Sevilla
Estreno ruidoso bajo las «setas»
Casi cuatro décadas después del derribo del edificio original y de su traslado a una instalación mal llamada provisional, los comerciantes del mercado de la Encarnación –o más bien sus hijos, nietos e incluso biznietos– concluyeron ayer su «destierro» ocupando sus nuevos puestos bajo las «setas» del Metropol Parasol.
El alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, consiguió presidir una inauguración festiva y ruidosa en el interior y también en el exterior de la «futurista» plaza de abastos, donde fue sonoramente abucheado por centenares de personas.
Fuera del complejo diseñado por el arquitecto alemán Jürgen Mayer increparon a Monteseirín los más diversos colectivos descontentos con su gestión y sus «políticas de despilfarro», materializadas en un proyecto cuyo coste roza ya los 90 millones de euros –casi un 57 por ciento más del presupuesto inicial–.
Dentro del Metropol Parasol, los abucheos resultaron convenientemente amortiguados por la sonora «batukada» de un grupo de percusión que amenizó el recorrido triunfal del alcalde por los 40 puestos del nuevo mercado, para felicitar a sus actuales ocupantes y agradecerles «su confianza en nosotros después de 37 años de frustraciones y desengaños».
Monteseirín celebró que la inauguración de la plaza de abastos es «muy importante» para los comerciantes «y también para la ciudad», ya que el Metropol Parasol se convierte en otro «atractivo turístico» que hace «compatibles la tradición y la modernidad». Una vez más, garantizó que el complejo seguirá entrando en servicio «por fases», con la apertura «de las plazas en distintos niveles para el disfrute de los ciudadanos» hasta culminar con el Antiquarium «a finales de marzo» próximo. La concesionaria de la construcción y explotación del proyecto, Sacyr, todavía no confirma este estreno «progresivo».
Hasta entonces, el paisaje que los placeros de la Encarnación divisan a través de las cristaleras que encierran el mercado seguirá siendo un bosque de andamios. Pendientes de solventar las «cuatro o cinco cosas que faltan» para adaptarse a las «islas cuádruples» donde se distribuyen los puestos, el sentimiento inevitable ayer era de «emoción» compartida y «difícil de explicar» para Alfredo Álvarez, presidente de la cooperativa de comerciantes durante los últimos 16 años.
«Después de 53 años trabajando y de 10 jubilado, ahora otros disfrutan» de un mercado que no abrirá por la tarde. «Si el público lo necesita y se plantea, debe hacerse en condiciones y con todos los servicios», advirtió.
A placeros como Andrés Gaviño –cuarta generación de la Encarnación– les preocupa más ahora adaptar «las líneas rectas de las cajas de fruta a las formas curvas de los puestos», o que el «blindaje» del centro perjudique a las ventas porque «la gente sale cargada de compras y si no pueden llegar en coche, no vendrán».
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