Política

Crisis en UPyD

«Rosa está acabada. El ego la ha perdido»

La líder de UPyD intentará aguantar como sea, aunque el cierre de candidaturas para el 24-M se hace imposible

Rosa Díez en los pasillos del Congreso
Rosa Díez en los pasillos del Congresolarazon

Nueve de la mañana del jueves, planta primera del Congreso de los Diputados. Allí se ubican los despachos del grupo parlamentario de UPyD y la reunión se prevé muy tensa. Una desolada Rosa Díez convoca a su núcleo duro, integrado por el jurista Andrés Herzog y el escritor donostiarra Carlos Martínez Gorriarán, el llamado «bulldog» por los críticos del partido. Las deserciones llegan en masa. Las últimas, las del asturiano Ignacio Prendes y la del aragonés Carlos Aparicio. «Nos minaban desde dentro y no nos hemos dado cuenta», afirma Rosa enfurecida ante una desbandada enorme y trasvases hacia la formación de Albert Rivera, Ciudadanos. «Son unos traidores», apostilla Gorriarán mientras su compañero Herzog, algo más comedido, apuesta por dar la cara y aguantar el temporal.

No muy lejos de estos despachos, con discreción, Toni Cantó formaliza su renuncia al acta de diputado. Curiosamente, algunos periodistas y funcionarios de la Cámara le felicitan. «Te vas con elegancia, sin apego al sueldo y al cargo», le dicen. El valenciano está algo emocionado al cerrar un capítulo de su vida y profesa su intención de volver a los escenarios, aunque todo el mundo conoce su buena relación con Albert Rivera. Mientras, en la sala de prensa, la díscola Irene Lozano asegura que formaliza una candidatura alternativa. Ella sí se queda y quiere dar batalla. Por unos minutos, Cantó y Lozano coinciden a las puertas del Congreso. ¿Pero qué está pasando?, les preguntan muchos. Su respuesta es clara: «Rosa está acabada, el ego la ha perdido».

Hace semanas, tras las elecciones andaluzas, la crisis en UPyD estalla con virulencia. Por los pasillos del Congreso, los diputados críticos acusaban a Rosa Díez de autoritaria y ególatra. Una guerra sin cuartel abre en canal al partido fundado por la política vasca hace ocho años. ¿Qué ha sucedido para el deterioro de una formación con grandes aspiraciones y una líder que llegó ser la más valorada de España? Según sus dirigentes, varios factores se arrastran desde hace tiempo y han aflorado tras el descalabro electoral andaluz. Nadie niega, incluso los más afines a Rosa, que su carácter y maneras personalistas de dirección, a veces escasamente pluralistas, son la clave del deterioro. «Cuestión de formas más que de fondo», aseguran.

Pero Rosa no se amilana y lanza el dardo: «Se han dedicado a montar una conspiración oculta para entregar nuestras siglas a Ciudadanos». Se muestra respetuosa con Cantó, quien fuera su ojito derecho, pero muy enfadada con Lozano. «Ha traicionado a quien la dio de comer y bebe», opinan los fieles a Díez. Mientras la dirigente vasca habla con algunos periodistas, siguen llegando un goteo de deserciones en Galicia, Castilla y León, Madrid, Andalucía. Un auténtico vendaval que deja noqueada a Rosa y los suyos. «Es una estampida en toda regla», dicen compungidos, olvidando que muchos de los que abandonan el barco ya preconizaban hace meses la unión con Ciudadanos. «No secuestraré mis principios y mis siglas, me siento engañada», insiste la presidenta de UPyD en el momento más duro de su vida política.

Lo cierto es que la crisis entre los llamados «rosáceos», afines a la presidenta, y los críticos se viene gestando desde hace meses. Empezó tras las elecciones europeas, cuando el entonces eurodiputado Fernando Sosa Wagner censuró las maneras de dirigir de Rosa Díez y abogó por la unión con Ciudadanos. Aquello provocó furibundos ataques hacia Wagner, un hombre de prestigio, elegante y educado, a quien pusieron a caldo, precisamente muchos de los que encabezan el ala crítica. Entre ellos, Irene Lozano, que lanzó ataques despiadados contra Sosa Wagner y se oponía frontalmente a la unión con Ciudadanos. Ahora, las cosas han cambiado. «Es la hija que quiere matar a la madre», afirman en el entorno de Rosa. Sin embargo, hacia Toni Cantó el tono no es tan duro. Piensan que, a pesar de todo, ha tenido más estilo.

