Opinión

Negacionismo

En el conflicto entre los terroristas de Hamas y el gobierno de Israel, nadie debe negar el dolor que sufren ambas poblaciones

Concentración frente a la embajada de Israel en apoyo a los ataques sufridos por el grupo Hamas.
Concentración frente a la embajada de Israel en apoyo a los ataques sufridos por el grupo Hamas.Jesús G. FeriaLa Razón

E l negacionismo se está poniendo de moda como táctica de comunicación política. Algo que surgió como una simple demencia conspiranóica al respecto de uno de los episodios más negros de la segunda guerra mundial, se está imponiendo en los gabinetes de comunicación de las formaciones políticas como una forma de propaganda personal. Para muchos de esos gabinetes, no importa cual sea la realidad, sino negarla en caso de que perjudique a la dirección ideológica hacia la cual su líder desea encaminarse.

En el actual conflicto entre los terroristas de Hamas y el gobierno de Israel, nadie debe negar el dolor, la muerte, el miedo y la crueldad que están sufriendo las poblaciones de ambas partes que se hallan bajo el dominio de esas dos formas de poder. Algunos políticos, en pedantes y vanidosos ejercicios de autobombo moral, gustan de levantar la voz para denunciar, desde sus cómodos sillones de despacho, la violencia que una parte ejerce sobre la otra. Luego, patinando ya por ese resbaladizo pasillo retórico, solo hacen una mención oficialista, superficial y para cubrir el expediente, al dolor de uno de los dos bandos. Pero la gramática y la sintaxis son delatoras. Exigen muchas más explicaciones. Hay que detallar, hay que explicar todos los pliegues del dolor, mostrarlo en todos sus detalles. Lo contrario es negacionismo barato y oportunismo político.

Si no se entra en detallar, en explicar con profundidad, se contribuye a una perversa forma de equidistancia que no deja de ser otro tipo de negacionismo. No se puede negar que lo que hizo Hamás ni siquiera contemplaba en ningún momento la posibilidad de pausas de cuatro horas, pasillos humanitarios o posibles treguas que ahora se exigen e Israel proporciona. No mencionarlo es negacionismo. No se puede negar tampoco que en el estado de Israel existen mecanismos democráticos de control que permiten habilitar todas esas medidas y hacer a sus instituciones más sensibles a la presión de paz internacional y a la propia discrepancia de sus votantes internos. En Hamas, no. Pretender ignorar ese hecho y reducirlo al silencio es otra forma de negacionismo.

Pintarlo como si unos fueran los buenos y otros los malos sería una forma de maniqueísmo, pero no se puede negar a la vez que Hamas es peor. Pintarlo como una lucha entre poderosos y oprimidos sería otro maniqueísmo, pero tampoco se puede negar que Israel es más poderoso. Lo que no es aceptable intelectualmente es que cuando ataca Hamás sea una guerra y cuando lo hace Israel sea un genocidio. Ese frívolo uso de las palabras es otra forma de negacionismo.

Hamas nunca se ha preocupado de arbitrar sistemas que tengan en cuenta esa repugnante expresión de «daños colaterales». No les importa que mueran ni siquiera los soldados y civiles de su propio bando. Se está ignorando voluntariamente ese ingrediente fanático y totalitario. Y eso es, de nuevo, negacionismo. El terrorismo suicida no duda en matar a su propia población, a sus civiles y soldados, cómo si encima les hiciera un favor porque los convierte en mártires. Israel no desea que mueran sus civiles ni sus soldados y, aunque caiga en crueldades para protegerlos, esa sola intención marca una diferencia que, de nuevo, no puede negarse ni ignorarse.

Así que abstengámonos de discursos a la gruesa y movámonos por la paz. En lugar de altisonantes denuncias de niño rico ultraprotegido, trabajemos por medidas humanitarias que alivien ese círculo endiablado de sangre que ya dura setenta años. Israel, con todos sus errores, tiene abierta la puerta para hacerlo. Sería muy imbécil por nuestra parte pelearnos con ellos y despreciar esa oportunidad. Sobre todo, porque aumentaría el dolor de mucha gente En asunto tan sangriento y terrible como este, lo mínimo que podemos exigirle a nuestro presidente es un poco menos de frivolidad (esas caritas sobreactuadas, de hombre que de golpe sufre, cuando se pone a hablar del tema por la tele) y apercibirse de que, en una crisis diplomática con Israel, lo que hacemos es el ridículo. Porque todo el orbe sabe perfectamente que, si Netanyahu tuviera siete votos para hacerle presidente, Sánchez cambiaba mañana mismo de discurso, de piedad y de supuestas convicciones. Que se lo pregunten sino a los saharauis.