Moda
La resurrección del último traje de José Tomás
El diestro se hizo un vestido «tristeza» y oro para la última tarde de Barcelona antes del cierre. Despedazado en la salida a hombros, la sastrería Fermín lo reconstruyó y hoy se puede visitar en el Museo del Traje de Madrid
Se había librado José Tomás de las garras de la muerte por pura dicha del destino y la bendición de unas manos que hicieron lo oportuno, el milagro, justo en el momento en el que perdía la vida. La medicina del siglo XXI libró al de Galapagar de la trampa mortal que le había servido el toro «Navegante» en la plaza de Aguascalientes, en su México querido. Era la tarde, madrugada española, del 24 de abril de 2010. Fecha señalada a fuego para el torero. Y para los seguidores que son legión y peregrinan tras él allá donde se anuncia. Se acababa todo. La resurrección vino después en Valencia, a la siguiente temporada, la de 2011, después de un calvario que llevó en silencio, el silencio de oro del toreo. Ocho plazas más fueron testigo de que José Tomás había vuelto. Pero esta vez el cierre de campaña tenía una fecha clavada en el corazón de la afición como una puñalada. 25 de septiembre. El cierre de la Monumental de Barcelona después de que los toros fueran prohibidos en el Parlamento catalán. Meses antes comenzó la historia de esa despedida. No era un día cualquiera. Ni el más feliz pese a que el triunfo pudiera ser redondo. Ese robo de libertad contaba con su historia. «En el mes de julio vino por aquí a verme», cuenta Antonio López, el alma de la sastrería de toreros Fermín que lleva en el centro de Madrid más de medio siglo.
«Me contó que iba a torear en la Feria de la Merced, en el último festejo, y quería hacer algo importante. Necesitaba algo distinto. A José Tomás nunca le ha importado el precio, pero en esta ocasión quería que el vestido fuera negro. Me sorprendió mucho porque José Tomás no ha querido nunca negro ni el corbatín, así que quedamos en que íbamos a hacer un vestido color tristeza», relata Antonio.
El bordado
Poco queda al azar en un traje de luces. Si el torero se expresa en la gama de colores también lo hace en la elección del bordado, ya sea en oro, plata o azabache. Según la ocasión, quién sabe si el ánimo. «Yo quería un bordado especial, que se marcara, pensé en hacerle un dibujo de redondeles que le dio mucha suerte en sus inicios. Lo que yo no recordaba es que era el mismo bordado con el que fue herido tan grave en Aguascalientes. Él no me decía nada, no ponía peros, pero la cosa no se acababa de decidir», recuerda Antonio.
La superstición, el miedo hace presa de los pequeños detalles. Jugarse la vida a una hora y en un lugar determinado por la necesidad de sentirse vivo, como alguna vez ha dicho José Tomás: «vivir sin torear no es vivir» es un privilegio al alcance de unos pocos elegidos. Superar los límites del hombre, del miedo, olvidar el cuerpo y la posibilidad del dolor. Todo confluye en el mágico redondel de una plaza de toros. De redondeles iba el bordado de aquel vestido, histórico ya, que lució José Tomás. «Al final le comenté que iba a hacerle el dibujo de redondeles pero que en realidad no se iba a parecer. Le forré el vestido de rojo por dentro para darle un poco de alegría y le pregunté qué capote de paseo iba a usar: uno verde con la virgen de la Guadalupana. José Tomás aquella tarde salió al ruedo de la Monumental vestido de tristeza y envuelto en esperanza».
Las malas vibraciones de saber que presenciábamos el cierre de una plaza con una historia brutal condicionó aquella última tarde. A la Fiesta no le sentaba bien la despedida. José Tomás triunfó. Y salió a hombros. Lo sacaron de la plaza, como héroe, estrujado, tirado de un lado a otro: «Todos querían quedarse con un detalle del vestido de José Tomás, quisieron llevarle hasta el hotel a hombros pero al final le metieron en la furgoneta por la ventanilla. El vestido, para una sola tarde, quedó deshecho».
