El desafío independentista
La vuelta (im)posible de Puigdemont
El ex president tiene sobre la mesa varias alternativas rocambolescas para eludir a las Fuerzas de Seguridad si decide regresar a España en los próximos días: una llegada en velero, en paracaídas o, incluso, oculto en un camión son sus opciones
El ex president tiene sobre la mesa varias alternativas rocambolescas para eludir a las Fuerzas de Seguridad si decide regresar a España en los próximos días: una llegada en velero, en paracaídas o, incluso, oculto en un camión son sus opciones.
Carles Puigdemont tiene sobre la mesa varios planes con un destino final común: llegar a la sede del Parlamento de Cataluña antes de la sesión de investidura sin ser interceptado por las Fuerzas de Seguridad, que tratarían de impedírselo. Le quedaba el recurso de la intervención a través de vías telemáticas, pero esa opción ya había sido desacreditada legalmente. Pendiente de lo que decidió el Tribunal Constitucional en la noche de ayer, si no intenta nada ahora, se quedará, como vulgarmente se dice, «colgado de la percha», convertido en un personaje que cada día tendría menos capacidad de interferir en la política española. Por lo tanto, según opinan los expertos, no se puede permitir ningún resquicio por el que se pueda colar el ex president en España. Es un asunto lo suficientemente serio como para dejar al margen toda la imagen de sainete que pueda tener.
Que el prófugo que más está dando que hablar en los últimos meses, hasta provocar el aburrimiento y hastío de los españoles y parte de los europeos, quiere estar en el hemiciclo es algo que no ofrece ninguna duda y que lo va a intentar. Otra cosa es que pueda conseguirlo. Puigdemont, y su círculo íntimo de apoyo, saben que, de lograrlo, el problema que generarían, sería de envergadura porque una entrada de las Fuerzas de Seguridad en la sede parlamentaria para detenerlo, lo único que haría sería complicar las cosas y ofrecer una imagen negativa de España, que es lo que quieren los separatistas.
Un plan contra reloj
Uno de los obstáculos, y probablemente el más peliagudo, con el que se enfrentara Puigdemont a la hora de iniciar su viaje desde Bélgica hasta España, es el de superar el dispositivo que en torno a su persona, y el resto de los políticos fugados, ha montado el servicio secreto español, el CNI. Nada hay imposible en la vida cuando uno tiene la voluntad de hacer una cosa, pero burlar ese dispositivo, montado para vigilar sus movimientos, entre ellos el de una posible salida secreta de Bélgica camino de Barcelona, es algo realmente complicado. Podría darse el caso de que se le permita iniciar ese camino, siempre acompañado por la vigilancia correspondiente, que no va a ver por más que se empeñe, y cuando atraviese la frontera proceder a su detención. Pero también puede ocurrir (hay que contemplar todas las hipótesis) que logre burlar el dispositivo.
¿Cuáles pueden ser las mejores de las opciones para alcanzar un objetivo tan complicado? Para empezar, no podía realizarlo el día de la investidura, difícil la víspera, en que la vigilancia sería extrema hasta el punto de blindar el Parlament. De intentarlo, debía hacerlo hoy, a lo sumo, mañana. Las fechas corren rápido en el calendario. No puede utilizar los medios de transporte públicos convencionales, como el tren, autobús o avión, porque su presencia sería fácilmente detectable. A este respecto, el uso de un jet de alquiler está descartado porque al final el aparato, aunque sea una obviedad explicarlo, tiene que aterrizar y, si se conoce que Puigdemont va a bordo, España tiene medios y le asiste el derecho de rechazar en su espacio aéreo una nave que puede ser considerada como «non grata».
Además, este tipo de aparatos precisan para su aterrizaje de pistas que están controladas. La opción, incluida la toma de tierra en una carretera o autopista, vale para las películas, pero no para la realidad. Además, no se debe poner en peligro la vida de un político tan «valioso», al menos es lo que debe pensar él.
A Puigdemont le queda, salvo sorpresas que no hay que descartar cuando del «procés» se trata, como ocurrió con la asunto de las urnas y las papeletas; y la propia huida del ex president (aunque en ese momento no pesara sobre él ninguna requisitoria judicial) un plan, combinación de carretera y mar, que es muy difícil que tuviera éxito, pero nunca puede darse nada por descartado.
