Declaración de la Renta

Entrevista
Cae la noche y Joaquim Clos contempla la Pedrera, en el centro del Paseo de Gràcia. Cae una fina lluvia, humedad apenas condensada, y las luces de Navidad perfilan su sueño, no por conseguir, sino el que está viviendo: estar a la altura para engrandecer el legado de su padre. Esta noche de diciembre nos recibe en Suites Avenue, una de sus 22 casas, para contemplar una selección de arte budista y degustar delicadezas japonesas de Oskulo, el restaurante de la planta baja. Derby Hotels Collection (DHC) puede presumir de muchas cosas, entre ellas, pertenecer a ese selecto grupo de negocio en manos de la familia fundadora: del Claris barcelonés y los Urban y Villa Real en Madrid al parisino Banke y el londinense The Caesar, su salto a Lisboa (Portugal) se concretará en meses.
Sin embargo, el principal rasgo distintivo de los Clos, y esto los hace únicos en el mundo, es la inversión a fondo perdido en las obras de arte que inundan sus hoteles y apartamentos: más de 5.000 piezas exhibe la familia Clos en 22 establecimientos hoteleros. Si Indiana Jones hubiese dejado a un lado el látigo y la cazadora de piel para abrir un hotel no lo habría hecho mejor: Jordi Clos, propietario de la principal colección privada de arte egipcio de Europa, abrió un museo al efecto en Barcelona y aún hoy continúa viajando al país de los faraones para excavar. Es una pasión que ha heredado su hijo y nuestro protagonista, que acaba de regresar del yacimiento de Sharuna hace menos de un mes: «De niño, la colección de arte egipcio de mis padres estaba en casa: cuando venían sus amigos a cenar, mi hermano [Koke, director de arte en DHC] y yo éramos dos chavalines y les hacíamos una ruta por la casa mostrándoles hasta las momias (risas)». Clos responde desde Londres, donde supervisa la ambiciosa reforma de The Caesar, su niña bonita: «Cuando me incorporé a la empresa [aprendió los entresijos de la hostelería trabajando en establecimientos de otras firmas] fue para afrontar este proyecto, renovar un hotel en un barrio que ha experimentado un cambio brutal en estos 20 años: al lado de Hyde Park, muy cerca de la estación de Paddington, con Notting Hill al oeste y al este de Marylebone y Mayfair, queremos ser el mejor hotel boutique de la zona mediante la unión de ocho casitas victorianas de finales del XVIIII». Y si este es su ojito derecho, el izquierdo es comenzar a trabajar sobre un viejo palacio de Lisboa y poner la tercera chincheta internacional en el mapamundi de DHC.
Clos supo que quería ser hotelero desde pequeño. Su padre aún conserva en el despacho dibujos que él le iba entregando con tres o cuatro años: torpes edificios, apenas cuatro rayotes, pero donde ya podía leerse la palabra «hotel». De mayor, mientras iba progresando en aprender el negocio usaba los ahorros para viajar y practicar idiomas. Clos preparó su mochila de viajero no solo con las películas de Indiana Jones y las novelas de Emilio Salgari sino fascinado por los relatos de sus padres. «Entre ellos, aquel viaje en que bajaron desde Barcelona e hicieron todo el Sáhara en coche para llegar a Burkina y Mali. Pero hoy eso no es posible. Todo ha cambiado y es mucho más peligroso».
Dos hijos preadolescentes
Kim –así se maneja en el ámbito familiar– está casado con María Cabré, psicóloga, psicopedagoga y directora de la fundación Aura. Tienen dos hijos, de 9 y 11 años, y la semilla del buscador de tesoros ya ha sido plantada: «Han nacido con mi misma mochila (risas). Los primeros viajes fueron cuando mi hija tenía unos 4 años: hay uno obligado en verano, que hacemos con mis padres, otro de diez días por San Juan, y el de Navidad. Hemos estado en Senegal, Sri Lanka, Zambia… Lo que les quiero transmitir es esta manera de entender el mundo empapándote de culturas, de tradiciones y de gente de otros lugares. Creo que hay cosas que no debemos perder; naturalmente, yo tengo la suerte de poder gastar parte del dinero que gano en viajar. Pero no quiere decir que lo haga a todo lujo: la idea es que lo más caro sea el avión y a partir de ahí, aventura». Aunque ha recorrido medio mundo aún le quedan algunas metas por conquistar: «En el último viaje que hicieron mis padres, a Papúa, no pude acompañarlos porque mi mujer estaba embarazada y tenemos un montón de islas que quiero conocer, como las Molucas».
No evita una pregunta incómoda: fue en la 315 del madrileño Villa Real –hotel donde predominan mosaicos romanos– la habitación en la que Rita Barberá pasó su última noche. Afortunadamente, el eco del trágico suceso dejó de oírse hace tiempo: «No, no me ha llegado que los clientes tengan interés por esa habitación. Hubo bastante ruido al respecto, vino prensa sensacionalista para ver qué cenó, qué bebió, etcétera. pero todo ello pasó y casi nadie recuerda el episodio», zanja.
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