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Mónica García: lexatin, hipocondría y lágrimas caviar

En su autobiografía, «Política sin anestesia», la diputada de Más Madrid ahonda en su pasado y explica en un tono más bien pesimista cómo han sido estos años desde que se dedica a la política

Entrevista a la portavoz de la Asamblea de Madrid y líder de la oposición de Más Madrid, Mónica García Gómez.
Entrevista a la portavoz de la Asamblea de Madrid y líder de la oposición de Más Madrid, Mónica García Gómez.Jesús G. FeriaLa Razon

A llorar a la calle de la llorería. Razón tenía Isabel Díaz Ayuso al advertirle a Mónica Garcíaen la Asamblea de Madrid que «a la política se viene llorado de casa». Ahora son lágrimas de tinta sobre un libro que la diputada de Más Madrid ha titulado «Política sin anestesia», una biografía escrita en primera persona en la que descarga esas penitas que la presidenta debió de adivinar en ella cuando le dijo aquello de la cara mustia.

En sus páginas se presenta como una política insegura, nerviosa, ansiosa y representando a esa España enganchada al lexatin que toma ansiolíticos como quien se zampa un puñado de gominolas. «A ver si después de ser hija de dos psiquiatras no voy a ser capaz de buscarme la vida psíquica para sobrevivir a mí misma», escribe al final del libro. Si asumir que debía enfrentarse a la campaña electoral de 2021 ya le costó un par de pastillas y varias carreras de desahogo por el Retiro, la invitación de Pablo Iglesias a concurrir juntos a las urnas le produjo auténtica taquicardia. Se declara pasional, pero, a juzgar por el tono de su escritura, entiende por pasión un sentimiento vehemente que perturba la razón, tanto que hasta las trifulcas con Ayuso le provocan lagunas amnésicas.

Como médico, García hilvana en sus anécdotas medicina y política. Siempre saca a relucir la pasión, pero por el cariz que toman los acontecimientos, la política le hace revivir más bien la pasión evangélica, con los sufrimientos de Cristo, la traición de Judas, la negación de Pedro o la soledad en el Huerto de los Olivos. Quizás por su profesión o lo que ha mamado de sus padres psiquiatras, su vida parece un trastorno psicosomático crónico que se manifiesta con estrés, tensión, ansiedad y necesidad urgente de abrir el envase de lexatines. Por si quedase alguna duda, cuenta que, cuando alguien le mira por la calle, piensa si «será un hater o un lover».

De los porros y las políticas de la izquierda
De los porros y las políticas de la izquierdaRodrigoAgencia EFE

Si hay un hilo conductor en «Política sin anestesia» es el pesimismo. «La Asamblea de Madrid –escribe– es una cámara de tercera regional en lo que al arte de la política se refiere, donde los exabruptos, las falacias, las mentiras y la falta de escrúpulos puntúan doble para el partido que lleva gobernando desde los noventa». El resentimiento se expande a los compañeros con los que echó sus primeros dientes en política: «Durante el tiempo que fui diputada de Podemos también viví en mis carnes una buena dosis de cultura política interna insalubre que culminó con la centrifugación de talentos». A pesar de todo, el desamor y el consiguiente divorcio con Iglesias, después de cuatro años, fue doloroso.

No será que no le advirtieron que se metía en un valle de lágrimas. Primero fue un taxista, que le avisó que harían con ella picadillo, y luego un paisano con el que se encontró en la barra del bar: «Vaya trabajo chungo que te has buscado, ¿no?». Avisada estaba aquella jornada electoral de 2019, cuando Manuela Carmena perdió la alcaldía. Esa noche, «lloré amargamente». Reconoce que llegó a la Asamblea, en 2015, con la inseguridad sobre los hombros y presa del síndrome de la impostora. No se veía preparada, pero tampoco estaba dispuesta a que su destino «lo escribieran ni sinvergüenzas ni gente sin escrúpulos». Según cuenta, de la noche a la mañana pasó de ser «una vulgar anestesista a una ilustrísima diputada». Puede que se lo crea, pero en el manejo de los canutazos, ese fulminante aquí te pillo, aquí te grabo de los periodistas, aún se reconoce algo verde. Lo llama el síndrome del canutazo: «Intentas expresarte como Lázaro Carreter y acabas haciéndolo como Mariano Ozores».

Monica Garcia visita la Pradera de San Isidro
Monica Garcia visita la Pradera de San IsidroDavid JarLa Razon

Maternidad e izquierda

Madrileña, médica, mujer y madre. Fueron sus cuatro emes para darse a conocer en la campaña electoral de 2021 y, por eso, la maternidad ocupa un espacio importante en su libro. Con esa frescura con que la izquierda tiende a apropiarse de la cultura, la agenda feminista u otras causas, García hace lo propio con la maternidad: «Creo que lo maternal tiene que ver con los valores atribuidos a la izquierda, y lo siento por la apropiación». Enseguida reaparece la retórica derrotista. «Nada más tener a mi primer hijo –dice–, se me hizo muy difícil trabajar con niños en el hospital».

Dedica varias líneas a sus primeros años de vida, al abuelo escritor bohemio, a las abuelas, una actriz y otra modista, y a esa Mónica que se metió a médica, «una empollona en chándal». Angelita, la mujer que la cuidó, todavía no se acostumbra a verla bien vestida, «debe parecerle incompatible e impostado a partes iguales». En la narrativa se desprende ese encanto del burgués apacible que la acerca a la izquierda caviar, aunque le moleste. Protesta porque le parece rancio hasta en el alimento. Tendrá que entender que sus lágrimas recuerdan a la atribulada escritora Françoise Sagan que prefería llorar en un Jaguar que en un autobús. Después de 260 páginas, la conclusión es que, como indicó Giulio Andreotti, no desgasta el poder, sino no tenerlo.