Elecciones

Nueva política: reelecciones el 10-N

El 10 de noviembre se celebrarán los cuartos comicios desde 2015. La incapacidad de llegar a acuerdos ha abocado a los españoles a votar cada once meses.

El rey Felipe VI recibió en audiencia al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez este lunes en el Palacio de la Zarzuela / Efe
El rey Felipe VI recibió en audiencia al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez este lunes en el Palacio de la Zarzuela / Efelarazon

El 10 de noviembre se celebrarán los cuartos comicios desde 2015. La incapacidad de llegar a acuerdos ha abocado a los españoles a votar cada once meses.

La mecanización electoral de los partidos ha arrasado hasta con el respeto institucional a la ronda de consultas del Rey Felipe VI. Los principales líderes desfilaron ayer por el Palacio de la Zarzuela y estas conversaciones no cambiaron nada de fondo, solo sirvieron de pretexto para aumentar la presión sobre el candidato socialista, Pedro Sánchez, para que en unas elecciones no se libre de la culpa de esa nueva cita con las urnas. Nadie ha hecho nada por evitar estas elecciones, aunque todos en este momento final se den codazos por vender a la opinión pública que los «malos» son los demás y no ellos.

Casado a Sánchez: “Ha traicionado a todos. Usted no es de fiar”

Fue una jornada esperpéntica, en la que los partidos abundaron en las contradicciones y en el regate en corto. Aunque por hacer justicia, no todos por igual. Albert Rivera fue el actor principal de la función, y Pedro Sánchez, su «alter ego» opositor, pero en un plano secundario. El PP fue coherente en su «no». Y frente a las especulaciones, hay que decir que Pablo Iglesias también fue coherente con su última posición y no se sacó del bolsillo la baza oportunista de una abstención técnica. Ante el Rey sostuvo lo mismo que ha venido defendiendo en las últimas semanas, que votaría a favor de Sánchez si éste le volvía a poner encima de la mesa el Gobierno de coalición que rechazó en julio.

Todo tan previsible que la pirueta electoral in extremis de Albert Rivera cumplió con su papel de «conejo de la chistera» y lo distorsionó todo bajo un ruido que puede que al líder de Ciudadanos (Cs) le rente si hay de nuevo comicios, pero ayer para lo que sirvió fue para que en medio de la confusión hasta la figura de Felipe VI se viera en riesgo de quedar contaminada por el barro político.

Cinco meses después de las elecciones, en el último minuto Rivera consiguió que su golpe de efecto le otorgara ayer mucho tiempo de gloria en el «prime time» mediático. Fue el centro de atención, si esto es lo que buscaba, de diez sobre diez, y lo pudo, además, alimentar con la ayuda del ninguneo del PSOE a su propuesta de una abstenión técnica, condicionada, y para la que exigía la complicidad del Partido Popular. En esta sobreactuación partidista esperpéntica, el Rey cumplió con su obligación institucional mientras Ciudadanos y PSOE se carteaban o se cruzaban comunicados dirigidos a imponer su propaganda sobre la del contrario.

En paralelo, los portavoces de Ciudadanos se esforzaban en intentar explicar qué tipo de oferta de «solución de Estado» es ésa en la que al mismo tiempo sostienen que el problema de España es Sánchez, como insistía a primera hora de la mañana Inés Arrimadas en una entrevista con Carlos Alsina, en Onda Cero, y la salida es convertirle en presidente para que a continuación gobierne en el día a día con el apoyo de Unidas Podemos y de los partidos independentistas.

Cada uno barre para lo suyo, pero la conclusión es que la pugna entre la vieja política y la nueva política, en la batalla que se libra en el bloque de la izquierda y de la derecha, ha instalado a España en un bloqueo que tiene paralizado todo a nivel nacional y autonómico, y que además está arrasando con el prestigio de las propias instituciones. Posiblemente lo de menos es la creciente percepción negativa de los políticos porque el bloqueo daña al Parlamento y al Consejo de Ministros, asfixia financiaremente a las comunidades autónomas e hipoteca la fortaleza de España para afrontar los signos de debilitamiento económico o la respuesta del Estado a la rebelión independentista contra la sentencia del «procés».

El problema no ha hecho sino crecer desde las elecciones generales de 2015, que Mariano Rajoy ganó, no pudo gobernar y hubo que ir a la primera repetición electoral. Desde entonces no ha habido Gobierno que haya gobernado aunque se salvaran las apariencias con el acuerdo que firmaron el PP y Ciudadanos, y que en la práctica ya fue la base para que populares y naranjas compitieran por ver quién se colgaba las medallas más positivas sin reformas relevantes en ningún ámbito.

Y desde entonces la rueda del hámster ha seguido girando sin más inercia que la rivalidad dentro de la izquierda y dentro de la derecha.

Este pulso es lo que explica cuál ha sido el desenlace de la no negociación en la que han estado entretenidos los partidos desde los comicios de abril.

En la izquierda se han boicoteado. En la derecha estaban convencidos de que habría acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos hasta el último segundo, y a esta premisa han hipotecado toda su estrategia. Aquí se explica el doble mortal que tuvo que hacer Rivera el pasado lunes, a costa de enmendar toda su estrategia porque estaba pensada para el supuesto de un Gobierno de Sánchez con apoyo de Iglesias.

Anoche quedó inaugurada formalmente la nueva campaña. En teoría será la más corta de la historia de la democracia, está tasada en una semana después de la reforma que impulsó el Gobierno en funciones de Rajoy por si no había acuerdo en 2016. Pero en realidad no se ha suspendido desde la noche de las elecciones generales de abril.

Te puede interesar:

Así llegan los partidos de la oposición a las elecciones

La partida de ajedrez de la guardia pretoriana

El vídeo que Sánchez no quiere que veas precisamente hoy