Nueva York

El novio que lloró como una Magdalena

La hija de los reyes de Suecia contrajo matrimonio ayer con Chris O'Neill. El empresario no pudo contener la emoción durante la ceremonia

Los recién casados se instalarán en la Gran Manzana, la ciudad en la que se conocieron y donde Chris O'Neill tiene sus negocios
Los recién casados se instalarán en la Gran Manzana, la ciudad en la que se conocieron y donde Chris O'Neill tiene sus negocioslarazon

«La primera vez que vi tu rostro, pensé que el sol había nacido en tus ojos, y la luna y las estrellas eran regalos que tú le habías hecho a la oscuridad y a los cielos vacíos». Éstas fueron las emotivas palabras que ayer resonaron en el interior de la capilla del Palacio Real de Estocolmo, ante más de 400 invitados, durante el enlace que unió a Magdalena de Suecia y al empresario Chris O'Neill. Pertenecen al comienzo de la canción «The First Time Ever I Saw Your Face», que popularizó Roberta Flack, y que, por ser uno de los temas favoritos de los contrayentes, entonó el cantante Peter Jöback durante la ceremonia, en la que también puso ritmo a la banda sonora Marie Fredriksson, vocalista del grupo Roxette. Y es que, a pesar de que el enlace no era de primer oden –ya que no afectaba a la herdera al trono–, la pompa nupcial estuvo a la altura de un auténtico cuento de hadas: tras años de sufrimiento por su ruptura con Jonas Bergström –con quien canceló su compromiso después de enterarse de que le había sido infiel–, al fin, la princesa herida, cuya belleza ha sido alabada en medio mundo, subía al altar para dar el «sí, quiero», tras dos años de relación, al hombre que la había ayudado a recomponer su corazón en sus solitarios días neoyorquinos.

Quizá para cobrarse –con cariño– aquellas jornadas de consuelo, Chris O'Neill buscaba ayer la mirada de la menor de la casa real sueca en numerosos momentos de la ceremonia, mientras ella, con una serenidad arrolladora, le susurraba alguna que otra indicación al oído. Sin duda, el novio fue el más nervioso de la jornada y, a pesar de que su prometida sólo le hizo esperar diez minutos, el tiempo se le antojó eterno al pie del altar. Hasta que vio a aparecer a Magdalena. Estaba espectacular en su vestido de Valentino –un diseño en seda y encaje de «chantilly»– y enterneció contemplar cómo la entereza de O'Neill se disolvió al ver entrar a su prometida cogida del brazo de su padre, el rey Gustavo de Suecia, mientras el coro de pequeñas damas de honor y de pajes entonaba una canción para recibir a la radiante novia y conferían al momento una atmósfera celestial. El «broker», afincado en Nueva York, demostró que a veces es más fácil jugar con el dinero que con las cuestiones del corazón: le costó mucho mantener el tipo y reprimió a duras penas la emoción que le embriagó durante el enlace.

Aunque mantuvieron muchas de las tradiciones, la ceremonia –oficiada por Lars-Göran Lönnemark, obispo emérito, y Michael Bjerkhagen, predicador de la congregación de la corte sueca– contó con algunas novedades que aportaron los novios, como la traducción bilingüe (en inglés y sueco) para que la familia de O'Neill y los invitados anglosajones no se perdiesen ni un detalle del «sí, quiero», en el que el empresario acabó llorando de emoción tras su juramento de amor eterno a Magdalena. A la salida de la capilla, entre el sonido de los violines, los recién casados fueron recibidos por periodistas, fotógrafos y curiosos, así como por las 21 salvas de ordenanza con las que culminó el enlace, antes de que los invitados se trasladasen en barco al Palacio de Drottningholm donde se celebraba el banquete de gala. Tras vivir uno de los días más especiales de sus vidas, la pareja volverá a su rutina ya convertidos en marido y mujer. Eso sí, no serán unos príncipes al uso: O'Neill, de 38 años, y más práctico que los protagonistas de los cuentos, ha renunciado a su título para seguir al frente de sus negocios –parece la única manera de comer perdices en estos tiempos de crisis– y Magdalena, de 30, mantendrá su apellido de soltera y será una princesa lejos de su corte, porque se instalará con su marido en Nueva York. Es una de las pocas cosas que le reprochan sus compatriotas: que se lleve todo el romanticismo a la Gran Manzana.

SOFÍA HELLQVIST, UNA PIPPA DE SERIE B

Parecía Pippa Middleton. Pero no lo era. Sofía Hellqvist, actual novia del príncipe Carlos Felipe de Suecia y otrora ex participante de un «reality» bastante calentito y musa de la revista «Slitz» (para la que posó en paños menores con tan sólo 20 años), se sabía observada a su llegada a la capilla del Palacio Real. No le resultaba fácil desfilar sabiendo que era una de las invitadas «non grata» al enlace (aunque, finalmente, la insistencia de su novio se impuso a la negativa inicial de Magdalena a que tan descocada dama estuviese en su boda), y caminó sola con un desafortunado «look» que recordaba demasiado al que Pippa lució en la boda de su hermana y Guillermo de Inglaterra acaparando todas las miradas. Pero, claro está, el agravio comparativo convirtió a Sofía en una copia de baja calidad. Su vestido de color malva, muy suave, de corte imperio y mínima cola,realzaba su generoso busto, pero no causó el efecto de elegancia pretendido, con el que buscaba, quizá, enterrar en un sólo día esa imagen frívola que la separa de la casa real.