Meses de trabajo a mano, concienzudo, para una sola puesta. «Ese lunes hablamos y le dije a José que ese vestido era importante para la Fiesta y para todos los que sueñan con ella. No podía quedar en el olvido. Me lo dio y me dijo que hiciera lo que yo creyera conveniente. Yo nunca quise ganarle dinero, al contrario, me lo trajo su hermano Andrés y poco a poco comenzamos la reconstrucción, lo limpiamos, le quitamos la sangre, le cosimos los adornos y después pedí a José que por favor viniera a verlo», apunta el sastre.
Un año y medio después de la despedida barcelonesa el vestido de José Tomás se puede visitar en el Museo del Traje de Madrid. «Es un lugar impresionante. Hay obras de referencia para todos los modistos y hay algún vestido de torear, pero ninguno que tenga esa historia viva. Ese era el reto. No tenía precio, ese vestido tenía que quedar para generaciones venideras», dice Antonio. Y ahí está. Historia viva de lo que ocurrió aquella tarde.
Un vestido despedazado por el pueblo en la salida a hombros. Sólo el mismo artista podía devolverle la integridad ya a vista de todos. José Tomás y su terno de despedida, «tristeza envuelto en esperanza». Alta costura española.
Templo: La sastrería de toreros
La sastrería de Fermín lleva abierta 55 años en el mismo corazón de Madrid, en la calle Aduana. Por allí pasan gran parte de las figuras del toreo para encargarse sus vestidos para la temporada: Manzanares, El Juli, José Tomás... O Juan Bautista como vemos en la imagen junto a Antonio López probándole un vestido. La sastrería es un templo del trabajo a mano, minucioso, que combina la tradición con la calidad, con la belleza, el brillo... Y todo para vestir «a un dios que es del pueblo», dice el sastre. Impresiona adentrarse, descubrir las veteranas manos de las bordadoras. Horas y más horas cosiendo el oro, buscando la forma precisa en busca de la estética: «La belleza es el equilibrio que lleva a la grandeza, cuando logras la armonía de las formas y consigues plasmarlas», apunta Antonio López.
En esta casa se venden muletas, capotes, monteras... Todo lo que un torero necesita para librar la batalla del tiempo y adentrarse en la profundidad de una plaza de toros. Ahí todavía la tradición está marcada por el rito, aunque tampoco escapa a las modas: «Cuando una figura triunfa con fuerza a principio de temporada con un vestido determinado es como si lo pusiera de moda, como un caramelo que todos quieren probar», cuenta Antonio. Pero los vestidos, que se suelen encargar con tres o cuatro meses de antelación y necesitan de al menos tres pruebas, viven en constante relación con la buena o la mala suerte. «Luis Miguel Dominguín contaba la anécdota de un vestido nazareno que tuvo y con el que además de cogerle le salieron las cosas mal; volvió a darle otra oportunidad más e incluso una tercera y en todas esas tardes le cogieron los toros. Y al final, después de intentar quitarse el mal fario, decidió que habiendo más colores no era necesario probar de nuevo con aquel nazareno».
Hay mucha leyenda sobre los colores del vestido de torear, pero también en el bordado elegido. Ahí te juegas el resultado final: «Los dibujos no los puede diseñar cualquiera, porque son estáticos y nosotros buscamos algo que se mueva. Hay que darle vida, forma al movimiento», concluye el sastre. Visitar Fermín supone adentrarse un poquito en la fascinante vida de la Fiesta. «Ir bien vestido es el preámbulo, luego hay que llenarlo de contenido». Y eso ocurre en un ruedo y a una hora.
La creación de la obra, paso a paso, en larazon.es
El vestido que lució José Tomás en la última tarde de Barcelona antes del cierre en septiembre de 2011 descansa ya, a vista de todos, en el Museo del Traje de Madrid. José Tomás participó en el proceso desde meses antes en la elección del color del vestido, el bordado, todos los detalles... Después lo donó a la sastrería Fermín, que se ha encargado de reconstruirlo y devolverle la forma. El diestro de Galapagar volvió para ver los resultados y así se puede observar en un precioso vídeo cedido por Antonio López a larazon.es.
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