Literatura

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El león que se hizo vegano y de zampar antílopes, pasó a pastar hierba

Un libro para niños veganos en los que el león se arrepiente de ser “malo” y pasa a comer hierba

El león que se hizo vegano y de zampar antílopes, pasó a pastar hierba
El león que se hizo vegano y de zampar antílopes, pasó a pastar hierbalarazon

Acaba de salir un libro en Estados Unidos que se llama “Un león extraordinario” que narra las aventuras de un simpático león que sufre una crisis de valores espirituales y se da cuenta de que matar a otros animales está muy feo, es sangriento y no mola y entonces va y se hace vegano. ¿Qué tal? Maravilloso. Ah, y encima como hierba. Mira, como las vacas.

¿Se acuerdan ustedes de aquél poema de Goytisolo donde había un lobito bueno, un príncipe malo y una bruja hermosa? ¿Recuerdan que, cuando Pablo Iglesias anunció que iba a ser papá por primera vez, colgó en su muro de facebook que se imaginaba cantándole (como en soporífero Paco Ibáñez) a su futuro hijo esa canción por las noches? ¡Qué tierno! La izquierda, siempre tan idealista, intentando cambiar el mundo y haciendo a los piratas honrados y a los reyes muy malos. ¿Por qué será? El tema es que ahora ha salido en USA (pero en breve estará por aquí, seguro) un libro hecho para veganos sobre un león que, arrepentido de lo malo que era por cazar animales y zampárselos, se convierte en vegano y pasta hierba. ¡Mira, como las vacas! No me digan que no es maravilloso.

De todas las cosas buenas que los seres humanos podemos poseer, una es la libertad. Sin ella nos despojamos del auténtico sentido de la vida. Tomar decisiones y asumir las consecuencias es parte de tener libertad. Y los adultos debemos respetar que todos disfrutemos de ella, lógicamente si en el uso de esta no perjudicamos a nadie. No seré yo quién critique a ningún padre sobre cómo educa a sus hijos. Todos, sin excepción, tratamos de transmitirles los valores en los que creemos. Otra cosa es que luego nos salga el tiro por la culata. Que, por cierto, suele pasar bastante a menudo. La rebeldía, ya saben

Así que, cuando te conviertes en padre ejerces esa libertad y educas a tus hijos como mejor crees. Tanto derecho tienen los padres a educar en la fe católica como en el ateísmo, a ser vegetarianos o a no comer los viernes carne roja. Son decisiones tomadas en libertad y, si no perjudican a los hijos, no deberían escandalizarnos.

El problema viene cuando, en defensa de tus creencias, perjudicas a tus hijos, ya sea en su salud, ya sea contándole un mundo irreal, imaginario en tu cabeza y que, por muy pequeño que sea, terminará descubriendo que es una farsa. No es lo mismo hacerles creer en los reyes magos o en las hadas que tratar de convencerlos de que los leones comen hierba solo porque eres vegano y quieres que ellos también lo sean.

La literatura, es verdad, tiene patente de corso para imaginar el mundo como quiera. Por esa parte nada qué decir. Ahora bien, no hay que tener muchas luces para darse cuenta de que el libro de marras lo que busca es el adoctrinamiento. No pasa nada, yo no me escandalizaría ni siquiera por eso. Pero no puedo parar de reírme al ver qué tipo de artimañas pueden llegar a desarrollar aquellas personas que convierten una ideología, la que sea, en una verdad única y absoluta.

Recuerdo que un día mi hija mayor, de 8 años, vino emocionada a contarme que había estado en el campo viendo a unas “lindas terneritas tomando la leche de su mamá, la vaca”. Y le dije si sabía que esas lindas terneritas eran los filetes rojos que tanto le gustan. Se cabreó bastante conmigo y tuve unos minutos de duda sobre si estaba siendo un poco Cruella de Vil pero la verdad de lo que comes es importante si quieres ser coherente, consciente. Ella adora a los animales y no quiere que los maten, pero le flipan los filetes de ternera. Ya. Una decisión compleja que, en cualquier caso, solo puede tomar si sabe la verdad.

Es verdad que los niños crecen viendo dibujitos animados donde los animales hablan. Ok. Enseguida se dan cuenta de que eso no es así. Pero ¿ustedes qué piensan? ¿No resulta un poco ridículo contar una bola de semejante tamaño única y exclusivamente para justificar tu decisión de ser vegano?

Lo cierto es que la contemplación de la naturaleza arroja una verdad indiscutible: es cruel. Es, como bien nos explicó Simba en el Rey León, el ciclo de la vida. Aquí hay una cadena y lo cierto, por mucho a esos papis veganos les moleste, es que los leones matan a los antílopes y todo lo que tenga carne si se pone a tiro. Tienen la costumbre de comer, los pobres.

Nosotros tenemos un perro de caza en casa que está muy bien educadito, pero hay que ver cómo se pone el tío cuando ve en medio del monte un conejo. Oye, ni media piedad. Un día se nos ocurrió llevarlo a una casa rural dónde había gallinas. Les ahorraré los detalles, pero contienen sangre. Y claro, mis hijas no pudieron parar de llorar horrorizadas ante semejante espectáculo. ¿Ese perrito tan mono que llora de emoción cuando llegamos a casa se había convertido en un asesino de repente? No, simplemente salió su instinto, su naturaleza, la que reprimimos dándole bolitas de pienso que se come porque no se quiere morir de hambre.

Los leones no comen hierba, no se hacen amigos de los humanos como sugiere la pastelosa película Mía y el león blanco que fui a ver con mis hijas. La naturaleza, no sé si sabia, no contempla las cursilerías de los que parece que descubren la bombilla dejando de comer alimentos que provienen de los animales. Y cuando una vaca pare quién cuida al ternerito no es el toro, sino ella. Ya, es un poco machista, qué le vamos a hacer. Pero es lo que hay. También es otra realidad incontestable que una leona, por ejemplo, puede destrozar a cualquiera que se acerque a su camada. Y sin embargo las humanas (no todas) toman como algo normal enviar al recién nacido al nido.

La naturaleza es agresiva y la vida de un animal en libertad siempre está en constate peligro porque prácticamente todos tienen depredadores. Y así tiene que ser. No sé, habría que empezar por explicarle a los que han escrito este libro que todo está tan conectado que si desaparecen las abejas nos morimos todos los demás. Pero no sé, qué pereza. Me temo que la intención de tan meloso texto no tiene como objeto dulcificar nada sino más bien, convencer a los niños de que comer carne, huevos, pescado etc, es malo. Tanto que hasta los leones se están empezando a dar cuenta de ello. Pues nada, a pastar.