
Carnaval
Del veto a la libertad: cómo el Entroido gallego resistió la censura franquista y volvió con más fuerza
Durante la dictadura de Franco, el Carnaval fue borrado del mapa

En febrero de 1937, España ardía en plena Guerra Civil y el franquismo ya comenzaba a imponer su yugo. Ese 5 de febrero, el BOE reflejaba una orden tajante firmada por el gobernador de los sublevados, Luis Valdés Cabanillas: "este Gobierno General ha resuelto suspender en absoluto las fiestas de Carnaval". No era una prohibición temporal. La orden se mantuvo durante toda la dictadura, con una nueva ratificación en 1940 que dejaba claro que el veto no tenía vuelta atrás.
El régimen justificó la medida con un discurso de austeridad: "momentos que aconsejan un retraimiento en la exteriorización de las alegrías internas", señalaban los documentos oficiales. Pero la realidad iba mucho más allá. El franquismo, apoyado por la Iglesia católica, veía el Carnaval como una festividad peligrosa. No solo era un festejo pagano con raíces en antiguas tradiciones prerromanas, sino que también permitía la sátira, la irreverencia y la inversión de roles, algo inaceptable para un sistema que lo controlaba todo.
El Entroido en la clandestinidad
Mientras en ciudades como Cádiz o Santa Cruz de Tenerife el Carnaval intentó sobrevivir bajo el eufemismo de "fiestas de invierno", en Galicia la resistencia fue más silenciosa pero igual de efectiva. Aunque las grandes celebraciones desaparecieron, en las aldeas más apartadas los peliqueiros, cigarróns, felos y madamas nunca dejaron de salir. En lugares como Laza, Xinzo de Limia o Verín, los disfraces y máscaras seguían recorriendo las calles, aunque con más discreción.
El control era estricto. Los alcaldes debían garantizar que no hubiera celebraciones y se emitían bandos municipales recordando la prohibición. Sin embargo, en el ámbito rural gallego, donde la vigilancia era menor, muchas de estas tradiciones lograron sobrevivir. Se cantaban coplas burlonas en voz baja, se mantenían las danzas tradicionales y algunos valientes seguían saliendo a las calles, aun a riesgo de ser multados o perseguidos.
El miedo impuso sus límites y muchas costumbres se fueron perdiendo. Cuarenta años de prohibición fueron suficientes para borrar parte de la riqueza cultural del Entroido gallego. Pero no todo estaba perdido.
El regreso del Entroido
Con la muerte de Franco en 1975, la sociedad española empezó a recuperar derechos y libertades, y con ellos, sus fiestas populares. En 1977, el Carnaval volvió a ser legal y Galicia se lanzó a recuperar lo que el franquismo le había arrebatado. Pero no fue una vuelta instantánea. Muchas tradiciones se habían difuminado con el paso de las décadas y hubo que hacer un esfuerzo consciente por restaurarlas.
En municipios como Meaño (Pontevedra), A Veiga o Esgos (Ourense), o en localidades coruñesas como Melide o Samede, comenzó un trabajo de recuperación de costumbres que habían estado a punto de perderse. Se buscaron documentos antiguos, se entrevistó a los mayores del lugar y se organizaron iniciativas para devolver al Entroido su esplendor original.
Hoy en día, el Entroido gallego es más fuerte que nunca. Se ha convertido en una de las fiestas más icónicas de la comunidad, con citas ineludibles como el triángulo mágico de Ourense (Verín, Xinzo y Laza), el Carnaval de Cobres en Vilaboa o el de Viana do Bolo. Se ha reivindicado su singularidad frente a otros carnavales más comerciales y ha vuelto a sus raíces más salvajes y satíricas.
Si algo ha demostrado Galicia es que ni la censura ni el tiempo pueden acabar con una tradición cuando está profundamente arraigada en la identidad de su gente. Y el Entroido es la prueba de ello: una fiesta que desafió a la dictadura y que, con cada nueva edición, sigue celebrando su victoria sobre el olvido.
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