Otra deserción que le ha llegado muy dentro a Rosa Díez es la de Luis de Velasco, portavoz de UPyD en la Asamblea de Madrid. En las últimas autonómicas el partido logró unos excelentes resultados y grupo propio. Velasco, un economista y ensayista que militó en el PSOE, al igual que Rosa, fue uno de los fundadores de la formación magenta, gran trabajador y azote infatigable contra la corrupción. Pero también se ha unido al clan de los fugitivos y ello ha dejado muy tocada a Rosa. «Era su gran puntal en Madrid y ahora esto se presenta muy difícil», admiten en su entorno. El diputado madrileño afirma que ya estaba cansado y desea dejar la política para retomar su vida profesional. El vacío que deja en una plaza emblemática como Madrid es enorme.

Rosa Díez nunca ha sido una política fácil. En su antiguo partido, y sobre todo en las filas del socialismo vasco, la calificaban de «mercenaria» cuando se resistió a dejar la Consejería de Comercio y Turismo del Gobierno Vasco bajo la presidencia de José Antonio Ardanza. «Entonces le hacía la pelota al PNV», dicen. Su enfrentamiento con el entonces secretario general del PSE, Nicolás Redondo Terreros, fue sonoro y compañeros de aquella época afirman que nunca estuvo de acuerdo en abandonar el Gobierno vasco. «Le gustaba la poltrona», añaden. Después, sería una gran fustigadora del nacionalismo y «Pepita Grillo» de la política estatal. Eurodiputada y competidora por la Secretaría General del PSOE con José Luis Rodríguez Zapatero, José Bono y Matilde Fernández en el congreso de 2000. Quedó la última. Desde entonces, según muchos compañeros socialistas, «Se le agrió el carácter y se hizo más mandona».

Pese a todo, fundó UPyD, se convirtió en la esperanza blanca y la líder más valorada de España. Su metamorfosis es increíble, pues hoy es una mujer contestada desde dentro, acosada desde fuera y con un partido que se desangra por momentos. ¿Qué tiene Albert Rivera, un recién llegado, que no tengamos nosotros?, se preguntan en el entorno de Rosa. Según expertos sociólogos, un aire fresco, carácter amable, no insultar a nadie. «Ahora resulta que para gestionar bien hay que ser simpáticos», ironizan. Lo cierto es que ante una crisis tan fuerte, los electores quieren «un poco de cariño», dice un experto en sociología política. Es la llamada «empatía», cuya carencia también se le critica en ocasiones a Mariano Rajoy. En el PP diluyen rotundos este argumento: «La experiencia, la buena gestión no puede ser sustituida por un voto al aire».

El horizonte es negro para esta mujer conflictiva, inestable y autoritaria, según sus detractores. «Sólo le gusta mandar y con malos modos», dicen en este sector. Por el contrario, para sus defensores es una política honesta, valiente y con coraje: «Ha sido la única en plantar cara a la corrupción y reafirmar la unidad de España». En su entorno añaden que en política unas veces se gana y otras se pierde, pero hay que saber estar «a las duras y a las maduras». Según ellos, es muy fácil apuntarse al carro de la victoria y no aguantar el tipo ante la derrota. A pesar de todo, la estrategia es aguantar el tipo, aunque la sangría de abandonos hace muy difícil el cierre de candidaturas a escasas semanas del 24-M y con un mazazo diario de díscolos en los medios informativos.

Algo que Rosa tampoco ha cuidado. Sus contactos con los periodistas siempre han sido ariscos. «Parece un ama de llaves dándote una regañina», opinan muchos cronistas parlamentarios. Sin embargo, en su entorno recuerdan que en sus tiempos de bonanza «bien que la cultivaban». Ahora, la procesión va por dentro, todos en UPyD piensan que el daño está hecho y ya nada será lo mismo. «No se puede tirar por la borda el trabajo realizado», insisten los fieles a Rosa Díez.

Lo que sí parece claro es que esta mujer nacida en Sodupe, Vizcaya, atraviesa un trance turbulento. Enérgica y mandona, ha perdido peso físico y político. Ella quiere resistir contra viento y marea, pero lo tiene crudo. Hasta uno de los todavía fieles lo dice gráficamente: «Rosa se está quedando en los huesos».