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Ourense

Así es el pueblo que escondió el monasterio más antiguo de Galicia dentro de una montaña

Entre robles y castaños, Esgos alberga un cenobio excavado en la roca en el año 573 y una celebración que nació para espantar a los lobos hoy considerada como la fiesta "más ruidosa" del mundo

Recorrerlo hoy suprime la frontera entre el presente y el pasado Xunta de Galicia

En la Ribeira Sacra ourensana, Esgos acoge el Monasterio de San Pedro de Rocas, una iglesia excavada en el interior de la montaña que, con sus más de catorce siglos de vida, ostenta el título del cenobio más antiguo de Galicia. Su faz irregular, cubierta de musgo y arbustos, se funde con el paisaje hasta parecer un accidente geológico más que una obra humana, y desde 1923 figura como Monumento Histórico Nacional.

La tradición oral asegura que, cuando la luna llena ilumina el monte de Barbeirón, las almas de los siete primeros ermitaños que se retiraron aquí en el año 573 vuelven a deambular entre las capillas excavadas, susurrando oraciones que el viento se encarga de difuminar. Otra leyenda, ya desvinculada de la anterior, habla de una campana enterrada bajo la tierra por los vecinos para callar sus toques funestos que anunciaban desgracias y que, según se cuenta, aún nadie ha logrado encontrar.

El antiguo Camiño Real de San Pedro de Rocas serpentea entre castaños centenarios y robledales, conservando la huella de peregrinos y mercaderes que durante siglos subieron hasta este reducto de piedra y fe. Recorrerlo hoy suprime la frontera entre el presente y el pasado: cada piedra suelta bajo los pies parece recordar que, mucho antes de la comodidad del asfalto, la montaña solo cedía paso a quienes buscaban refugio espiritual o comercio entre estas serranías.

Entre la fe y la roca

El interior del monasterio respira la misma humildad que inspiró a sus fundadores. Las capillas, ahuecadas directamente en la roca, albergan tumbas antropomorfas que se abren en el suelo como silenciosas peticiones de eternidad. Ni el gótico ni el románico rigen aquí: todo es resultado de la simbiosis entre la fe y la geología, un espacio donde la montaña se vació para dar cobijo a la oración y donde la luz filtrada por el campanario de piedra dibuja sombras que parecen moverse al compás de cánticos olvidados.

Cuando el invierno aprieta, Esgos despierta bajo el estruendo de cencerros y el saltar incesante de los Felos, figuras enmascaradas que cada domingo de Carnaval recorren las calles con movimientos que ya no persiguen al lobo, pero que conservan la misma energía primitiva. Las madamas, vestidas con mantones y faldas bordadas, acompañan la estampa aportando color y elegancia al desfile, mientras el pueblo celebra que el miedo a la bestia se haya convertido, con los siglos, en fiesta colectiva.

Lo que hoy es sinónimo de color y música nació como un recurso de supervivencia: los pastores colgaban esquilós a sus cinturas y corrían por los prados para espantar a los lobos que acechaban el ganado. El estruendo de los cencerros, unido al brinco constante y a los gestos fieros de las máscaras, lograba alejar a las fieras y proteger los rebaños. Con el paso del tiempo, la necesidad se transformó en ritual y el ritual en celebración, de modo que Esgos preserva, bajo el disfraz del Entroido, la memoria de un pueblo que supo hacer de la defensa una tradición y de la tradición, razón de orgullo.