Curiosidades de Estrabón
Lo sabían todo, todos
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, persiguió a los que se atrevieron a denunciar la trama
Nos acordamos perfectamente del «momento mascarilla», ese vertiginoso instante en que necesitamos perentoriamente aquel objeto que no teníamos en los cajones. En la vida habíamos usado antifaces, salvo en carnaval, y ahora la vida dependía de ello. Era obligatoria en supermercados, escuelas, transportes, incluso en la calle. «Mascarilla», hasta la pandemia, era eso verde que usaban los cirujanos y el trapo blanco de los turistas japoneses excéntricos, y de repente, aprendimos a ajustárnoslas de formas diversas, a distinguir sus calidades y a buscarlas bajo tierra, porque no las había en las farmacias y hasta se trapicheaba con ellas. Yo las tuve de tela, de todos los colores, estampadas, de diseño y hasta con puntillas.
Fue en ese contexto que los listos hicieron dinero. Ya dice la máxima: lo que para unos es contratiempo, para los emprendedores es oportunidad. Y así fue que Koldo, el amigo de Ábalos, ministro de Transportes, y el resto de la pandilla tiraron de teléfono y empezaron a facturar. Si yo les entiendo, cómo no los voy a entender. Es muy español. Ya que había que conseguir mascarillas, por lo menos tirar de amigos. Lo que no contaban es que eran una panda de sinvergüenzas que trajeron material de quinta y lo vendieron a precio de oro. Ahora dicen Armengol, Montero, Ábalos que ellos no conocían esos detalles. Lo cierto es que los bandidos vendían a administraciones socialistas –sospechoso– y que ni Castilla-La Mancha, ni Aragón, ni Asturias cayeron en la trampa: identificaron perfectamente que el producto era malo. Justo los que más recelaban del aparato y de Pedro Sánchez.
Vamos a aceptar pulpo por animal de compañía y que, de entrada, Armengol no supiera que le daban gato por liebre en Baleares. ¡Pero es que después no reclamó, tardó tres años en reaccionar! ¿Y Montero? La ministra de Hacienda lleva persiguiendo desde entonces a los que se atreven a denunciar la trama. El 2 de febrero pasado, Inspección tributaria trasladó informe del «caso Koldo» a la Audiencia Nacional. Pues bien, el 5 de febrero se publicó en el BOE el despido del director de dicho departamento. Trece Televisión ha probado esta semana que María Jesús Montero castigó de este modo la colaboración con la justicia, que había recibido todos los datos que los inspectores de Hacienda habían acumulado desde 2020 sobre Soluciones de Gestión –la empresa de Koldo– y acerca de Víctor de Aldama, el conseguidor.
Ábalos y sus amiguetes son una viscosa mancha de aceite que implica a Salvador Illa, Francina Armengol, Ángel Víctor Torres y hasta la mujer del presidente, Begoña Gómez, íntima de Javier Hidalgo, CEO de Air Europa, una de las líneas que trasladó los envíos de mascarillas en aquel negocio redondo. De hecho, que Begoña conociese y tratase y se beneficiase laboralmente de los contactos con alguien cuya empresa fue rescatada con 600 millones de euros por el Estado es intolerable. Resulta muy difícil estos días no avergonzarse de que nuestro actual ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, nuestra actual presidenta del Congreso nuestro ex ministro de Transportes, nuestro ex ministro de Sanidad y nuestra actual «primera dama» formen una trama sucia. Algún día mucha de esta gente estará en el banquillo, pero ya habrán pasado los 1.265 días de mandato que Sánchez se atribuyó como margen restante de esta legislatura en Orense, en el primer fin de campaña de las elecciones gallegas. Ocurre lo mismo con la amnistía de Puigdemont. Es difícil que un forajido que ha negociado con Putin la integridad de Europa y que ha propiciado los ataques a los policías que han quedado inválidos de por vida, se libre de ser condenado por traición y terrorismo, pero para entonces Pedro Sánchez ya se habrá olvidado de la prestidigitación que suponía gobernar con delincuentes y corruptos y fingir no conocerlos.
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