Gastronomía
Ronda de bares: Un bar tesoro en Guadalajara
Mesón Casa Redondo. Uno de nuestros bares favoritos, sin competir, sin gritar, simplemente estando
La capital alcarreña, siempre un poco al margen, siempre un poco por descubrir, almacena tesoros y pedazos de vida para quien supere los tópicos de provincia adormilada y se deje seducir por los encantos de la buena vida sin destellos. Guadalajara no hace aspavientos, pero guarda fogonazos. Y como destino cierto se encuentra, sin duda, Mesón Casa Redondo. Uno de nuestros bares favoritos, sin competir, sin gritar, simplemente estando.
Es una locura, una bendita locura, que abriera en 1980, justo cuando azotaban los vientos ochenteros de la movida y las hombreras, como una trinchera que huía de la modernidad para refugiarse en la fisonomía castellana: la madera honesta, el ladrillo visto, la cazuela sin hashtags. Su inventor, Miguel, fue campeón de mus, y no de cualquier mus: de esos que se aplauden por la psicología parda, por la templanza del gesto y la sorna fina. Hoy continúa su hijo, Miki, que lleva nombre de futbolista con futuro, pero honra el apellido con la misma hondura que si fuera un novicio de la Escuela de Hostelería de Sigüenza. Solo por tomar la tortilla de pamplinas, toda una declaración de principios botánicos, merece la causa. Pero luego están las pizarras, que son puro canto gregoriano de lo castellano: carrillera melosa, tomate con nervio, chuletas de lechal en vitrina, con su palo, como Dios manda. Y caracoles, lengua embuchada, mollejas, guisillos del día: verdinas si hay suerte, patatas con costilla si hay más hambre.
Hay cuadrillas que pueblan la barra con la concentración del ritual: hacen importante el aperitivo, ennoblecen el almuerzo alargado. En medio de esa bulla apacible, uno repara en una vitrina donde no hay gambas, sino un vestido de luces. El del torero aragonés Jesús Millán, amigo de la casa. Justo al lado, la cabeza del toro que despenó aquella tarde. Todo con un relato, con un poso.
Y así, sin más, Casa Redondo salta por encima de los estereotipos citadinos y se hace huérfana de nuestro corazón. Porque un bar, cuando es de verdad, no necesita ciudad. Solo alma.
Mesón Casa Redondo: Calle Vírgen de la Soledad 26. Guadalajara