Afganistán
Cristianos perseguidos
En algunos países profesar la fe cristiana, tanto en el ámbito privado como en el público, es una actividad de alto riesgo, ya que quienes la practican corren el riesgo de ser asesinados impunemente. El pasado domingo, en Bagdad, Al Qaida perpetró un ataque contra la Iglesia Católica Siria que se saldó con el trágico balance de 52 muertos, entre ellos 45 rehenes. No es la primera vez que los cristianos sufren la ira de los islamistas radicales en Irak. Desde que empezó la guerra en ese país más de doscientos cristianos han muerto en episodios violentos en cientos de ataques. La persecución alcanza tal grado de virulencia que el éxodo es continuo. El Papa, como ha hecho en numerosas ocasiones, condenó el ataque con unas palabras que no pueden ser más certeras: «Una absurda violencia que ha acabado con la vida de gente indefensa». Efectivamente, es una absurda violencia que, por desgracia, se está extendiendo por todo el mundo hasta convertirse en un conflicto no declarado y global. En el informe sobre libertad religiosa publicado por la Comisión de Conferencias Episcopales Europeas (COMECE) se denuncia que al menos cien millones de cristianos son perseguidos en el mundo. El pasado mes de marzo, los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos se saldó con una matanza en Nigeria, hecho que anteriormente sucedió en Pakistán y Afganistán. En China los católicos son encarcelados y, en ocasiones, ejecutados, al igual que ocurre en Corea del Norte. También son reprimidos en otros puntos del globo como Arabia Saudí, Sudán y Yemen por citar algunos ejemplos.
Es difícil atajar estas masacres por la complejidad del contexto político, social y religioso en el que suceden. Los asesinatos de cristianos se perpetran en países con un gravísimo déficit de democracia y un desprecio absoluto a los derechos humanos y a la libertad religiosa. Los cristianos también se encuentran desamparados en estados donde una confesión mayoritaria intenta doblegar al resto, como sucede en los países musulmanes, o en países donde el derecho a ser católico está legalmente reconocido pero su ejercicio es obstaculizado por el Estado.
La gravedad de la situación exige por parte de la comunidad internacional un pronunciamiento firme e inequívoco que, hasta el momento, no se ha producido con la excepción del Vaticano. Resulta difícilmente comprensible que la publicación de unas viñetas de Mahoma provoquen encontronazos diplomáticos entre Occidente y los países musulmanes y que la matanza de cristianos sólo sea respondida con un silencio indiferente, como si éstos estuviesen estigmatizados. Cada vez se hace más palpable que vivimos en un mundo donde la intolerancia religiosa está acorralando a los fieles hasta llevarles al ostracismo, algo que afortunadamente no sucede, no por el amparo que puedan obtener de los poderes públicos que deben velar por su seguridad, sino por actitudes individuales de una integridad y coherencia vital y espiritual encomiable. Cabe recordar que la Iglesia propone la verdad de Cristo, no la impone. Sería deseable que ese ejercicio de libertad que propone la Iglesia fuese correspondido por los que ahora intentan cercenarla.
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