Opinión
Tolerantes demócratas
La ausencia de 54 diputados fue una dejación de funciones
Ruego me disculpen en esta actitud crítica, pero resulta imposible evadirse sin comentar el inédito espectáculo al que esta semana hemos tenido que asistir. A una de las más bochornosas demostraciones de lo que es una intolerable dejación de funciones, el desprecio más elemental de respeto a los ciudadanos, a los principios, a las obligaciones, al incumplimiento con el mínimo de cortesía que se presupone a quienes han sido elegidos representantes de la ciudadanía española. Lógicamente me refiero al espectáculo ofrecido por los 54 diputados, exponente de una indigencia moral sin precedentes, que decidieron no asistir de la Jura de la Constitución de la Infanta Leonor, futura Jefa del Estado. Al conjunto de los parlamentarios de los grupos nacionalistas se unió en su ausencia la práctica totalidad del grupo parlamentario Sumar, entre ellos tres ministros del actual Gobierno en funciones, lo que convierte la afrenta en más sangrante aún. Una de las principales funciones de la Cortes Generales, y por ende de todos los parlamentarios, es la de representar al pueblo español, estando presente en aquellas actividades para las que son elegidos y reciben remuneración por ello. Pocos actos con una carga tan marcadamente institucional como este juramento, que precisamente consagra el sometimiento de la Jefatura del Estado a la Carta Magna porque, y no lo olvidemos, vivimos bajo la fórmula política de monarquía parlamentaria.
De igual modo, y ante esta falta del más elemental y mínimo respeto ante las Instituciones del Estado, cabría preguntarse si sus señorías van a percibir los emolumentos que les correspondan por haber decidido quedarse en sus casas - financiadas con los impuestos que todos pagamos-, en lugar de hacer lo que el más mínimo racionamiento lógico parece recomendar. Es más que probable que, desde esa altura moral que pretenden transmitir con su desaire, no demuestren la misma renunciando a los salarios o prebendas de las que disfrutan gracias, entre otras cuestiones, a esa fórmula política. El incumplimiento en sí es tan grave moralmente que no podemos dejar de pedir la renuncia al cargo para el que han sido elegidos.
Contrasta a su vez este comportamiento con el riguroso buen hacer, la meticulosidad y responsabilidad que la propia Princesa demuestra en su escrupulosa y perfecta formación, ejemplo sin parangón para los designios que nuestra Constitución le demanda. Sería deseable que al menos a sus señorías, “tolerantes demócratas”, ya que no se les exige saber leer ni escribir, se le pidiese formación elemental en ética y urbanismo. Tal vez así, se evitarían espectáculos como el denunciado.
Capítulo aparte merece la ausencia del Partido Nacionalista Vasco, habitualmente respetuoso en este tipo de actos a quien, tal vez el ascenso de EH Bildu está provocando una pérdida de rumbo, con adopción de posturas que tristemente alejan al partido de la cierta sensatez de la que hizo gala en el pasado y supone una prueba más de la peligrosa senda por la que transita la política española.
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