Rebeca Argudo
La ley del sí pero no
Montero lleva el Igualdad como una peli de universidades de EEUU
Que la ley del «solo sí es sí» iba a acarrear la revisión a la baja de ciertas condenas, incluso excarcelaciones, ya fue alertado por juristas y magistrados. Por mucho que se empeñen en negarlo ahora, como se empeñan en negar que el consentimiento ya estaba contemplado en el código penal. Pero cuando a la ministra Irene Montero se le mete entre ceja y ceja salvar a las mujeres no hay verdad ni razón que la detenga. Ya lo vimos (y lo sufrimos) cuando el covid estaba con el knock knock knockin y ella dijo que a la calle todas, oprimidas, que mataba más el machismo.
Irene Montero lleva el Ministerio como en una peli de universidades americanas llevaría el club de animadoras: con mucha consigna, mucho grito, y dame una P, dame una A, dame una B, dame una L y dame una O. Todo gesto y todo pose, poco más que acrobacia con pompón y minifalda (y sin sujetador). Pero en esto, como en vestirlas de cualquier manera, la culpa es de los padres. Y aquí el padre putativo es Sánchez que es, al fin y al cabo, el que debería ponerle límites a la niña díscola. Pero ya se sabe lo que pasa cuando los números no dan.
No nos equivoquemos: si Sánchez toma partido ahora y no lo ha hecho antes, con las mismas informaciones y datos en la mano, es porque ve ahora que el desaguisado puede tener un coste electoral y no únicamente para los de Unidas Podemos, que van ywa cuesta abajo sin frenos y nadie al volante. Sánchez, pese a Tezanos susurrándole al oído «qué guapo eres, qué tipo tienes», anticipa el desastre y, si algo sabe él (y también nosotros), es que los morados no van a romper la coalición. Son conscientes de que les queda en política lo que dure la legislatura y, si a Yolanda Díaz le apetece, un pelín más como comparsa por caridad del cuquismo sumatorio. Por eso los berrinches de los de Podemos se miden en deposiciones de Echenique en redes («una más y nos quedamos, pero seriamente contrariados»). Y por eso se permite el PSOE presentar en solitario su reforma de la ley, que es volver a la de antes pero disimulando, sin miedo a que le rompan el gobierno. Lo que debería ser una vergüenza difícilmente justificable, con este caradura insolente al mando se nos presenta, encima, como un ejercicio de responsabilidad y eficacia.
Lo que está ocurriendo no es más que lo que se veía venir a poco que el Pantone 2622 C no nublase el entendimiento: que no es lo mismo berrear la consigna de chapa y camiseta, con la rabia mal gestionada del que colectiviza los traumitas personales y se cree el elegido, en una mani a ritmo de capoeira, que tratar de legislar sin más formación e idéntica actitud, confundiendo la tribuna del congreso con el megáfono del sindicato de estudiantes y el código penal con las pancartas hand made. Pero cuando las cosas se hacen mal, por ineptitud, desinterés o mala fe, se asumen responsabilidades: no es la mejor de nuestras intenciones la que nos saca el retrato, sino la consecuencia de nuestros actos y decisiones.
«Es una buena ley», dice Sánchez para no enfadar a la fiera (ni al podcaster que la tutela), «pero ha tenido algunos efectos indeseados». Oiga, pues o es buena o no es buena. Si es buena, no necesita soluciones y, si las necesita, es que no es buena. A ver si al final lo que vamos a tener, en lugar de la Ley del Solo sí es sí, es la Ley del sí pero no.
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