayer este diario– de que en el futuro estas diferencias se irán exacerbando hasta un extremo que puede llegar a rozar la ruptura.
Esa ruptura estuvo cerca a finales del año pasado, cuando Irene Montero e Ione Belarra amagaron con abandonar el Gobierno por la polémica del «solo sí es sí». No se vieron respaldadas por el resto de ministros del ala morada, que no estaban dispuestos a secundar su ofensiva, por lo que decidieron aguantar. Entonces, para el PSOE esta situación sí hubiera generado un importante quebranto, porque la reforma de las pensiones que demandaba Europa estaba todavía pendiente de aprobación. Una vez superado este hito, el pasado mes de marzo, desde el ala socialista relativizan la marcha de los morados del Ejecutivo –algo que algunos territorios verían incluso con buenos ojos– y condicionan la supervivencia de la coalición hasta el final de la legislatura a que Yolanda Díaz y Podemos logren una fórmula de entendimiento para presentarse juntos a las generales. Si esto no llega a ocurrir, sí podría producirse la abrupta fractura que Sánchez quiere evitar. El objetivo, hasta el final, es «cuidar la coalición» porque no es el pasado, sino el futuro que se aspira a consolidar.
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