La Habana
La Reina felicitará las fiestas con un burro
No siempre los empeños loables acaban por fructificar y sólo el tiempo dirá si la iniciativa de producir un gran musical «a la española» con dinero árabe acabará por conseguirlo. El estreno de «El último jinete», que presidió la Reina Sofía antes de marcharse a Londres –ya ha dejado preparado el «chrismast» real con un burro en blanco y negro–, contó con la presencia del ex presidente Zapatero, a quien nadie recuerda haber visto en un teatro ni para escuchar los coros de su esposa Sonsoles. Fue una «premier» por todo lo alto en la que brillaron la ya recuperada Concha Campoy, guapa como pocas veces se la ha visto, y Nati Mistral. Recordaban a esta última como la primera que montó aquí un musical de Broadway: «El hombre de La Mancha», con Luis Sagi-Vela. Y es que la Dulcinea de Mistral no ha tenido hasta la fecha parangón, a pesar de que veinticinco años después Paloma San Basilio intentó repetir la odisea con Pepe Sacristán.
Todo se prestó a evocaciones en la noche de los jinetes: Pedro Olea lamentaba el retraso de su serie televisiva sobre la muerte del general Mola. «Ha trastocado mis planes», comentó ante un estiradísimo Albert Hamond, autor de la música de la obra y quien no cesó de elogiar su propia partitura frente a una Massiel superabrigada con un visón «made in» Miguel Marinero. La cantante comentó que su ahijada Inés se ha afincado en Delhi por amor, algo digno de lo pergeñado por Ray Loriga, el libretista de este multimillonario empeño en el que lo mejor es la escenografía de Morgan Large. Menos entusiasmo causaron los bailes de Karen Bruce, coreógrafa del espectáculo, y el desconcierto corrió a cargo de Ivonne Blake, la encargada de vestuario, que decidió suplantar las jorobas de los dromedarios por sujetadores. Bendita fantasía que consiguió arrancar en el público un ¡oh! detrás de otro. Andrés Vicente Gómez, su productor, dio la cara tras el fiasco de su film «Manolete», en el que Adrian Brody borda al mítico cordobés. Recibió todo tipo de felicitaciones ante la plana mayor de la diplomacia árabe. «El último jinete», con su espectacularidad, puede ser lo que «El cascanueces» ha supuesto para el ballet, una tradición navideña que mejora con el tiempo. Bien lo sabe el director Ricardo Cué, recién llegado de La Habana, «donde están aterrorizados con la salud de Hugo Chávez porque, si se muere, dejarán de tener petróleo», me confesó. Buen empeño, en general. «El último jinete» es digno de «Las mil y una noches».
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