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De qué hablamos cuando nos referimos a hijos emperadores

Un experto en mediación familiar analiza las claves de la educación de hoy en día

De qué hablamos cuando nos referimos a hijos emperadores
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Antonio Galindo, psicólogo experto en conflictos familiares analiza cómo han cambiado los roles entre padres e hijos y cómo esto ha influido de manera positiva y también negativa en la eduación de los adolescentes.

Emperador es el soberano de un imperio. El Imperio abarca muchas zonas y también muchos vasallos. Pareciera que el imperialismo solamente se aplica al ámbito geopolítico pero a nivel psicológico tiene mucho que aportar a las relaciones que mantenemos. Voy a centrarme en la relación de padres e hijos. Soy Antonio Galindo, psicólogo y director de Asemo, asesores emocionales.

No siempre la educación de los niños estuvo organizada como ahora lo está (en centros educativos y por niveles) sino que enseñar y aprender eran motores inherentes a la comunidad unida a la tierra y el trabajo. En ello estaban implicadas las familias completas incluyendo a los abuelos, los padres, los vecinos... La educación consistía en transmisión de destrezas, de técnicas, oficios y especialidades, estaba basada en tradiciones orales, de tal manera que la interacción de los adultos con los niños era la fuente primordial de aprendizaje, incluido el trabajo. Siguiendo el símil de lo que es un imperio, la soberanía de lo que los niños aprendían estaba en la comunidad y también en los padres. Los hijos asumen la dinámica que la tradición impone y se relacionan con sus transmisores adultos.

Con la progresiva organización de escuelas y centros se separa la enseñanza de la familia. Accedemos a la regulación de un modelo educativo que introduce un mediador entre padres/comunidad e hijos, el Estado. Mientras los padres trabajan los niños son enseñados, ya no mediante la tradición de la comunidad, sino con profesionales que son técnicos de mantenimiento, a nivel ideológico, del propio Estado. Este cambio educativo aparentemente inocuo implica una transformación enorme en el aspecto que nos interesa y que voy a denominar la autoridad moral de los padres. Al existir una enseñanza organizada, ya no son los padres ni la comunidad a la que pertenecen los niños quienes cumplen la función de fuente de transmisión fundamental, sino que el aprendizaje de los hijos es competencia ahora de los técnicos de mantenimiento del sistema educativo. Retomando el símil del imperio, la zona de aprendizaje de los hijos ya no pertenece a la tradición comunitaria sino a los mediadores educativos, entrando a desempeñar los padres, sin reparar en ello, el rol de vasallaje al Estado en aspectos de enseñanza. De hecho, la inquietud de los padres por ser responsables de la educación de los hijos es un fenómeno relativamente reciente.

De lleno en nuestro siglo XXI, hablar de autoridad moral es algo que los padres dan por supuesto que tienen cuando no la tienen. La autoridad se basa en dedicación, no se supone sino que se gana cada día. Depende de la interacción y la perseverancia. Los padres suelen suponer que, por el mero hecho de ser padres, esto ya es suficiente para tener autoridad y ser respetados, pero tal pensamiento es un grave error dado que las influencias externas a la familia desafían la autoridad de los progenitores a cada instante. Al haber poca interacción entre padres e hijos (porque los unos trabajan cuando los otros estudian) y también poca perseverancia en los adultos para compartir su sabiduría con los niños, los hijos ponen a prueba si los padres son seres humanos con valores y principios o bien facilonas siluetas de carne y hueso que renuncian a enseñar porque han delegado en los mediadores docentes la noble dedicación de acompañarles. Aunque el emperador del aprendizaje cambió de la comunidad a los centros educativos organizados, los hijos siguen siendo hijos de unos padres que no valoran la enorme capacidad de influencia que tienen.

