Oriol Junqueras
Jordi Turull, el hombre para el choque de trenes
Quienes conocen al cerebro oculto del referéndum le definen como «un radical sin cintura negociadora y con ganas de provocar».
«Ha hecho el ridículo». Así lo admiten en privado dirigentes del PDeCAT y Esquerra Republicana sobre la actuación de Jordi Turull con los guardias civiles que acudieron al Palau de La Generalitat para recabar documentación del «caso 3%». La verdadera versión de que nunca hubo un registro oficial echa por tierra la soflama del consejero de Presidencia y actual portavoz del Govern. «Quiso hacer una machada y le salió rana», dicen algunos críticos convergentes, muy molestos por la deriva de los acontecimientos. Pero Carles Puigdemont ha dado un gran poder y encargado personalmente el choque de trenes con el Estado a Jordi Turull i Negre, un fervoroso soberanista. Por la consejería de Presidencia pasan todos los secretos de la Generalitat, la coordinación del trabajo en el Govern, se mueven las fichas políticas y se planifica el desafío. Quienes bien le conocen lo definen como «un radical sin cintura negociadora y con ganas de provocar». Aseguran que en estos momentos es el hombre más próximo y de total confianza del presidente catalán.
Desde hace tiempo, Jordi Turull i Negre es el cerebro oculto del referéndum ilegal y las leyes de desconexión. Independentista convencido, no ha hecho otra cosa que vivir de la política. Nacido en Parets del Vallés, Barcelona, estudió Derecho en la Universidad Autónoma y sus compañeros de entonces le recuerdan como «un fajador disciplinado y ferviente nacionalista». Con tan solo dieciséis años comenzó a militar en las Juventudes de Convergència y a los veintiuno en el partido. Toda su experiencia de gestión se ciñe al mundo municipal, concejal en su pueblo natal, secretario de los ayuntamientos de Guber, San Vicent de Castellet, gerente de San Cugat del Vallés y miembro de la Diputación de Barcelona. «Era un líder oscuro, pueblerino, muy de la base», cuentan con cierto desdén antiguos convergentes, hasta que le llegó la oportunidad de medrar en el partido a la sombra de Oriol Pujol y Artur Mas.
Fue precisamente en la etapa del tripartito encabezado por el socialista José Montilla que llevó a Convergència a la oposición. Turull se arrimó a los auténticos jefes de entonces, un poderoso Oriol Pujol Ferrusola, el eterno «delfín», y el llamado clan de los «talibanes» por sus dotes de mando y radicalidad. Allí estaban el hijo del patriarca, Francesc Homs, José Luis Corominas, David Madí y un segundón Artur Mas a quien la imputación de Oriol Pujol llevaría al liderazgo del partido. Siempre a la sombra, este hombre menudo, con ceño fruncido y verbo envenenado se ganó la confianza de todos, fue diputado en el Parlament y ejerció como azote de Montilla. En abril de 2014 fue uno de los tres diputados designados por Mas para defender en el Congreso un referéndum sobre el futuro político de Cataluña. Cargó su intervención de tintes separatistas, hasta el punto de que aquel día algunos diputados de la antigua CiU le apodaron «el bulldog».
Desde entonces, Jordi Turull engrosó el «núcleo duro» de Convergència, participó en el giro estratégico de Artur Mas hacia la independencia y fue presidente del grupo de Junts pel Sí en el Parlament. Aquí trabó una estrecha relación con la número dos ERC, Marta Rovira, y diseñó la hoja de ruta secesionista, la consulta ilegal y las leyes de desconexión. Su cercanía a Esquerra hizo que Oriol Junqueras bendijera su nombramiento como hombre fuerte de La Generalitat, lo que causó recelos en la cúpula del PDeCAT, dónde no mantiene buena relación con Marta Pascal. De hecho, en enero de 2016, tras la refundación de Convergéncia, aspiró a la secretaría general del PDeCAT, pero después renunció lo que permitió la elección de Pascal como coordinadora general. Ahora, según fuentes del partido, ha impedido que Pascal sea la nueva presidenta de Junts pel Sí y colocado a otro de sus fieles, el también «talibán» José Luis Corominas.
Su estrecha relación con Carles Puigdemont viene por sus postulados independentistas y frecuentes viajes a Gerona. Turull es un avezado excursionista, apasionado de la montaña, buen conocedor del Ampurdán y el Pirineo gerundense, dónde coincidió a menudo con el entonces alcalde de la ciudad y entablaron amistad. Sibilino, se mueve bien en la intriga, entre cortinas y sombras. Sus defensores alaban su total entrega a la causa secesionista, mientras los detractores le tildan de «obediente y vasallo del que mande». Máximo exponente de lealtad a Puigdemont y el 1-O, su reciente conducta con la Guardia Civil ha creado malestar en el propio partido. «Turull nos dará tardes de toros», dicen algunos convergentes como prueba de su osadía escénica, casi folklórica y siempre victimista ante el asedio de Madrid.
Lo cierto es que, hoy por hoy, tiene mucho poder en La Generalitat, toda la confianza de Puigdemont y la batuta de la ofensiva soberanista. Aboga por un auténtico choque de trenes, defiende la llamada «caja de resistencia» para afrontar el control económico del Gobierno de Rajoy, quiere llevar el desafío hasta el final y opina que «la Constitución es una jaula para frenar la independencia de Cataluña». Tiene el encargo del presidente de vigilar con uñas y dientes «el procés», y muchos le atribuyen un perfil de «brazo armado» en la guerra sucia y las purgas que está habiendo en el Govern. Fuentes del partido apuntan al actual letrado mayor del Parlament, Antoni Bayona, como la próxima víctima ante sus críticas contra el referéndum ilegal. Si ello sucede, sería ya el tercer letrado mayor que cae por su oposición ante la consulta y deriva secesionista.
Sus convicciones independentistas, fidelidad a Puigdemont y estrecha relación con Esquerra Republicana han convertido a Jordi Turull en un feroz guardián del «procés». Algunos en el PDeCAT le ven como un perfecto escudo para Oriol Junqueras que, insisten, jamás firmará un papel que le inhabilite para ser el próximo presidente de La Generalitat. El núcleo duro del actual Govern piensa resistir, pero muchos convergentes recelan de la huida hacia delante de Puigdemont y sus lebreles. Opinan que mientras unos dan la cara y sufren el peso de la justicia, otros como Junqueras se van de rositas. En todo caso, Jordi Turull afronta un verano caliente con la segunda quincena de agosto en pie de guerra. Fecha del pleno del Parlament donde los soberanistas piensan lanzar el órdago final.
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