Amparo Larrañaga
El tardío homenaje de Amparo Larrañaga a su padre
Me pongo en lo peor porque soy bastante desconfiado y me suelen repeler este tipo de homenajes. Con lo bien que hubiese quedado una merecida despedida póstuma a Carlos Larrañaga después de haber pasado ocho meses prácticamente encerrado en una clínica marbellí. Se nos fue sin que nos dieran la posibilidad de despedirle, ni tan siquiera a su hija pequeña, Paula, ni a Ana Escribano. Yo tampoco pude, como si del mísmisimo prisionero de Zenda se tratase. Todo lo envolvieron en un halo de misterio al más puro estilo de Agatha Christie. Con lo diáfano y cautivador que era. Llegué a considerarle como a un hermano y él me correspondió desde el principio cuando nos conocimos en La Coruña, recién llegado de La Habana con su madre, María Fernanda Ladrón de Guevara.
Despedimos su soltería juntos, con Ismael Merlo, y sostuve en mis brazos a su primer hijo, Juan Carlos, «Caco», mientras daba el «sí quiero» a su segunda esposa. Formaban una piña familiar en el piso que tenían en Orense, un primero muy oscuro que había decorado el conde de Quintanilla, rendido admirador de un galán que hasta enamoró a Ava Gardner. Ella le recogía a la puerta del Eslava, entonces el teatro de Luis Escobar –y que acabó lamentando el habérselo vendido a Pedro Trapote cuando Carlos hacía el musical «The boyfriend» con Maria Luisa, la Ponte y Lali Soldevila–.
Amparo Larrañaga vuelve a los escenarios. ¡Qué tiempos aquellos en los que parecía el fichaje indispensable de cualquier reparto! Contó que esta función que estrena en el Alcázar es un homenaje a su padre e insiste en que fue él quien tomó la decisión de «ser recordado como en sus buenos tiempos». Cuesta creerlo. La trama de la obra reúne a tres hermanas que velan a su padre y, aunque suene a oportunismo con motivo del estreno, líbreme Dios de pensar que el homenaje a Carlos pueda ser usado comercialmente como reclamo. En la rueda de prensa, Amparo dejó claro que «su enfermedad retrasó el estreno». De hecho, «ensayaba con él cuando estaba en la clínica», aseguró.
Tardío parece este tributo, pero sin duda servirá para limar asperezas. Los hermanos mayores no han mantenido la promesa hecha en aquellos fatídicos meses: que normalizarían la relación con la última mujer de Carlos y con su niña. Parecían dispuestos a todo a fin de que la pequeña fuese una más del clan –como también lo es Maribel Verdú, esposa de Pedro–, pero, a fin de cuentas, lo suyo es fingir.
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