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Duque de Alba: “No salgo a aplaudir porque nadie me oye”

Carlos Fitz-James pasa el aislamiento en el Palacio de Liria junto a su hermano Fernando. Echa de menos su cafecito en el Bar Mazarino de Chamberí y le gustaría haber celebrado que va a ser abuelo

Carlos Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, XIX duque de Alba
Carlos Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, XIX duque de AlbaÁngel DíazEFE

El actual duque de Alba, Carlos Fitz-James, no tiene perro, pero tampoco lo necesita para estirar las piernas, ya que el palacio que habita en el centro de Madrid está rodeado por un extenso vergel con pérgolas de glicinias, praderas, un bosquecito de árboles frondosos y hasta un pequeño cementerio de perros, con sus lápidas dedicadas con frases entrañables que definen a cazada can que disfrutó de su vida en el palacio de Liria.

Y si quisiera salir a la calle para ver otras caras, que no sean la de su hermano Fernando o las del nutrido servicio que les atiende en el confinamiento, lo podría hacer para dar un paseo a Pepe, el perro salchicha Teckel de su hermana Eugenia, que suele vivir a sus anchas en esos jardines. El duque de Alba es un hombre tranquilo y lleva bien la situación. Si acaso, echa en falta su aperitivo o su cafecito en el bar Mazarino de Chamberí, a donde le ha gustado ir siempre para socializar.

Carlos está orgulloso y satisfecho de que, en el poco tiempo que lleva “en el poder”, según sus palabras, ha conseguido rentabilizar un patrimonio que corría el peligro de ser pasto de subasta. Con sus ingentes inversiones en energía eco, en sus fincas en el Carpio, Córdoba, produce energía fotovoltaica y termosolar que le han convertido en un duque “verde”, término “que me hace gracia y que encuentro simpático”. Y también ha acondicionado el palacio en el que vive ahora confinado con Fernando y en el que ya no se pasa frío en invierno gracias a la calefacción que ha distribuido por todas las estancias.

En el palacio de Liria, situado en la calle de la Princesa en Madrid, no se asoman a los balcones a aplaudir a las ocho de la tarde porque, como bien dice el propio duque, “no salgo porque la casa está en medio de un jardín y nadie me oye, pero me encantaría”.

Prensa, música y televisión

Y aunque no tiene sentido aplaudir a los árboles, sí lo posee seguir una rutina de costumbres. Ve la Prensa, escucha música, despacha asuntos puntuales, habla por teléfono y ve la televisión. Cada morador dispone de suficiente espacio, ya que cada planta tiene 3.500 metros cuadrados en cada uno de los tres pisos. El duque, que pasa muchas horas leyendo, siempre ha dicho que “lo que no sé se lo pregunto al archivero, que para eso lo tengo” y de ahí que le consulte telefónicamente las lecturas para este tiempo de encierro palaciego al bibliotecario.

Carlos y Fernando siguen viviendo en Liria como han hecho desde que nacieron, con sus costumbres y atendidos por el servicio. Poco ha cambiado la rutina de intendencia, si acaso que hay menos gente por el palacio y que no se reciben visitas. Fernando es quizá es más social, al duque le gusta relacionarse menos. Tampoco les ha dado por hacer pasteles. Pasan el tiempo entre la segunda y la tercera planta, bajan a la primera a comer y a cenar, que es donde tienen el comedor con vistas a los jardines y las paredes cubiertas por cuatro inmensos tapices que recrean el mundo.

La estancia dispone de una mesa extensible con 27 butacas forradas de seda dorada y un biombo por donde se mueve discretamente el servicio. Como ahora no reciben a nadie, prefieren utilizar otra más pequeña. Así pasan las horas el marqués de San Vicente del Barco y el duque de Alba en la única gran casa solariega que queda en pie en Madrid. Para ellos, que se han educado en la puntualidad inglesa, estar rodeados de relojes no es baladí porque todo funciona con precisión.

Y si sienten morriña por visitar un museo, pueden contemplar las más de 300 obras de Goya, Rubens y Zuloaga, entre otros, que cuelgan en sus salones. Y disfrutar del primer dibujo de América hecho por Cristóbal Colón o leer la lista escrita de su puño y letra de los navegantes que acompañaron al genovés en su descubrimiento. Algo único, como la Biblia de Alba. Y si Cayetano, el hermano díscolo, tiene alguna objeción sobre el ordenamiento de la casa, el duque es tajante: “Que opine de lo suyo, de lo mío no tiene absolutamente nada que decir”.