
Turismo y naturaleza
En esta isla secreta de Galicia se oculta el agujero del infierno
La sima mezcla misterio, leyenda y tragedia real en uno de los enclaves más salvajes y fascinantes de las Rías Baixas

Frente a la entrada de la ría de Pontevedra, custodiada por la fuerza del Atlántico y envuelta en un halo de misterio, emerge la isla de Ons. Es la mayor del archipiélago homónimo y la única habitada, un lugar donde la naturaleza se impone y las leyendas caminan de la mano de los ecos que llegan desde el mar.
En su costa occidental se abre una gruta marina única en Galicia: el Buraco do Inferno (agujero del infierno), una sima vertical de más de 40 metros que ha dado pie, durante siglos, a cuentos de miedo, desapariciones, rituales ancestrales y una atmósfera que mezcla ciencia y superstición.
El Buraco es una furna (cueva marina) de planta en forma de equis, conectada al mar a través de un pozo y una galería. Fue tallada por la erosión y las inclemencias del mar y del viento hasta que, en algún momento, su techo colapsó y dejó a la intemperie una boca abierta hacia el abismo. Hoy en día, una barandilla protege a los visitantes que se acercan al borde del acantilado para asomarse a este agujero sobrecogedor, donde las olas se cuelan entre bloques de piedra tras un derrumbe sufrido en 2003.
A sus pies, se forma un lago blanco, espumoso y cargado de misterio, iluminado apenas por los rayos que se filtran desde arriba. Allí no se permite el acceso, pero sí la contemplación respetuosa. Porque el Buraco do Inferno, más allá de su atractivo natural, ha sido durante generaciones un lugar temido por los habitantes de Ons.

Ecos de otro mundo
Los más viejos del lugar cuentan que, cuando el viento arreciaba y el mar golpeaba con fuerza las rocas, del Buraco surgían gritos. Lamentos. Voces inexplicables. Para los isleños, no había duda: allí habitaban las almas condenadas, llevadas por el demonio. Los niños que pastaban ganado cerca del agujero portaban ajos y hojas de laurel en los bolsillos, amuletos que les colocaban las madres para que no fueran atraídos por las voces del abismo.
No faltaban tampoco las historias de náufragos cuya ausencia se explicaba por su caída en el Buraco. En esos casos, la comunidad organizaba una procesión de antorchas que partía del cementerio a medianoche y llegaba hasta la sima, encabezada por el cura o incluso una meiga. Encendían teas y las arrojaban al vacío, esperando que el demonio devolviera el cuerpo para que descansara en paz.
Un trágico recuerdo
El lugar también custodia la memoria de una tragedia real. En lo alto de la sima, junto al mirador, una cruz blanca recuerda a José Luis Herrera Padín, un joven guardiamarina de la Escuela Naval de Marín que desapareció en 1963 tras caer al agujero durante unos ejercicios.
Sin embargo, las explicaciones racionales no han podido borrar del todo las huellas del mito. Durante décadas, los misteriosos gritos del Buraco do Inferno se explicaban por la presencia de los araos, aves marinas hoy desaparecidas en la isla, que anidaban en su interior y emitían chillidos estremecedores. Desde que los araos dejaron de poblarla, en los años 80, el agujero cesó en sus gritos. Pero ni siquiera la ciencia ha conseguido apagar del todo la fascinación.
La isla de Ons forma parte del Parque Nacional Marítimo-Terrestre das Illas Atlánticas de Galicia. Tiene playas paradisíacas como Melide, Canexol o Area dos Cans, y rutas senderistas que llevan hasta el faro o los acantilados de O Centolo. Pero el alma del misterio se concentra en este punto concreto, un agujero donde la realidad parece doblarse hacia otra dimensión.
Cómo visitar Ons... y el Buraco do Inferno
Durante la temporada alta (Semana Santa y del 15 de mayo al 15 de septiembre), se puede acceder a Ons desde los puertos de Bueu, Sanxenxo o Portonovo, pero es necesario contar con autorización previa de la Xunta y adquirir los billetes con antelación. Solo 1.300 personas al día pueden acceder al archipiélago en esas fechas.
En temporada baja, el acceso está restringido a visitas organizadas con guía acreditado, y el límite diario se reduce a entre 250 y 450 personas. También es posible llegar en barco privado con los permisos pertinentes.
Y si uno se acerca hasta el Buraco do Inferno, debe recordar la advertencia de las gentes del lugar y del mero sentido común: cuidado con los selfies y, sobre todo, nada de acercarse demasiado al borde. Porque, aunque ahora ya no se escuchen gritos, uno nunca sabe qué susurra el mar cuando el viento cambia.
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