Embarcar, siempre que pudiera superar el dispositivo de vigilancia que ha establecido el CNI, en un navío en Bélgica no es factible a estas alturas porque las fechas de la investidura se acercan y tendría muy complicado llegar a Barcelona a tiempo, salvo que la nave le pudiera dejar en algún punto de la costa cantábrica y desde allí viajar hasta la Ciudad Condal.
La otra opción, que resulta tan rocambolesca como la anterior, sí permite su realización en el tiempo aunque le quedan pocas fechas para iniciarla. Superado el referido dispositivo, viajar a través de Francia, en un transporte adecuado (incluso podría ser un camión o una furgoneta) hasta algún punto de la Costa Azul en el que abordaría un velero o barco a motor que le llevaría hasta las proximidades de una playa (nunca un puerto) de la costa catalana donde accedería a un coche o a un helicóptero, con la suficiente autonomía como para posarse en terrenos del Parlament, algo que ya se realizó en su día para sacar a autoridades que estaban rodeadas por masas de radicales.
A este respecto, un experto en seguridad ha señalado a LA RAZÓN que si el helicóptero, cuando se pueda saber que Puigdemont viaja a bordo, llega a sobrevolar el área urbana de Barcelona (impensable derribarlo o realizar maniobras disuasorias porque de provocarse un accidente las consecuencias de todo tipo serían catastróficas) el aterrizar en el Parlament resultaría la fase más sencilla de este, insistimos, rocambolesco plan. Una vez dentro del edificio parlamentario, sacar a Puigdemont, aunque falten dos o un día para la investidura, se convierte en una operación, no imposible, pero sí con unos costes políticos y efectos mediáticos que alguien tendría que estar dispuesto a asumir.
Los separatistas no tardarían en cercar el Parlament, para evitar la posible acción de las Fuerzas de Seguridad, y una «extracción» desde el aire, que es posible y España cuenta con unidades entrenadas para realizar este tipo de misiones, acarrea los citados problemas políticos y mediáticos. Si se asumen, porque, en definitiva, se trataría de la detención de un prófugo de la Justicia, se puede llevar a cabo ya que, salvo los que nunca van a apoyar a nuestro país en este asunto, se entendería a nivel internacional. El mensaje que se enviaría es claro: en España, la ley se cumple y es igual para todos. Hay otras opciones y una de ellas, muy al estilo de las que ya utilizó la banda terrorista ETA en alguna ocasión, es la de realizar el viaje en un camión que tenga un habitáculo especialmente preparado para ello. Lo que ocurre es que si le descubren, la imagen de Puigdemont sacado de su zulo por las Fuerzas de Seguridad españolas daría la vuelta al mundo, y la figura del que se quiere erigir en mot honorable quedaría a la altura de un vulgar presunto delincuente que intenta, sin éxito, hurtar la acción de la Justicia. La imagen sería demoledora para él, pero tampoco puede ser descartada.
En el caso del helicóptero para la última fase de su plan, existe una solución y no es complicada. El control, a partir de ya, de todas las aeronaves de este tipo, incluidas las de pequeño tamaño, y ultraligeros. Existen registros en los que figuran empresas y particulares propietarios de este tipo de aparatos y de los aeródromos, aunque sean campestres, desde los que suelen operar. Por incluir todas las opciones que el ex president y su entorno puedan estar barajando para eludir la orden de detención que pesa sobre él en cuanto entre en territorio español, está la de lanzarse, como «paquete», con un paracaidista profesional para posarse en terrenos del Parlament y evitar la detención antes de llegar al Pleno. Pero eso requiere acceder a una serie de personas y aparatos que también suelen estar controlados, además de superar ya cualquier expectativa seria y real. En cualquier caso, si por las vías que sean Puigdemont hubiera conseguido acceder a la sede parlamentaria, aunque fuera con algunos días de anticipación, el problema que tendría el Gobierno sobre la mesa no sería pequeño. Y el de los que están encargados de evitarlo, tampoco. Por ello, todos los medios que se puedan poner para evitarlo, son pocos.
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