Inmigración

El sueño migratorio de Brice: «Jugar al fútbol en España»

En medio del colapso que vive Canarias por la crisis de los cayucos, aún hay espacio para la ilusión de las miles de personas que arriesgan su vida para llegar. Un joven marfileño de 16 años cuenta a LA RAZÓN sus planes

Varios de los migrantes llegados a Canarias
Varios de los migrantes llegados a CanariasEuropa Press

«No sé si encontraré trabajo en Madrid, pero mi pasión es el fútbol». Brice Nabil es un abiyanés de 16 años con una meta en mente mientras coge el autobús a Arrecife (Lanzarote) este 26 de octubre. Se dirige a encontrarse con unos amigos y comprobar luego el estado de sus papeles en Montaña Mina, ya que baja. Actualmente vive en una residencia habitada por 14 menores migrantes en Yaiza y no está descontento, pero dice sentirse impaciente por llegar a Madrid y jugar al fútbol y demostrar todo lo que vale a Florentino Pérez.

Brice es uno de esos miles de migrantes africanos que han llegado recientemente a Canarias con un sueño. Y el suyo no es otro que ese, llegar a la Península y «jugar en un club español». Su preferencia por la liga española frente a otras como la inglesa la deja patente desde el minuto uno: «Me gusta más». Y es que este joven de Costa de Marfil reconoce que es, por el momento, su único plan porque «solo he estudiado y jugado al fútbol», aunque sí que deja claro que, en el caso de que se tuerzan sus planes, tiene «un amigo» en la capital de España que le puede ayudar.

El problema que tiene ahora, explica, es doble. Antes de llegar desde Marruecos, dejó su pasaporte en manos de un amigo marfileño con residencia en el reino alauí. Y cuando ha ido a llamarle con la intención de pedirle que se lo envíe porque lo necesita para hacerse los papeles, el amigo no contestaba al teléfono. Brice seguía llamando, el amigo sin contestar, hasta que se ha enterado de que el susodicho ha subido también a un barco con destino a Canarias, sin avisarle. «Ahora no sé en qué isla va a terminar, ni cuándo le voy a ver ni sé dónde está mi pasaporte».

La suya es una historia real, aunque Brice representa un sueño: cada africano tiene uno diferente cuando sube a un cayuco para acabar aquí. Otros se contentarían con tener un trabajo, o cualquier imagen que se hayan dibujado de los éxitos que llegarían con Europa. El de Costa de Marfil llegó a Lanzarote en verano y ahora espera con la paga de diez euros semanales que le ofrecen en el albergue, a ver si finalmente le conceden los papeles necesarios para coger el codiciado avión con destino a Barajas. Se lamenta en un momento dado de no alojarse en el centro habilitado para inmigrantes en el albergue juvenil de La Santa porque «allí dan a los que esperan entre 20 y 30 euros de paga semanal». Concluye que su sustento incluye el internet del móvil, duchas y comida.

La actual crisis de cayucos llegados a Canarias tiene a Brice como protagonista encubierto. Como él, hasta 27.800 inmigrantes venidos de África han sido rescatados en lo que llevamos de año mientras intentaban llegar a las islas, una cifra que se aproxima –y superará, con toda probabilidad– a las 31.678 personas rescatadas a lo largo de todo 2006. Preocupa en especial la capacidad de atención de las islas ante la avalancha actual, pero también la gestión realizada por el Gobierno a la hora de distribuir a los recién llegados en la Península.

Aunque los medios de comunicación no pueden acceder a los datos de nacionalidad de los inmigrantes, se conoce por canales no oficiales que la mayoría proceden de Senegal, con números menores de togoleses, guineanos y marfileños, entre otros. Y el motivo del aumento de llegadas desde Senegal y el resto de las naciones citadas se debería a una cadena de sucesos que afectan a la región.

A la crisis política que se vive Senegal desde el año pasado se le suma una situación económica a la baja que afecta a todo el continente africano como consecuencia de la crisis de coronavirus y de la guerra de Ucrania, y que se traduce en una subida de los precios de combustibles y alimentos, así como una menor oferta laboral; además, el rápido crecimiento demográfico en África, sumado al archiconocido «efecto llamada» que aumenta a medida que un mayor número de africanos comienzan una vida en Europa, facilita en términos proporcionales un crecimiento en las salidas en busca de un futuro mejor.

Íñigo Vila, director de emergencias de Cruz Roja en España, toma en consideración los números y establece las comparativas adecuadas para entender las magnitudes de la actual crisis migratoria. Toma como referencia la crisis de 2021, igual que hizo este jueves el ministro de Inclusión Social y Migraciones, José Luis Escrivá: «Echando la vista atrás, las mejoras han sido muy notables, pero es complejo planificar, nadie tiene una bola de cristal para adivinar cuándo se va a reducir el flujo o cuándo vamos a tener un periodo como este mes de octubre». Aun así, insiste, muestra satisfacción en lo referente a cómo ha evolucionado la gestión de las llegadas.

No niega que todavía queda recorrido: hay que mejorar la infraestructura del muelle de Los Cristianos en Tenerife, estandarizar aún más el modelo de cohesión entre Fomento, Interior y Defensa... Pero los avances respecto a 2004 (cuando la inmigración dejó de considerarse un «fenómeno» para tratarse como una cuestión recurrente en los sucesivos gobiernos) son innegables. De hecho, durante la entrevista con LA RAZÓN muestra una preocupación mayor por las llegadas a través de los aeropuertos de Barajas y El Prat. «Son más numerosas» de las que se cuentan en Canarias, dice, aunque los cayucos que arriban a las islas sean más «visuales».

Es cuestión de perspectiva. Mientras los llegados a Canarias suelen proceder de Mauritania, Marruecos y África Occidental, naciones que suman 465 millones de habitantes, los aviones conectan Europa con 54 naciones africanas y 1.500 millones de personas. Personas como Brice, o mejores o peores que él, con la oportunidad de hacerse con un visado turístico y tomar un vuelo de ida con un plan más o menos aventurado.

Quienes llegan en avión pueden considerarse afortunados. Quienes cuentan con el mar como única opción, escogen la ruta migratoria más letal de las que llevan a Europa, o tienen la suerte de presentar apenas unas pocas quemaduras causadas por la mezcla corrosiva del combustible y del salitre que se le han pegado a la piel durante nueve días. Vila no quiere dejar pasar la oportunidad para asegurar que «nadie saldría de su casa y se subiría en un cayuco a no ser que esté realmente desesperado», mientras toma en consideración el riesgo de la ruta marítima con la alternativa aérea que caracteriza el mundo global donde vivimos.

Es un viaje duro. Brice tuvo suerte, subió a un barco y menos de 48 horas después estaba en Lanzarote. Otros van a la deriva durante el número indeterminado de semanas que aguante cada uno. Luego mueren y su cuerpo desaparece.