Tomás Gómez

El mediador

La imagen de España quedará como una república bananera mientras se pone en tela de juicio al Estado

Pedro Sánchez
Pedro SánchezEUROPAPRESSEuropa Press

A Pedro Sánchez se le acaba el tiempo, por eso, ha pisado el acelerador. Firmado el acuerdo más sencillo, el de Sumar, y eliminado el ruido mediático proveniente de ese lado, todos los esfuerzos se centran en Puigdemont.

Los independentistas están cocinando a fuego lento el pacto y, con él, a Sánchez. Los desencuentros son aireados y, unos días después, cosen los rotos originados. Un buen ejemplo es el que se produjo la semana pasada acerca de la petición, desde el Gobierno, de que los separatistas abandonen la unilateralidad. La herida cicatrizó con la reunión posterior de Bolaños, Santos Cerdá y el propio Sánchez con la número dos de Puigdemont. Llama la atención el despliegue socialista, directamente proporcional a la necesidad que tiene Sánchez de los cinco escaños.

Pero el acuerdo ya lo tienen más que perfilado, a falta de algunos ajustes que no van encaminados a limar diferencias, sino en como evitar que la interpretación de los tribunales bloquee la amnistía a los más de 300 procesados que resultaron del 1-O.

Todo parece girar en torno a la exposición de motivos. Independentistas y Gobierno se han puesto de acuerdo en burlar al Poder Judicial, el resto, son detalles. Puigdemont quiere elevar la cifra de amnistiados hasta 500 y desea que quede intacta la legitimidad de la consulta del 1-O.

Quizá las palabras sean escogidas con la precisión de un cirujano vascular pero, más allá del debate de técnica jurídica, lo que no pueden evitar es que la sociedad española sea plenamente consciente que Sánchez utiliza uno de los poderes del Estado contra el Tribunal Constitucional y los tribunales ordinarios, haciendo frente común con un fugado de la Justicia. Todo para mantenerse en el cargo.

El otro asunto que resulta espinoso para el PSOE es el del mediador. Sin duda, la aceptación es poner en tela de juicio al Estado y situarle al mismo nivel que los condenados del procés. Pero lo peor es la imagen de España como una república bananera.

Sánchez cederá a todo. Lo más probable es que, de nuevo, las palabras sean elegidas cuidadosamente para darle a Puigdemont lo que exige y, al mismo tiempo, inventar un cuento con el que convencer a la sociedad española.

La táctica de Sánchez es inquietante porque en su juego cortoplacista no hay estrategia, a largo plazo, olvida que todos los actos tienen consecuencias y, en este caso, graves e irreversibles para el país.