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Turismo

Así es el increíble pueblo de la Ribeira Sacra en el que vivió la persona más longeva de Galicia

Tierra de músicos, vino y alfareros, esconde, junto a sus vertiginosos paisajes, el hogar de la abuela de Galicia, que alcanzó los 111 años

Mirador de A Cividade (Sober, Lugo). Concello de Sober

Hay lugares que parecen dibujados por la mano delicada de la memoria; pedacitos de barro y agua en los que el tiempo no se mide en relojes sino en historias que evolucionan al calor de la tierra, del vino y del río. Sober bien podría resultar uno de esos sitios. Un municipio pequeño, sereno, encaramado a los bordes del Sil y en el que la vida fluye al ritmo de las estaciones, del sonido de una banda centenaria o del giro paciente del torno de un alfarero.

Ahí, en Sober (Lugo) vivió Lola González Díaz, más conocida como Lola da Pena de Gundivós, la abuela de Galicia, la mujer más longeva de la comunidad. Fallecida a los 111 años, Lola representa la sabiduría discreta de una tierra en la que la longevidad, más que una rareza, podría ser el resultado de un relato marcado por el ritmo del campo y de la vida. Su último suspiro lo dio en Monforte de Lemos, pero toda su vida la pasó en este rinconcito de la Ribeira Sacra, al que volverá hoy para descansar para siempre en el cementerio de Gundivós.

Probablemente, ella supiese mejor que nadie que visitar Sober es acercarse a un escenario en el que la cultura y la naturaleza se abrazan con fuerza. Desde los Cañones del Sil, esculpidos con paciencia durante milenios, hasta los pequeños templos románicos como San Xulián de Lobios o San Vicente de Pinol, todo invita a un asombro sereno.

La mirada del visitante se puede perder desde el Mirador de A Cividade, suspendido sobre el abismo, con el Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil dibujándose en la orilla opuesta. O puede hacerlo a través de la senda de Aba Sacra o en el tren turístico que serpentea entre viñedos escalonados, revelando paisajes de acuarela.

Porque, a fin de cuentas, Sober es más que un espectáculo para la vista; supone una especie de bálsamo para el alma. Una “tierra de músicos”, como reza su lema, en el que las notas de una banda fundada hace casi siglo y medio siguen resonando en plazas y fiestas populares.

Vino y alfarería

Música que, como el vino, es parte de la historia viva de Sober. Hasta 29 bodegas se reparten por esta tierra. Aquí se cultiva la variedad Amandi, una de las más preciadas de la Denominación de Origen Ribeira Sacra.

El paisaje se esculpe a mano en cada vendimia, en terrazas imposibles que desafían a la gravedad. En bodegas en las que los visitantes pueden observar el extrañe mestizaje entre la tierra, el hombre y el vino que ha transformado la viticultura de Galicia.

Elaboración de un jarro de Gundivos. Concello de Sober

Pero Sober también es barro, manos manchadas de tierra y fuego que da forma a una parte de la historia. En la Rectoral de Gundivós, antigua construcción del siglo XVIII reconvertida en centro alfarero, la cerámica rememora esa especie de danza ancestral alrededor del torno y de las llama. El mismo Gundivós donde nació y vivió Lola da Pena que, como Sober, también debió de ser arcilla, vino y música. Una mezcla capaz de durar siglos enteros.

Caminos de silencio

Los que llegan a Sober buscando aire y horizonte descubren también senderos que llevan a la calma, como los que bordean el río Xábrega y sus molinos, o los que conducen al Muíño da Devesa, donde la fuerza del agua continúa sonando entre las piedras.

La espiritualidad de la Ribeira Sacra se manifiesta en enclaves como el Monasterio Cisterciense de las Bernardas o el Monasterio de San Salvador de Ferreira, espacios en los que el tiempo se suspende y en los que la vida avanza al ritmo de campanas y silencio.

Hotel Palacio Sober. Concello de Sober

A fin de cuentas, Sober es más que un lugar que se visita; es parte de un relato que se atesora en la memoria. Una fotografía del Sil serpenteando entre las rocas, de las hojas ocre del otoño en el viñedo, de las voces que retumban en un claustro, o de las manos que moldean una vasija con la misma paciencia con la que se ha vivido siempre aquí.

Quizá por eso, quien viene a Sober no busca una experiencia rápida, sino un regreso a lo esencial, a lo que permanece en el tiempo y el relato. Como Lola. Como el vino, la cerámica o la música. Como esa tierra que, en silencio, revela sus secretos a quien sabe mirar algo más allá de lo que ofrece la mirada a simple vista.