PP

El voto del PSOE se resiente por "la mayoría Frankenstein" mientras Feijóo va al alza

El PP crece a costa de devorar el espacio de Ciudadanos, comer una parte de Vox y picotear en el voto socialista más moderado

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo
El líder del PP, Alberto Núñez FeijóoFernando SánchezEuropa Press

El choque de esta semana entre el PSOE y Podemos por el 8-M golpea en el punto más débil de la estructura electoral socialista porque, precisamente, los socios del Gobierno son hoy el principal lastre de las siglas del PSOE ante los próximos procesos electorales. Y esto no es que lo digan los barones del PSOE, que sí llevan tiempo sosteniéndolo, aunque su opinión pese muy poco en Moncloa, sino que lo están advirtiendo los estudios demoscópicos que manejan en la «cocina» electoral del presidente del Gobierno.

Quedan menos de cien días para las elecciones autonómicas y municipales, y nueve meses para que se celebren las elecciones generales.

En las últimas generales de 2019 no se sometió al refrendo de los ciudadanos la alianza de la izquierda con el independentismo, ni siquiera entre el PSOE y Podemos. Pero esa alianza de la izquierda con ERC y Bildu se ha hecho ya estructural ante los ojos de los votantes.

Y esta circunstancia es una de las fuentes de mayor incertidumbre en las proyecciones de voto del PSOE para este ciclo electoral cuando el «efecto Feijóo» aparece como consolidado en todas las encuestas. El PP crece a costa de ocupar prácticamente en su totalidad el espacio político de Ciudadanos (Cs), morder en el de Vox, y, además, gracias a su capacidad para penetrar en el voto socialista más moderado.

Fuentes gubernamentales reconocen que la imagen de «alianza estructural» entre la izquierda y los independentistas, la llamada «mayoría Frankenstein», introduce una variable fuera de control en estas elecciones porque la competencia ya no es entre el bloque de la derecha (PP y Vox) y el de la izquierda, sino entre el de la derecha y la izquierda más el secesionismo.

Según el territorio, esta condición puede tener un mayor coste sobre el PSOE, pero la caída de los socialistas en las estimaciones de voto anula, por completo, cualquier intento de lavar su imagen ante la cita con las urnas marcando distancias con quienes son sus socios imprescindibles para seguir en el poder. A Podemos, sin embargo, este entorno no le penaliza, porque su electorado lo asimila con plena normalidad.

Hace alrededor de un año que las encuestas internas que manejan los partidos coinciden en señalar que hay aproximadamente más de medio millón de votantes socialistas que manifiestan su intención de votar al PP.

Es decir, que las advertencias de los barones coinciden con los datos que Moncloa tiene encima de la mesa: en la medida en que el PSOE no sea capaz de limitar el coste electoral de su política de alianzas tendrá más difícil revalidar el gobierno. A nivel nacional, pero con un impacto, que está por medir, también en el plano autonómico. Los principales barones no quieren al presidente Pedro Sánchez en sus campañas porque los votantes le identifica con el pacto con los independentistas.

Ante este obstáculo, los «fontaneros» de Moncloa se aferran a la consigna de que su gestión económica compensará el coste de su política de alianzas, y que en el último momento su votante más crítico con los compañeros de viaje acabará dándoles su apoyo en las urnas.

En esta tesis se sostiene un argumentario que insiste en que los problemas de España se deben a factores externos y no de las políticas del Gobierno de coalición; que España ha aguantado mejor que otros países de nuestro entorno el impacto de la crisis de la pandemia y de la guerra de Ucrania; y que la política social del Ejecutivo ha ido dirigida a atender, precisamente, a su masa de votantes, las clases medias y trabajadoras frente a los «ricos».

Pero sobre estas consignas se imponen fuera de los focos los datos de los informes demoscópicos, que dicen que la diferencia entre la izquierda y la derecha está hoy en el nivel de los 10 puntos. Y que para dar la vuelta a este esquema cada vez le quedan al PSOE menos «bazas» por jugar.

Una de ellas es intentar que suba Vox, y que esto haga que el PP no sea la fuerza más votada, como sostienen hoy todas las encuestas. La otra vía, aguada, hasta ahora, por los socios, es la de suavizar el impacto de la mayoría Frankenstein sobre su electorado, pero es un camino en el que ni ERC ni Podemos, principalmente, están colaborando. Más bien al contrario, ya que necesitan potenciar su radicalidad en Madrid para hacerse valer ante sus respectivos electorados.

Otra baza a favor del PSOE es Cs. La formación naranja es una amenaza para el cambio en favor del PP en plazas tan simbólicas como Aragón o Valencia. Los votos que se vayan para sus siglas parecen condenados a no llegar a tener representación parlamentaria, pero sí pueden influir negativamente sobre las expectativas de la derecha al convertirse en votos perdidos para formar un nuevo Gobierno.

Cs ya no tiene un mando nacional con capacidad de decidir sobre los territorios ni en política de alianzas ni tampoco en cuanto a posicionamiento político.

Esta pasada semana sorprendió siendo la fuerza política que salvó «in extremis» el veto en el Senado a la ley para el Bienestar Animal de la coalición «progresista», y que tanto rechazo provoca en el mundo rural.