Tribuna
Pamplona y la oscuridad
Si sabes lo que es «dar tu palabra», no entenderás nada de esto. Es imposible entender estas negociaciones desde la mínima lógica civilizada
Quizás lo más deseable en un sistema democrático (en cualquier momento, mejorable) sea la tranquilidad basada en la buena fe de sus gobernantes. En la transparencia de sus decisiones, en la lealtad debida a sus principios, en la noble dedicación a la sociedad toda, no solo a sus votantes, no solo a su partido. En realidad, son los administradores de nuestra gran casa común. ¿O no?
En Pamplona como en España, entran cerrando la puerta tras de sí. Una puerta se cierra sin que nadie controle a los que se meten en una oscura habitación. Solos unos susurros se escuchan fuera pero son ininteligibles para el común. Allí dentro, no hay reglas, solo intereses perversos, conveniencias. Tras la puerta, en ese sórdido agujero, se negocia cualquier cosa que avergonzaría hacer en público. Entrar en la habitación es, obviamente, para que no se les vea, no se les escuche; lo fundamental es que no trascienda, no lo qué, sino cómo se va a decidir. Se entra a moldear el futuro con libertad. Sin límites.
Imagino la negrura de una habitación sin apenas luz, un espacio misterioso e intimidatorio situado en ningún lugar conocido, aislado de todo y de todos. Qué más dará el lugar. El lugar es, en realidad, otra dimensión. Se entra en ella cuando se tiene claro que solo importará lo que en esa habitación se decida y solo se sale cuando se tiene claro que no habrá nadie fuera que pueda alterar sus decisiones. El pacto, siempre posible, será intocable. Entre terroristas, exterroristas, ladrones, trileros, no es que se entiendan, se temen, que es la condición básica entre la gente impura. Y frente a la sospecha de incumplimiento está la amenaza clara y descarnada: o iremos a por vosotros.
En espacios así se ha decidido matar a este o a este otro. Dejar de matar o seguir matando ¿Por qué? Da lo mismo. Personajes dañinos y sin escrúpulos deciden a oscuras lo que leemos en los periódicos meses después. No le demos muchas vueltas, ellos se entienden porque son la mafia del gran negocio de la mentira.
Ahí se decide todo lo verdaderamente trascendente, esas cosas que los demás, cuando las vemos realizadas, pensamos «no puede ser que esto haya ocurrido». De ahí salen las auténticas reglas del juego con las que los parias de la tierra (antes, los pobres comunistas, en la actualidad, los ciudadanitos de a pie) tendremos que movernos. Porque el resultado de estas «negociaciones» son «momentos históricos», «espectaculares avances» en la convivencia, situaciones no soñadas que nos traerán paz y estabilidad y sobre todo, el progreso. Milagros indiscutibles que nos librarán de futuras preocupaciones.
Y si no lo entendemos es porque no hemos jugado ni jugamos ni jugaremos a lo mismo. Imposible entenderlo desde la mínima lógica civilizada. Serán los posos aún existentes de esa buena educación humanística-cristiana respetuosa con los demás en la que la esencia es la buena fe. Si sabes lo que significa «dar tu palabra» no entenderás nada de esto. Si crees que los que te gobiernan te desean el bien, ponlo en cuarentena.
¿Recuerdas los tiempos de Franco? Pues nada que ver, porque con los dictadores que van de frente no hay duda de quién manda y a partir de ahí todo es previsible. Es lo que hacen los autoritarios de libro, lo hacen a plena luz del día o de las farolas. Se les ve venir. Estamos en otro nivel, situándonos en lo que los politólogos llaman zona gris, ese lugar, zona geográfica o país en la que algo malo y disruptivo puede pasar.
En el exterior de esas blindadas habitaciones oscuras está el mundo paralelo de los que no se enteran (ni se van a enterar) de nada, de los que pensarán que de verdad es por el bien común porque sus anteojos ideológicos no le dejan ver sino a través de ellos. Pero también los que creen que los malos momentos se reconducen milagrosamente, que alguien o algo nos volverá al punto de partida, a aquellos tiempos en los que no necesitamos preocuparnos tanto por nuestra «gran casa».
Puede ser que, en el fondo, se trate de una simple cuestión de olfato, como el que le hizo intuir a Sebastian Haffner las consecuencias de la ideología nazi a principio de la década de los treinta, porque a través de las rendijas de tantas habitaciones oscuras llega un espantoso olor que debemos distinguir: el del autoritarismo.
Pamplona es la oscuridad. Como Cataluña. Como lo sigue siendo el País Vasco. España se cuece en la oscuridad.
«En tu armario espera la noche», decía la poeta. Pamplona es el último resultado de estos siniestros sanedrines. Tras la puerta cerrada, sin micrófonos ni escrúpulos acontece lo indeseable, lo que nos depara el futuro.
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