
Turismo
La playa secreta de Galicia que conecta a pie con una isla
El arenal de Santo do Mar, en Pontevedra, permite caminar en marea baja hasta un islote con capilla y sigue siendo uno de los menos masificados de las Rías Baixas

En las Rías Baixas, donde el litoral avanza alternando curvas, faros, bateas y playas de postal, todavía quedan rincones que parecen resistirse al ruido del verano. De Muros-Noia a Vigo, la costa se dibuja como un inmenso peine irregular sobre un océano que avanza entre acantilados y arenales. Algunos son de sobra conocidos. Otros, como la playa de Santo do Mar, en Pontevedra, siguen siendo un secreto a voces que apenas rompe el murmullo de las olas.
Unos 350 metros de longitud componen esta estrecha playa de arena blanca y cantos rodados, ubicada en la parroquia de Ardán, a medio camino entre Marín y Bueu. Para llegar hay que desviarse desde la carretera C-550 a la altura de Casás y dejar atrás el asfalto para adentrarse en un paisaje más salvaje, donde la vegetación se confunde con la brisa y el acceso obliga a caminar.
Un paso de arena hacia la isla
Lo que convierte a Santo do Mar en un lugar único, sin embargo, no es su belleza discreta, sino la posibilidad, mágica y efímera, de llegar a pie hasta una isla. Frente al arenal, emerge silenciosa la de O Santo do Mar, también conocida como San Clemente. Separada por un estrecho canal de aguas en calma, se une con la playa a través de un istmo de arena visible solo durante la marea baja.
Cuando el mar retrocede, el paso se abre como un puente natural. Al otro lado, el islote guarda un secreto: los restos de una antigua capilla, testigo mudo de un pasado religioso que aún se intuye entre los muros derruidos. Algunos estudios apuntan a que podría haber formado parte de un conjunto monástico mayor, aunque el tiempo, el viento y la sal han borrado casi todas las pistas.
Aguas tranquilas, paisaje intacto
La playa de Santo do Mar no tiene demasiados servicios, pero posee algo más raro y valioso: silencio y calma. Las aguas, al abrigo de la ría, suelen ser tranquilas, ideales para el baño, especialmente por la mañana o al caer la tarde, cuando el sol baja y el paisaje se vuelve dorado.

Desde el arenal, la vista se abre a la ría de Pontevedra, salpicada de bateas y pequeñas embarcaciones. El entorno, dominado por monte bajo y vegetación costera, se presta también a paseos y rutas a pie, especialmente en dirección a otras calas escondidas de la zona o hacia miradores improvisados desde los que ver la puesta de sol sobre el mar.
En pleno verano de 2025, cuando muchas playas gallegas baten récords de visitantes, lugares como Santo do Mar recuerdan otra forma de estar en la costa: sin prisa y sin engaños. Un rincón pensado para quienes aprecian la belleza de lo mínimo, la emoción de cruzar a pie hacia una isla, y el placer de escuchar el mar.
No hay señales llamativas, ni servicios turísticos estandarizados. Solo naturaleza, historia y mar. Y un camino de arena que, por unas horas, se abre para unir la tierra con la isla, como si Galicia, siempre mágica, ofreciera al visitante una pequeña revelación en cada bajamar.
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