Reconquista

Así era el héroe que liberó a Vigo de los franceses rompiendo a hachazos la puerta de la ciudad

Soldado precoz y guerrillero tenaz derribó la defensa con tres balas en el cuerpo antes de recibir un cuarto tiro

Traslado de los restos, Porta Gamboa (Vigo).
Traslado de los restos, Porta Gamboa (Vigo). Concello de Vigo

Por las calles empedradas del casco viejo de Vigo resuena, cada 28 de marzo, un eco antiguo, un latido popular que retumba a historia y a fiesta: la Reconquista. Una celebración que recuerda, sí, que la ciudad fue la primera en vencer a las tropas de Napoleón; pero que retrotrae, al menos para los más viejos, a una figura inolvidable, un héroe que no buscó gloria ni méritos, pero que encontró ambos en el filo de un hacha, en la sangre derramada y en la voluntad irreductible.

Ese hombre fue Bernardo González del Valle, más conocido como Cachamuíña, el militar gallego que encabezó el asalto a la Porta da Gamboa y ayudó a reconquistar Vigo de manos del ejército napoleónico en 1809.

Nacido en 1771 en una aldea orensana que dio nombre a su apodo, Cachamuíña respiró pólvora desde joven. Hijo de militar, alcanzó el rango de subteniente con apenas veinte años y pronto se vio envuelto en las campañas contra los ingleses, desde el Bidasoa hasta Ferrol. Su ascenso fue meteórico, empujado por la valentía que haría de él una leyenda.

En la Guerra de la Independencia forjó su mito. Con Galicia sometida y la villa de Vigo en manos francesas desde el 31 de enero de 1809, el pueblo -hastiado de promesas incumplidas y abusos- se levantó. En aquel movimiento espontáneo, Cachamuíña se sumó a las milicias locales, bajo el liderazgo de Pablo Morillo. En la noche del 27 de marzo, se desencadenó el ataque definitivo.

Bernardo González del Valle, más conocido como Cachamuíña.
Bernardo González del Valle, más conocido como Cachamuíña.Concello de Vigo

La historia cuenta que en la Porta da Gamboa un pescador, el marinero Carolo, intentó romper el portón con un hacha antes de caer abatido. Fue entonces cuando Cachamuíña recogió el arma del suelo y, a pesar de recibir hasta tres disparos, logró derribar la puerta, permitiendo la entrada de los rebeldes. Aún recibiría una cuarta herida que lo dejaría fuera de combate, pero el daño ya estaba hecho: al día siguiente, Vigo era libre.

Ese gesto -más próximo al romanticismo que a la estrategia militar- le valió ser nombrado gobernador de Vigo y más tarde de Tui. Pero Cachamuíña no era de despacho: volvió al campo de batalla organizando la Legión del Ribeiro, aunque su salud, muy deteriorada, lo obligó a jubilarse en 1811 como inválido de guerra.

Un final humilde y el traslado del féretro

Su vida, sin embargo, no se extinguió con la pólvora. De regreso a su aldea natal, vivió humildemente, dedicado a tareas administrativas menores y alejado del poder. Casado con Josefa Ballesteros Carasa, sobrina del liberal Luís López Ballesteros, y padre de una hija natural, murió en 1848 en la misma casa en la que había nacido.

En 1932, casi un siglo después, Vigo reparó su deuda. El Centro de Hijos de Vigo logró trasladar sus restos desde Cachamuíña hasta el cementerio de Pereiró, en una comitiva solemne en la que participaron representantes políticos, militares y centenares de vecinos. Faltó, sin embargo, el Ayuntamiento.

La patria lo es todo, la patria es nuestro cielo y nuestra tierra, nuestra historia y nuestra vida, nuestro sol y nuestro aire, nuestras leyendas y nuestras tradiciones. Coronel Cachamuíña, y nuestra independencia y nuestra libertad. Y se me figura que las cenizas gloriosas, al ser acariciadas por estos vocablos, sangran. ¡Y sangran para que todos sepamos que independencia y libertad son deseos siempre humanos!”, dijo entonces el orador Basilio Álvarez, al pie del féretro.

Hoy Cachamuíña trasciende a un nombre en una lápida. Representa el rostro del coraje civil, de la resistencia sin concesiones, del amor a una tierra y a una causa. En la ciudad que hoy lo celebra con calles, plazas y fiestas, sigue vivo en la memoria colectiva como aquel hombre que, hacha en mano y herido, abrió las puertas de Vigo... y de su propia leyenda.