Barcelona

Independentistas y constitucionalistas con ocho apellidos catalanes

Joan Manuel Vendrell y Jose Sala
Joan Manuel Vendrell y Jose Salalarazon

LA RAZÓN entrevista a seis catalanes para conocer la influencia que producen sus ocho antepasados autóctonos.

Esta semana se estrena la película «Ocho apellidos catalanes», secuela de una reciente comedia de sensacional éxito. El tema de ambos filmes, como a estas alturas todo el mundo sabe, es el de las diferentes idiosincrasias de las regiones españolas y sus choques de caracteres. Bajo un mecanismo narrativo que podía ser el enésimo manoseo de estereotipos repugnantes (el catalán es serio el vasco, bruto; el andaluz, saleroso) se desliza una crítica al fundamentalismo y a la intolerancia. Eso sí, siempre de una manera un tanto «light» y «buenista» porque tampoco va a tratarse de ahuyentar a la gente de las salas de cine.

Como, al fin y al cabo, las desgracias en las películas pasan siempre sin tocarnos, es más interesante dirigirse a la realidad y comprobar si esas idiosincrasias existen realmente todavía en nuestro país o desempeñan algún papel determinante en la vida social. El mejor lugar para hacer la comprobación en estos momentos es, sin duda, esa Cataluña tensada del perpetuo Gobierno en funciones, del día de la marmota nacionalista y de los votantes divididos en dos proyectos políticos totalmente opuestos. No debemos perder nunca de vista que, después de la Guerra Civil, hubo un cambio en la composición social de Cataluña absolutamente extraordinario. Siempre había habido migraciones hacia los centros industriales, pero nada tan masivo como la llegada de mano de obra a Cataluña durante los años 50 del siglo pasado. Probablemente la migración interna más grande de Europa en tiempos de paz.

Se trata pues de buscar catalanes con ocho apellidos autóctonos y ver qué piensan, cómo sienten, si se trata de un colectivo todo de una pieza, una especie en peligro de extinción, un estereotipo andante o todo lo contrario.

Con el primero de ellos me tropiezo en las escaleras del Círculo Artístico, en el corazón más céntrico de Barcelona, junto a una terraza privilegiada que asoma sus vistas al bulevar más comercial. Se trata de Víctor Puigdollers de Balle Comas Rabell Campassol Trilla Figuerola de Nouvilas. Puesto que la gracia de esta historia está en rastrear hasta ocho antepasados, aviso ya de que las líneas van a llenarse de onomástica (provenzal, por supuesto). Víctor nació en Barcelona en 1992 y se licenció en Derecho en la Universidad Pompeu Fabra. Trabaja en una firma internacional. Procede de una antigua familia carlista originaria de Vic pero, por enlaces matrimoniales con casas feudales de la zona, es gerundense de sentimiento y linaje. Su «Innisfree» particular lo encuentra en el Olot dieciochesco y exuberante. Le pregunto si cree que sus ocho apellidos autóctonos marcan algún hecho diferencial específico con el resto de los españoles. Me contesta que sí pero que eso no puede malinterpretarse. No se trata de un tema de superioridad o inferioridad, como muchos han parecido sugerir. Para él, se trata de un patrimonio intangible de riqueza, de historia y de cultura. Pregunto entonces si encuentra también hecho diferencial entre un habitante de Amposta y uno de Olot con respecto a uno de Barcelona. «Sin duda alguna», me contesta. «Yo soy un localista. Hay que reivindicar las especificidades de cada lugar. El discurso oficialista tiende a la homogeneización, como una forma de crear una cultura única bajo la cual todos debemos sentirnos identificados. Cuando ya se ha conseguido esa cultura única, se le da un significado político, y nos la arrebatan a todos los que no comulgamos con ese sentido. Y por el camino, perdemos siglos de tradiciones. Los bailes son un ejemplo claro. La sardana –que por cierto me gusta mucho– ha aplastado bailes antiquísimos y genuinos que ya casi nadie baila: la danza de Castellterçol, el Ballplà...»

Guiado por las palabras de Víctor, cojo mi motocicleta en una mañana diáfana de sábado y me dirijo, desde Sitges, en la costa catalana, hacia el norte en línea recta, pasando por Igualada y Manresa. Manresa y Vic se han considerado desde siempre las cunas del catalanismo y hasta competido entre ellas por ese título. Últimamente, el corazón de la nuez, la médula del hueso de ese catalanismo se ha desplazado bastante (en su versión independentista punto cero) hacia Gerona. Pero Manresa y la comarca de Osona siguen presumiendo del catalán más correcto. Dejando atrás Manresa, llego hasta Santpedor, pueblo natal de Pep Guardiola, donde me encuentro con Josep Ramón Bosch Codina Espinet Balletbó Macià Pujol Espinal Fages. Josep Ramón fue hasta hace poco el presidente de Sociedad Civil Catalana, una de las asociaciones que más se ha movido por visibilizar al catalán no independentista. Su trabajo ha estado siempre en la industria farmacéutica. Hablamos de ese extraordinario cambio en la composición social de Cataluña en los últimos 60 años. Según los estudios de la demógrafa Anna Cabré, de no haberse dado esas migraciones interiores, la población en Cataluña sería actualmente de dos millones y medio en lugar de siete millones. Hasta la fecha el techo del independentismo parece estar situado sobre los dos millones de votos. Le pregunto a Josep Ramón si, a su modo de ver, esa similitud de ambas cifras tiene alguna relación. «Sí. Yo tengo clarísimo que la inmensa mayoría de los catalano-parlantes han apostado por el independentismo y la gran parte de los castellano-parlantes, por el no independentismo». Cree que eso sucede porque actualmente en Cataluña se está dando una triple división: una fractura social, una sentimental y lingüística y otra política. Reconoce abiertamente que sus ocho apellidos autóctonos sí que le hacen sentirse parte de algo muy concreto, pero lo explica de la siguiente manera: «Yo creo que tenemos unas fuertes vivencias autóctonas que nos hacen sentirnos parte de una comunidad. Pero esa, sentirme catalán, es mi manera de sentirme español.

