José Antonio Vera

Trasladarle sus obligaciones

Lo que molesta al podemismo es la mera existencia del Rey

SANXENXO (PONTEVEDRA), 19/04/2023.- El rey emérito Juan Carlos I saluda a su llegada este miércoles al domicilio de su amigo y anfitrión Pedro Campos, presidente del Real Club Náutico de Sanxenxo, en su segunda visita a España desde que decidió marcharse a vivir a Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) en agosto de 2020. EFE/Lavandeira jr
Juan Carlos I saluda a la prensa a su llegada a la casa de Pedro Campos Lavandeira jrAgencia EFE

Lo políticamente correcto ahora es insultar, ladrar, lapidar y machacar al Rey emérito. Si no lo haces con rotundidad, empiezas a estar mal visto. Y en este país somos mucho de destruir sin misericordia al que piensa algo distinto a la mayoría. De modo que pongas o leas el medio que pongas o leas, lo normal es tropezarse con una suerte de coro guacamayo que no perdona nada a este viejo Rey de 85 años, operado dos veces de cadera, dos más de columna, con varias prótesis injertadas, cáncer residual siempre latente y sometido a duras terapias de calmantes que no pocas veces le provocan problemas de coordinación y equilibrio. Don Juan Carlos es un anciano que, hoy más que nunca, necesita el apoyo y consejo de su familia, por muchos errores que haya podido cometer. Teniendo como tiene familia, es bastante incomprensible para los que también la tenemos que no pueda pernoctar en casa de sus hijos, algo perfectamente razonable que cualquier persona entendería. Para eso tenemos hijos y tenemos familia. Lo contrario es difícil de explicar y mucho más de razonar.

Hace unas semanas nos comentaba un relevante dirigente de la izquierda que es necesario buscar una solución consensuada para el Rey Juan Carlos. Despejado el horizonte judicial, que siga permanentemente fuera de España y exponernos a un desenlace vital en el exterior, sería algo complicado de digerir. Decía este sensato comunista que, cuando llegue el momento, Don Juan Carlos ha de tener un funeral de Estado con todos los honores, como no puede ser de otra manera, por mucho que eso moleste al Gobierno, a los socialistas, a los independentistas o a los podemitas. O incluso en su cercanía. No en vano fue impagable su papel político durante la transición, su incansable actividad exterior abriendo puertas y mercados a nuestros empresarios en Estados Unidos, Suramérica, Oriente Medio, China o Japón. Donde no llegaba el Gobierno de España, llegaba casi siempre Don Juan Carlos, amparado por los ministerios de Exteriores y Comercio de todos los gabinetes que hemos tenido, tanto socialistas como populares. En plena crisis de 2008, el hoy Monarca retirado tuvo una participación decisiva para conseguir que las empresas españolas se hicieran con las obras del AVE a la Meca, el Canal de Panamá, el suministro de locomotoras en EE UU o un mega-plan hidráulico en Colombia. Proyectos que permitieron mantener y consolidar miles de puestos de trabajo en nuestras empresas. Era su papel, cierto. También lo es que podía no haber hecho nada.

Da igual, en cualquier caso, porque lo que molesta en realidad al podemismo cogobernante es la mera existencia del Rey y la Monarquía, se llame como se llame quién está al frente de la Casa. Don Juan Carlos hizo cosas mal, es verdad. Pero si fueron indultados los golpistas del «procés» catalán, a los que se permite vivir en España y en sus domicilios, no se entiende este empeño por tratarle peor que a Puigdemont o Junqueras. La diferencia es que el Rey paró un golpe, mientras que estos lo dieron. No comprendemos algunos por qué hay que ser más indulgente con ciertos etarras con delitos de sangre que con el anciano soberano que coadyuvó a instaurar la democracia en este país.

La realidad es que si el emérito Monarca es más expresivo o extrovertido de lo que debiera en sus esporádicas visitas a España, es porque alguien está dejando de hacer bien su trabajo. Es tan simple y tan sencillo como trasladarle sus obligaciones. Como militar disciplinado que es, cumplirá sin dudarlo con el deber, pese a que ya no tiene cargo ni salario ni residencia. El problema aflora cuando nadie le dice nada. Y algo de esto sucede. Acribillar a insultos a quien por razones obvias no se puede defender, tampoco es un ejemplo a imitar. Solo que, como es lo que se lleva, decir lo contrario es temerario. Por políticamente incorrecto.