Look

La transformación pija de Pablo Iglesias: de Galapagar al fachaleco

El vicepresidente parece tener un gusto creciente por todo aquello que dice que detesta

Iglesias llama dictador a Sánchez
Iglesias llama dictador a SánchezAlberto R. RoldánLa Razón

Con su fachaleco de plumas, o como quiera que se llame la pieza que abrochó bajo su americana en la escalinata de Moncloa, Pablo Iglesias está algo más cerca de la reina Isabel II cuando se dispone a cazar en las proximidades de su castillo de Balmoral. Es, junto a su icónico pañuelo «vintage» anudado al cuello, una de las prendas fetiche de la monarca nonagenaria. También lo es del Rey emérito y de su nieta Victoria Federica. El vicepresidente parece sentir un gusto creciente por todo aquello que dice que detesta y, paso a paso, avanza hacia ese ideal que desde su posición se ha vuelto cambiante. Todo cuanto hace y se echa encima parece estar en sintonía con ese deseo: casoplón, niñeras y todos los caprichos de vida burguesa que uno pueda imaginar, según vamos conociendo.

No hay nada innoble en querer vestir bien, pero él lo toma como una conquista y queda claro al intentar refrenar las burlas que provocó su imagen en la foto de familia del pasado martes. «Hemos empezado por nacionalizar el fachaleco, pero vamos a expropiarles todo lo demás», escribió desafiante en su cuenta de Twitter matizando sus palabras con el intrigante emoji del demonio, una figura, por cierto, con clara connotación erótica. No le temblaría el pulso en nacionalizar el chaleco, como tampoco le temblaría con las farmacéuticas, la sanidad o la energía.

La polémica halaga su vanidad, pero lo bochornoso en una situación de suma gravedad es que se moleste en defenderse de una sandez similar. Puede, no obstante, que todo tenga un significado, según opina Bere Casillas, sastre y uno de los principales referentes de elegancia masculina a nivel mundial: «En política no hay nada casual. El traje o los accesorios de un dirigente están cargados de mensaje». Iglesias podría haber optado por el blanco sufragista de las feministas del siglo XX, por una camiseta térmica que le salvase de los rigores de la mañanita invernal o por unos mocasines con borlas que reafirmasen el comentario más repetido estos días: «Pablo Iglesias ya es un pijo».

Escogió, sin embargo, esta prenda icónica de la gente de derechas y se regodeó en ello. Juan Francisco Capel, asesor de imagen masculina, no entiende que una ideología, la que sea, pueda apropiarse del chaleco. «Es una prenda cómoda y muy versátil que se adapta igual a un estilo protocolario que a otro informal. En cualquier caso, está mejor así que con la camisa remangada y por fuera. Sería bueno ver más originalidad en la indumentaria política».

Casillas también observa monotonía estilística en todo el arco parlamentaria. «Desde Chur-chill, ejemplo de ’'gentleman’', talento y distinción, no he visto apenas referentes o iconos en la clase política. Ninguno ha vuelto a cuidar los detalles como él lo hacía, adaptándolos a su cuerpo y a su modo de vida. Su estilo era siempre el acertado». Los ciudadanos reparan también en ello y dejan claro al vicepresidente que si hay algo que no se expropia es la elegancia. En redes se le ha atizado, más que por la prenda, por la falta de estilo: «Ya puede llevar un Dior que seguirá siendo un hortera sin clase». «La clase ni se hace ni se compra».

A pesar de la inquina del prefijo, lo de «fachaleco» suena rimbombante. Su confección se remonta a 1935, cuando el inventor Eddie Bauer sufrió una hipotermia durante una excursión invernal. Enseguida las plumas ligeras pasaron a ser un clásico en las clases acomodadas y en nuestro país se asocian al español pijo. Mariano Rajoy lo lució bajo su traje en una cumbre sueca, en Gotemburgo, y Juanma Moreno lo elevó a símbolo en las elecciones andaluzas. Es muy habitual que los políticos del PP, Ciudadanos y Vox lo usen en sus diferentes estilismos, y los toreros y aficionados a la caza o a la equitación lo tienen como prenda insignia. Lo que nadie esperaba era que se colase en la foto del nuevo equipo de gobierno de izquierdas, luciéndola así al más puro estilo pepero.

El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, posa para la foto de familia a las puertas del Palacio de la Moncloa con su equipo de gobierno.
El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, posa para la foto de familia a las puertas del Palacio de la Moncloa con su equipo de gobierno.Alberto R. RoldánLa Razón

Profeta revolucionario

Abundando en los tópicos que maneja la izquierda, la imagen del vicepresidente es paradójica por aglutinar varios idearios. Desde atrás, el moño le da aspecto de profeta revolucionario. Si nos fijamos de cintura para abajo, la pose es de vaquero del Oeste. Si nos quedamos solo con el torso acolchado, diríamos que está a un soplo de dar un paso al flanco conservador y reclamar la vuelta de las caceroladas del barrio de Salamanca, aunque sea para protestar contra sí mismo.

También Gabriel Rufián se ha dejado ver combinando «fachaleco» en azul marino y lazo amarillo, y no se arma este alboroto. Con Iglesias ocurre que es rehén de sus propias palabras: «Creo que podremos limpiar de pijos las instituciones», repetía hace unos años mientras prometía que se bajaría el sueldo y daría la cara por la gente. «En Vallecas están las mejores vistas», le dijo a Ana Rosa Quintana arremetiendo contra «el rollo de los políticos que viven en chalets». Su «fachaleco» es una ironía más para quien una vez aseguró que «para construir el futuro no hacen falta trajes elegantes».