Res non verba
El Gobierno Maffeo
He comprobado que si el fútbol nos gusta tanto es porque se parece a la propia vida. En política hay gobiernos que emplean la técnica del provocador
Se llamaba Juan. Era un señor regordete y con poco pelo. Tenía una edad indefinida, pero es verdad que lo traté cuando eres demasiado crío como para calcular la edad de los adultos. De hecho, no sé si seguirá por este mundo y si existirá la más remota posibilidad de que lea este artículo. Nunca me pregunté qué tipo de prensa consumía. Años más tarde, ya de zagal, fui descubriendo que en el rincón del Baix Llobregat donde me crié se daba por hecho que todo el mundo era del PSC hasta que se demostrara lo contrario.
Una especie de interpretación «sui generis», muy localista, de ese principio de la presunción de inocencia que estos días se ha querido cargar María Jesús Montero. El caso es que Juan dejó un hondo recuerdo en mí porque fue mi primer entrenador. Él me hizo ver que, en el fútbol, como en la vida, si metes el pie, tienes que meterlo fuerte, tenso, con decisión. Porque si no lo haces, el que se lleva el esguince de tobillo eres tú. Otra lección crucial que me regaló, para el fútbol y la vida, es que si eres gambeteador tarde o temprano algunos rivales vendrán a por ti con eso que en la NBA llaman «trash talk». Lo que viene siendo provocarte con patadas, empujones y comentarios ofensivos para que te subas al palito. Porque jugador que se sube al palito se descentra y deja de ser un incordio. Por eso Juan, lo mismo que te pedía que entraras fuerte al cruce, te recomendaba que no respondieras a las provocaciones. No se puede usted imaginar cómo me he acordado de mi primer entrenador cada vez que he observado a Maffeo provocando a Vinicius y a Vinicius subiéndose al palito. Para gestionar las acometidas del aguerrido mallorquinista, al brasileño madridista le hubiera venido bien conocer a Juan.
Andando el tiempo, he comprobado que si el fútbol nos gusta tanto es porque se parece a la propia vida. En política, sin ir más lejos, hay gobiernos que emplean la técnica del provocador.
En estas horas populistas, la provocación que busca una reacción con la que, a su vez, generar victimismo está por doquier. Hoy, por ejemplo, estamos enfrascados en las consecuencias del «Día de la Liberación» con el que Trump busca hacerse el ofendido si el mundo responde con aranceles a sus aranceles. Aquí en España la cosa no es muy diferente y tenemos políticos que son provocadores natos. Óscar López, mismamente, es un Maffeo canónico. Colocado de líder del PSOE madrileño únicamente para atizar a Ayuso, a ver si se sube al palito… y se desgasta. Porque todo provocador busca algo. Ya sea sacarte del partido o justificar su propia razón de ser. Y esta última, justificar su continuidad en Moncloa, parece ser la motivación de la Operación Maffeo que ha lanzado el sanchismo. Todo un plan transversal con el que buscar las cosquillas a la oposición. Imponer un plan de reparto de menas diseñado por Puigdemont o demonizar las universidades privadas son sólo dos ejemplos de cómo el Gobierno está buscando descabalgar al Partido Popular. Como el lateral que te insulta al oído en un córner o te suelta una patada a destiempo, al Gobierno le ha dado por declarar la guerra a las universidades privadas que son «chiringuitos». Habida cuenta de que el propio Sánchez y la mitad de sus ministros estudiaron en privadas y que el presidente incluso trasladó su proyecto de tesis zarrapastrosa de una pública a una privada para hacerse doctor con más holgura, el personal quedó escamado ante tamaña inquina sobrevenida. Luego ya, rascando, uno fue entendiendo: «No, es que hay universidades en las comunidades del PP…». ¡Acabáramos! Así que el tema no son las universidades, sino el Partido Popular.
¿Qué sucede aquí? Que Sánchez sabe que ya es muy difícil ocultar que se ha quedado sin margen de maniobra con que sostener una acción de gobierno. Para justificar la ocupación del poder sólo le queda presentarse como imprescindible en la oposición a la oposición: es que sin nosotros a ver quién reparte a los menores; es que sin nosotros menudo desmadre universitario. Así las cosas, el partido de Feijóo tiene el dilema de qué hacer ante las acometidas. Borges decía que, ante la duda, coraje. Lo complejo aquí es discernir qué debe ser el coraje: actuar o contemporizar. Si se dejan avasallar por Moncloa, les acusarán de pagafantas. Si entran al trapo con vehemencia, les acusarán de xenofobia con los menores no acompañados o de señoritos con las universidades privadas. Que el PP haya pausado su estrategia de acudir al TC para denunciar las añagazas de Sánchez puede ser acertado, teniendo en cuenta que Pumpido está deseando tejer lecturas creativas con las que apuntalar al Ejecutivo.
La situación demanda «finezza». Sagacidad con la que responder a la malicia. La vida no deja de ser como el juego de las siete y media: no conviene pasarse ni quedarse corto. A las cartas, por cierto, no me enseñó a jugar Juan, sino mi abuelo. Pero eso ya se lo contaré otro día.