Carlos Saura
Carlos Saura, Bertín Osborne, las lesbianas y el feminismo. ¿Qué podría fallar?
Hola, libertad de expresión. ¿Dónde estás, que no te veo?
A mí, que un señor de 87 años diga que cada vez hay más lesbianas por culpa del feminismo, no me parece sintomático de nada. Me parece una tontería enorme que no hay por dónde cogerla y ya está. A otra cosa. Posiblemente, si fuera mi abuelo, le susurraría un cariñoso “anda, abu, calla” y le estamparía un beso con mucho ruido en la mejilla. Pero lo ha dicho Carlos Saura en una entrevista, entre otras muchas cosas, y las superfeministas se han echado las manos a la cabeza. Supongo yo que es porque, en sus casas, sus abuelos son todos igual de feministas que ellas y, a sus ochenta y tantos, leen a Kate Millet y a Simone de Beauvoir y utilizan un meticulosísimo y comprometido lenguaje inclusivo, sin saltarse una sola “e” final en los genéricos, para pedir el Sintrom, que ya le toca.
También Bertín Osborne ha tenido su momento de gloria por decir que en España no hay un solo derecho fundamental que no tengan las mujeres. Enseguida ha sido tachado de machista (incluso a Rufián y Julia Otero les ha faltado tiempo para criticarle) y él ha contestado con un vídeo, pelín sobreactuado, con el que pretendía explicarse, pero que ha conseguido el efecto contrario. Todo esto aliñado con fragmentos sacados de contexto de entrevistas de hace treinta años, titulares amarillistas, réplicas y contrarréplicas. Con bien de hashtags, retwitteos y likes. Que la lucha es justa, pero no es gratis.
Todo esto se quedaría en anécdota, en tontadita de la semana, si no fuera porque viene siendo ya demasiado habitual que la turba violeta se movilicen en tromba ante la más mínima declaración de cualquier personaje mediático que no se pliegue a su discurso. El propio Carlos Saura, en la entrevista de la discordia, manifestaba su temor a pronunciarse sobre estos temas. Y lo ocurrido no hace sino darle la razón. Me pregunto también el motivo por el cual la periodista decide interrogarle sobre el feminismo de manera insistente (hasta en cinco ocasiones las cuestiones tienen que ver con este tema) y la respuesta que se me ocurre no es benevolente con ella.
Si atendemos a la cantidad de personajes mediáticos que se han visto envueltos en la polémica por hacer declaraciones que, alejadas de la línea marcada por este feminismo de salón y pandereta, son susceptibles de recibir la etiqueta de machistas o misóginas, clama al cielo. Desde Arturo Valls a David Suárez, Carlos Herrera, Fran Rivera, Pablo Motos... La lista es interminable y, en muchas ocasiones, las frases en sí han sido sacadas de contexto y aisladas para que se ajusten a lo que alguien quiere que parezca que dicen. ¿Por qué tanto empeño? ¿A qué viene el esfuerzo? Casi puedo imaginarme a una cáfila de becarias mal pagadas con uniforme morado leyendo y visionando atentamente todo aquello que diga cualquier varón blanco y hetero y que, convenientemente presentado, pueda servir de mecha. Como oompa loompas pendencieras de un precioso tono malva y muchas ganas de justicia. Me reiría si no fuera porque se lo toman muy en serio.
Tan en serio que la coalición valenciana Compromís proponía en el Senado tipificar como delito la banalización o negación de la violencia machista. Es, poco más o menos, venir a decir que si no piensas como ellos en este tema y, además, lo manifiestas, estarías cometiendo un delito.Y así es como personas a las que presuponemos inteligentes pretenden resolver cualquier discrepancia: denuncia mediante. Se acabaron los tiempos en los que un problema moral o un desacuerdo se podía resolver mediante el debate, la reflexión, el estudio y el intercambio de ideas. Ahora preferimos alejarnos de la intelectualidad y, enarbolando una emocionalidad que nos eleva, judicializar al disidente. Hola, libertad de expresión. ¿Dónde estás, que no te veo?
En estadística, para evitar que la media aritmética se vea afectada por valores extremos que desvirtuarían el resultado, se suelen eliminar estos y utilizar el resto. Por poner un ejemplo, en una clase de diez alumnos donde uno ha logrado una nota de uno en el examen final y otro un diez, y el resto ha obtenido resultados que oscilan entre el cuatro y el ocho, eliminaríamos el uno y el diez y calcularíamos la media aritmética, mucho más ajustada a la realidad, a partir del resto de los valores. Bien, pues yo creo que ha llegado el momento de hacer algo parecido, aquí y ahora, con las declaraciones de personajes públicos sobre feminismo. Propongo no prestar atención a las Doleras y las Valeras, con sus “nos están matando”; y tampoco a los Osborne y Sauras, con sus “todas lesbianas”. Creo que entre el histerismo esquizofeminista y el casposo galán trasnochado, entre las tetas lilas al aire como protesta ante todo y el premasturbatorio póster de taller mecánico de los setenta, entre el “machete al macho” y el “la maté porque era mía”, hay todo un abanico de opiniones, consideraciones y matices interesantísimos y enriquecedores. Pero, por la razón que sea, estamos a uvas, perdiendo el tiempo con estúpidas disquisiciones que, dada la profundidad y solidez de los argumentos en uno y otro bando, y ajustando la respuesta a ellos, se podrían haber solucionado hace tiempo con un “rebota, rebota, y en tu culo explota”.
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