La gran suerte de ser español es que somos frutos de mucha mezcla. Y eso es una gran suerte. Viajando por España, desde las vivencias diferentes de esos ocho apellidos autóctonos, lo que he descubierto es que son muchas más cosas las que nos unen que las que nos separan por esa vivencias específicas». Tras estas palabras creo que queda claro que Josep Ramón no está a favor de la independencia. Pero para apearnos de los conceptos abstractos y ver cómo esa fractura y división está instalada en nuestra sociedad local no hace falta que nos movamos del salón en que estamos. Porque entra en él Elisabet Colom Pla Closa Arderiu Arisa Claret Serrat Puig, que no sólo es la compañera de los días de Josep Ramón, sino que, además, ella sí es independentista. Lo primero es preguntar cómo lo llevan, tanto el arrastrar dieciséis apellidos autóctonos como el conjugar lo espiritual y lo laico. Lo segundo es preguntar qué tipo de independentista es Elisabet, porque el mapa actual del independentismo catalán va del segregacionismo táctico al secesionismo antisistema. Elisabet me cuenta que nunca se había interesado por la política hasta los últimos cuatro años en que se acercó a Convergencia. Es maestra y para ella, «nuestra lengua, el catalán, es sagrada». Le pido que me concrete en una conducta precisa los límites de esa sacralización y me explica que para ella, como maestra, si no pudiera enseñar a sus alumnos en la lengua en que su comunidad ha hablado siempre, eso sería intolerable. Reconoce que hace relativamente poco tiempo ni pensaba en independencia pero que entiende esa posición de situación obligada o sobrevenida que explica Mas porque da la sensación de que no se ofrece otra salida.

Se muestra partidaria de un «independentismo más sentimental y fiscal que físico», como gusta de llamarle Joan Manel Vendrell Pantaleó Masquè Vila Capdevila Gener Rovira Paula, amigo de la pareja e independentista convencido. Cuando le pido que explique lo de «físico» me aclara que no es partidario de fronteras pero que sí cree en el expolio fiscal. Nos sentamos todos entonces, rodeados de estufas, en una sala que sirve para reunirse los amigos. Se nos añaden entonces Josep Sala Rovira Molins Magem Roqueta Vilarubia Aumatell Tunico, empresario agricola de la zona y Albert García Rubira Malet Brunet Prunès Cornet Farrè Puig, experto en temas fiscales. Josep se define independiente, pero no de España, sino de todo. Independiente de pensamiento, en suma. De tal suerte colabora a veces en asuntos puntuales, tanto con Convergència como con las CUP si es necesario, siempre que el asunto le parezca razonable, justo y practicable. Mira todos estos asuntos desde un punto de vista muy a nivel del terreno, con los pies sólidamente asentados sobre el suelo. «Hay un sentimiento en los empresarios de aquí de que el Gobierno central nos trata mal, pero reconozco que estoy muy liado desde el punto de vista político. No veo muy claro lo de la independencia, porque da la sensación de que es algo que quieren vendernos los políticos, pero entre eso y la sensación de que el gobierno central nos pone el pie en el cuello a los empresarios no sé con qué quedarme». Le contesta Albert, que está claramente contra la independencia y se define como neoliberal sin complejos: «Después de la independencia nadie me garantiza que estaremos mejor o peor. Es echarse a un vacío y, quizá es deformación profesional, pero no lo veo claro. Me pregunto cómo afectará a las balanzas comerciales, porque no todo es balanzas fiscales sino que los flujos comerciales son muy importantes. Si cae el comercio y no hay ingresos, no habrá financiación, no habrán ingresos por impuestos. Será una debacle económica general».

No hay que olvidar que el adjetivo «autóctono» estrictamente significa «originado en el mismo lugar dónde se encuentra». Esta es la cosecha que se puede recoger paseando por estos lugares. Todo muy lejos de cualquier estereotipo. Cada hecho diferencial es estrictamente personal e intransferible. Algo que nos ilustra sobre la enorme pluralidad de la Cataluña de ahora mismo. Los políticos fundamentalistas hablarán de lo que Cataluña quiere o lo que Cataluña necesita, como si Cataluña fuera una señorita a la que ellos conocen personalmente. Pero lo cierto es que aquí, lo que hay, es una enorme diversidad de anhelos e inquietudes. Algo muy sensible y a escala humana, como las pequeñas localidades, los bautizos y los funerales. Algo que hace que, cuando vuelvo con la motocicleta, me sienta caliente por dentro. Por tanto, los catalanes estamos condenados a seguir conversando, a escucharnos unos a otros.