Opinión

Y el referéndum también

Cuatro años más en la poltrona bien valen retorcer el programa electoral y las promesas de campaña

El diputado de ERC Gabriel Rufián conversa con el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante la sesión constitutiva de las Cortes Generales de la XV Legislatura
El diputado de ERC Gabriel Rufián conversa con el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante la sesión constitutiva de las Cortes Generales de la XV LegislaturaAgencia EFE

Rufián suele expresarse claro, por mucho que su claridad moleste al Gobierno. El errecero volvió ayer a hablar con esa nitidez que le define para decirle al Ejecutivo un par de cosas. La primera, que Esquerra no necesita de mediadores para dirigirse al PSOE. Muchas gracias Yolanda, pero mejor quédate al margen. Y en segundo lugar, que lo que negocian ellos no es un pacto de legislatura o simplemente la amnistía. Están negociando única y exclusivamente la investidura, y dentro de esa negociación, el referéndum de autodeterminación. Vino a decir Rufián, más o menos, que del PSOE no se puede fiar nadie demasiado, razón por la que ellos, la ERC de Junqueras, no va a hipotecarse para los próximos cuatros años. Añadió que el referéndum llegará, como todo lo anterior. Le llamarán referéndum, consulta o lo que quieran. Pero llegara seguro. Con un razonamiento diáfano: los bandazos del partido gubernamental son tales que lo que en el pasado era «no» cambia a «sí» de sopetón. De la noche a la mañana. Simplemente por cuestión de interés personal. Motivo por lo que al de Santa Coloma no le preocupa demasiado que digan «no». También dijeron «no» a los indultos, a la eliminación de la sedición, a la rebaja de la malversación, y por supuesto a la amnistía, para cambiar después en sentido contrario, simplemente por un interés político puntual. A esto ayer le llamó Fernando Clavijo en Onda Cero una inmoralidad. Queriendo decir, con razón, que la amnistía, tal y como la plantea el Gobierno, a cambio de continuar gobernando pese a haber perdido las elecciones, no es un planteamiento aceptable. Sin entrar en si es constitucional o legal, que por supuesto no lo es, con la legislación en la mano, lo que está claro es que moralmente impresentable. No es estético ni es justo ni es de recibo. Ayer la amnistía era implanteable, innegociable, pero de pronto sí lo es. No porque lo diga la Constitución, sino por ser condición sine qua non para seguir presidiendo cada martes el Consejo de Ministros. Una posición que, de estar sometida al Código Penal, será prevaricadora. Si no iba en el programa electoral, si el planteamiento en origen era el contrario, debería estar penado un cambio tan radical sin ser sometido al parecer de los españoles. Bien mediante nuevas elecciones, bien mediante un referéndum al respecto. Como hizo Felipe con la OTAN. Pero eso no ocurrirá. Hará lo contrario de lo que dijo y se quedará tan tranquilo. Cuatro años más en la poltrona bien valen retorcer el programa electoral y las promesas de campaña. Bien vale comprometer la consulta para la autodeterminación de la que habla Rufián y de la que viene a decir el de ERC, con plena convicción: dirán al final que sí como a los indultos, la sedición, la malversación y la amnistía. Cuestión de tiempo. Es apenas necesario que pasen unas semanas para ir acostumbrando al personal al discurso favorable. Argumentaran como Iceta. Que algún día hay que votar. Que votar es democrático, está avalado por el TC de Pumpido, por los juristas de Yolanda, por el nacionalismo y por Europa. Y dirán, además, que se puede ganar, como el referéndum pactado de Escocia. Se puede ganar, sí, pero también se puede perder, como el del Brexit. Los referéndums los carga el diablo. La gente a veces no vota por lo que se plantea en la pregunta sino contra el Gobierno. Como le pasó a Santos en Colombia y a Boric en Chile. Qué mejor que castigar al Gobierno votando en contra de la pregunta que propone el Gobierno. Tal es el peligro de frivolizar con un asunto tan serio. Los principios, en cuestiones fundamentales, deberían ser sólidos. Inalterables. Es mejor renunciar a gobernar que gobernar en contra de los principios que uno tiene o que dice tener. Salvo que en realidad no haya muchos principios, como es lo que en esta ocasión parece.