Autoridad es la capacidad de influencia que tienen una madre y un padre que les viene de la credibilidad ante su hijo. Esta credibilidad la reconoce o no el hijo, no se puede forzar pues no se otorga de cualquier manera. En la actualidad, el padre y la madre, de manera literal, han de competir con la influencia de los técnicos de mantenimiento del sistema y con la credibilidad que tienen los amigos de los hijos para éstos. Por lo tanto, si los padres no son seres humanos con valores visibles y gran capacidad de dedicación a los hijos, se exponen a que los hijos sólo tengan credibilidad hacía los elementos externos a la familia. Tal panorama lo vivimos de manera cotidiana: los progenitores que han delegado la educación de sus hijos exclusivamente en los centros educativos se lamentan de no tener soberanía en su imperio, el imperio de su casa. Lo que implica situaciones en las que los hijos son los emperadores y los padres los vasallos. El vasallaje es una relación de sumisión, de complacencia y de consentimiento de los padres a los hijos en donde los roles de influencia se han invertido dentro del imperio doméstico:

- Donde un adulto debería poner límites, pero no lo hace, es el hijo quien controla mediante la exigencia o el capricho. Padre o madre, con tal de no confrontarle, entran en el consentimiento del emperador-hijo.

- Donde hay padres separados, un hijo aprovecha el resquicio de la falta de autoridad de un progenitor para conseguir lo que quiere porque ya lo logra con el otro progenitor.

- Ante un tema de fracaso escolar, depresión o uso de drogas del hijo, los padres se asustan y consienten al hijo por temor a que la situación vaya a peor. Es entonces el tirano que vive en el hijo quien impone sibilinamente la ley dentro del hogar familiar.

- El efecto del hijo emperador se nota también en la relación instrumental que tienen los hijos con los padres, donde los menores consideran a los adultos estrictos proveedores de sus necesidades egocéntricas y ¡ay del progenitor que no se atreva a cumplir con sus expectativas! Es el mecanismo del derecho auto-arrogado que el hijo ejerce ante su padre o madre-siervos. Si no, no es un buen padre o una buena madre y por supuesto se permite el lujo de sentir que no le quieren. Se trata del chantaje que subyace indefectiblemente a cualquier relación de sumisión.

Los padres cambiaron de rol a lo largo de los tiempos: de ser acaso emperadores en la comunidad pasaron al vasallaje hacia la enseñanza organizada. Y ahora, en muchas ocasiones, son vasallos de los hijos. Al haberse invertido los roles entonces la relación de un hijo hacía un progenitor complaciente se convierte en relación de desprecio y, por supuesto, de puro uso y falta de respeto.

¿Podemos hacer algo al respecto?

Por supuesto.

Un padre y una madre pueden restablecer la relación de tiranía que el hijo mantiene rehabilitando su capacidad de influencia y aprendiendo a ejercer la autoridad moral:

1. La autoridad moral se basa en principios y valores. Valores como el dar ejemplo, la firmeza y la integridad son piezas clave en la rehabilitación personal de los adultos progenitores.

2. Posteriormente, de cara a los hijos, es fundamental poner límites. Lo primero es ser sensibles a la violencia que el hijo pueda estar ejerciendo en ellos. No permitir el mero uso que el hijo pretende hacer con los padres sino llegar a acuerdos a intercambios, poner condiciones en donde los hijos son parte de la toma de decisiones.

3. Es importante negociar deseos pues a veces los hijos creen que los padres son pozos sin fondo que no tienen necesidades y que pueden dar todo a cambio de nada.

4. El acompañamiento, la presencia física y la dedicación son los protagonistas más tarde. No es tarea de los centros educativos el aprendizaje moral de los hijos, sino que este es el sagrado rol que tiene la familia. Comprometerse con el bien común dentro de casa, el desarrollo de relaciones saludables y de buena convivencia se inicia en los progenitores y los hijos toman el testigo de ello para incorporarlo a sus vidas.

El imperio del hogar se restablece a modo de un viaje apasionante cuando involucra a todos, salpica de vida a la familia y representa a cada uno. Lo notamos cuando la complicidad, la confianza y el buen humor vuelven a casa.

¿A qué estamos esperando para conseguirlo?

Sobre Antonio Galindo

Antonio Galindo es psicólogo y pedagogo. Especialista en acompañar a familias, parejas y personas en procesos de mediacion donde se reestablecen relaciones conflictivas y de desencuentro.

Es director de Asesores Emocionales desde el año 2000 y combina la psicología clínica con la consultoría en empresas