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Casa Real

¿Y ahora qué?

La Razón
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Hubo un tiempo en el que los reyes morían con las botas puestas. ¡El rey ha muerto, viva el rey!, gritaban los cortesanos franceses ante el cadáver insepulto del monarca fallecido, y en presencia del heredero convertido en rey, como símbolo de la permanencia y continuidad de la institución. Lo resumió Luis XIV en una de las últimas frases que pronunció antes de extinguirse: «Me voy, pero el Estado permanece». Pero los tiempos cambian y ahora no se es rey hasta que la muerte separe a su Majestad de sus súbditos. Alberto II de Bélgica, Beatriz de Holanda, o incluso el ex papa Benedicto XVI son testimonios de ello. Los reyes –y los papas- ya no se mueren, se jubilan. Salvo, claro está la reina de Inglaterra.

Los españoles no somos expertos en abdicaciones regias, porque hay pocos precedentes. La abdicación de Carlos I en su hijo Felipe II de la Corona hispánica –no así del cetro imperial que ostentó hasta su muerte-, la de Felipe V en Luis I, efímera porque tras la muerte de este último nuestro primer Borbón volvió a acceder al trono, y la del pobre Amadeo de Saboya, cuya abdicación sumió al país en un proceso de degeneración política que casi acaba en desintegración con el pintoresco episodio de la rebelión cantonal. No ocurrirá lo mismo con el reinado de Don Felipe VI, que asegura la normalidad constitucional a sus 46 años en un momento decisivo de nuestra historia porque el nuevo rey se ha mantenido al margen de los últimos escándalos que han afectado al prestigio de nuestra monarquía. Y es que las dos grandes ventajas de la monarquía frente a la república son: que la sucesión en la Jefatura del Estado es automática, y no el producto de un combate político partidista, y que el sucesor está educado desde su nacimiento para ejercer la función real. Y ahí están los 39 años de reinado de Juan Carlos I, frente a los efímeros mandatos de Estanislao Figueras, Francis Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Emilio Castelar, Niceto Alcalá Zamora o Manuel Azaña, que en la mayor parte de los casos pasaron por la Jefatura del Estado sin pena ni gloria.

Resta por saber qué ocurrirá con Don Juan Carlos tras la abdicación. La Constitución española en su artículo 57.5 establece que las abdicaciones y renuncias deberán resolverse por una ley orgánica, que el gobierno ha tenido que improvisar a toda prisa para regular el proceso abdicación. Algo cuando menos sorprendente en una de las monarquías más viejas del mundo. Como hecho jurídico que afecta de manera relevante a la Monarquía española, la abdicación deberá inscribirse en el Registro Civil de la Casa Real, con arreglo a lo dispuesto en el Real Decreto 2917/1981, de 27 de noviembre. Por lo demás Don Juan Carlos seguirá siendo parte de la Familia Real pero sin funciones constitucionales. Eso si seguirá manteniendo su condición de aforado, según acaba de manifestar el Gobierno. Y por lo que se refiere al título que ostentará tras su abdicación, existe el precedente del Real Decreto 1386/1987, de 6 de noviembre, sobre el Régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes, gracias al cual a Don Juan de Borbón se le permitió utilizar vitaliciamente el título de conde de Barcelona, con tratamiento de Alteza Real y honores análogos a los que corresponden al Príncipe de Asturias. Situación que Don Juan ostentó hasta su muerte ocurrida en 1993. Saber retirarse en el momento preciso es un gran acierto. Y por ello, no cabe duda de que Don Juan Carlos I, a pesar de los avatares sufridos por la Corona en los últimos tiempos, pasará a la historia como uno de los personajes más decisivos de nuestra historia, lo que le hace sin discusión merecedor de nuestra eterna gratitud. De hecho es probable que en el momento de ceder los trastos a Don Felipe VI, Don Juan Carlos tenga presentes las palabras con las que su padre, concluyó el discurso por el que renunció a sus derechos dinásticos a su favor un 14 de mayo de 1977, asegurando de este modo la plena legitimidad dinástica de una Monarquía entonces recién salida del franquismo: «¡Majestad, por España, todo por España, viva España, viva el Rey!».