Medio Ambiente
Una batida de voluntarios con ‘sentidiño’ y a pie de playa
Más de cien personas se reúnen por primera vez en el arenal de Patos, en Nigrán (Pontevedra), a donde comienzan a llegar, en cantidades muy pequeñas, los diminutos pellets de plástico que abordan la costa gallega en estas fechas
No es tarde pero tampoco pronto. El reloj marca las diez y media de la mañana, de una mañana fría y nublada de comienzos de año, en la que se mezclan el olor a salitre y a mar con una brisa húmeda de lluvia que no llega. Al fondo, las Cíes se alzan tranquilas sobre las olas que rompen en la orilla, de modo bravo y tranquilo, mojando la arena entre la que se disemina, aquí y allá, una partida de alrededor de cien voluntarios, convocados ayer a través de redes sociales.
Es el primer envite en la comarca, en la playa de Patos, en Nigrán (Pontevedra), a donde llegan, de modo puntual, casi invisible, algunos de los microplásticos de ese ejército de bolitas de pellets que sube del Atlántico hacia el Cantábrico desde que un buque de nombre extraño, Toconao, perdiera parte de su carga con algo más de 26 toneladas de esos diminutos trocitos de plástico.
Mucho para los voluntarios, para Galicia, Asturias, Cantabria o el País Vasco, todos a merced de unas mareas que, cada año y según datos de Surfrider Europe -una organización sin ánimo de lucro que trabaja para proteger el medio ambiente-, mueven alrededor de 160.000 toneladas de pellets de plástico industriales en el Viejo Continente.
Pero ahora están en Galicia, en unas 30 playas de la Comunidad, y los vecinos, como siempre han hecho, como ayer, como hoy, como mañana, se organizan para acabar con el ‘problema’. Bajan la espalda, doblan las rodillas, inclinan el espinazo y remueven la arena con paciencia, para respetar el entorno mientras se buscan diminutas pelotitas casi transparentes que aquí, en Patos, no son muchas.
El fin de semana, en Vigo
Lo sabe bien Luis, que el fin de semana se acercó a la Playa de la Fuente, en Vigo, con un grupo de amigos y voluntarios. “Allí no había, aunque pueden llegar en cualquier momento”, comenta mientras que mueve la arena con las manos “en donde acaba la subida de la marea”, esa zona en la que las algas dibujan una diminuta frontera verde oscuro, casi negro.
“Mañana volveré mejor equipado; estoy haciendo unas cribas de madera con una doble red, una de dos milímetros y otra de medio centímetro”, explica Luis para dar a entender la dificultad de un proceso que, con esa herramienta, la adecuada, permite filtrar la arena atrapando a los pellets en la red.
Un poco más allá, siguiendo la tenue línea oscura de las algas, se esparcen más y más voluntarios. Algunos viven del mar, como Andrea Durán, que sabe que “da igual lo que digan los políticos”: “Tengo que ayudar y ayudo”.
“Subiré a donde haga falta”
Como Sila Rivas, que la acompaña entre cubos, cacerolas y cribas en las que tratan de reunificar los pedacitos de plástico que se mezclan con la arena. “No hay ayuda suficiente, por eso subiré a donde haga falta”, comenta, consciente de la dificultad de una labor marcada por los caprichos de la marea, que ahora sube, luego baja, mientras que lleva y trae, meciendo, el ejército de pellets.
La batida ocupa más de la mitad del arenal. Todos trabajan sin prisa, con ese ‘sentidiño’ tan gallego y necesario, mezcla de paciencia y voluntad, ambas imprescindibles para rastrillar la superficie de la arena, para mover aquí y allá algas, piedras y maderas a la búsqueda y captura de un pellet, y de otro, y de otro.
Mañana puede que vengan más, pero lo que está claro es que ya no serán los mismos. “Estos no deberían de volver”, resume Marcos tirando de ironía, arrodillado a pie de playa con una cuba negra a la que va arrojando todo lo que encuentra. Pellets, sí, pero también otro tipo de desechos con los que deja una enseñanza: “A reciclar y a recoger la basura se aprende en casa, es cosa de la educación de los padres”.
✕
Accede a tu cuenta para comentar