Sabino Méndez

Lo institucional

Va a parecer en Europa que, cuando la puerta se cierra tras Díaz y Puigdemont para reunirse en privado, allí puede pasar de todo

Member of the European Parliament Carles Puigdemont (L) and Spanish Second Deputy Prime Minister and Sumar party leader Yolanda Diaz speak in Brussels.
Member of the European Parliament Carles Puigdemont (L) and Spanish Second Deputy Prime Minister and Sumar party leader Yolanda Diaz speak in Brussels.OLIVIER MATTHYSAgencia EFE

Supongo que en Europa no dirán nada por cortesía, pero deben estar mirando con absoluta perplejidad todo el surrealista espectáculo institucional que están protagonizando nuestros altos cargos este verano. De golpe, toda una vicepresidenta segunda del Gobierno decide por su cuenta reunirse en Bruselas con un prófugo de la justicia para hacerse lo que le parecen unas simpáticas fotos. El prófugo no está reclamado por cualquier cosa sino que –nada menos– por un intento de golpe de estado blando contra el Gobierno para segregar un territorio a su conveniencia.

Si intentas explicar a un europeo que tan psicotrópico comportamiento de una vicepresidenta se debe a que el prófugo tiene los dos o tres votos que ella necesita para conservar su puesto tras una situación de empate, verás asomar la paternalista sonrisa clásica de compasión y condescendencia. Es como si pensaran: «Ya están estos del Sur, buscando cómo hacer trampas a la ley para sus cholletes y sus mafias». Lo más irritante es que, dado que su perspectiva se nutre de los titulares superficiales que les llegan de nuestro país, va a parecer en Europa que, cuando la puerta se cierra tras Yolanda y Puigdemont para reunirse en privado, allí puede pasar de todo: desde piquitos (consentidos o no) a glorificación gesticular de los genitales. Si Yolanda Díaz aspira a que en Europa dejen de vernos como unos chimpancés tras la exhibición de Rubiales, desde luego ese no es el camino. Y es que es llamativa la torpeza e ignorancia con las que los actuales líderes nacionales maltratan nuestras instituciones.

En nuestro país, necesitamos unas instituciones sólidas, independientes, fuertes; para que, gobierne quien gobierne, sea de un signo u otro, esos entes sigan realizando su tarea imperturbablemente y el mecanismo de la democracia no se pare. No saber comportarse en público cuando se está al frente de cualquiera de ellas es tratar terriblemente mal a la propia institución que representas, porque la desprestigias y la desautorizas delante de todos por tus propios caprichos de imagen personal. Nuestros dirigentes no se preocupan de separar cabalmente lo público de lo privado. Mezclan los objetivos –de una institución que es de todos– con sus intereses, necesidades y obsesiones estrictamente privadas.

Yo, personalmente, como ciudadano particular, estaría encantado de dialogar y tener una larga charla de barra de bar con Puigdemont, por muy alejado que pudiera estar de sus ideas. Incluso aunque solo fuera mirándolo desde el punto de vista del interés patológico, no me cabe duda de que me parecería un diálogo de un enorme interés. Pero esa charla, por supuesto, me cuidaría de tenerla a nivel personal, no desplazándome con toda la aparatosa parafernalia de un vicepresidente y fotografiándome alborozada con él. Es como poner a su servicio una institución de primera línea de nuestro país, para la que ha sido designada pero que no le pertenece por sí misma.

A todas luces se hace evidente que el actual Gobierno está buscando las excusas más desesperadas y planteando los sistemas más delirantes para poder permitir en su propio beneficio que un minúsculo grupo de gente que aún guarda deudas con la ley tenga el poder de decirnos a todos los españoles lo que debemos hacer. El más claro indicador de la desesperación gubernamental y la aceptación de cualquier proyecto desopilante es la elección de Jaume Asens como mediador. Una de las buenas noticias de la pasada campaña electoral era que Asens abandonaba la política. A la vista de lo que a ella había aportado, ese cambio solo podía juzgarse positivo.

Era un hombre que había facturado la mayor colección de bobadas que hemos oído en Cataluña últimamente, como calificar a los jueces de golpistas en lugar de los que estaban siendo juzgados por ello. Lamentablemente, la sospecha del ciudadano medio, sobre que este tipo de perfiles de segregadores de genialidades no pueden soportar demasiado tiempo alejados de cualquier sueldo que dependa de cargo público, se ha confirmado. Asens debería estar atento porque dentro de poco el puesto vitalicio de «talibán nacionalista de guardia posando de izquierdista» quedará vacante cuando se aproxime el cercano cumplimiento del ciclo biológico natural de Rafael Ribó. Asusta pensar como tratarán estos perfiles combinados a nuestras instituciones.