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Pepino para todos por María José Navarro

En mi familia, a la que Dios guarde muchos años en su café, hemos sido muy de pepino. Sobre todo las mujeres: feas, apañadas, con mucha cadera e insoportablemente superdotadas de barriga.

La consejera andaluza, Clara Aguilera, el pasado lunes
La consejera andaluza, Clara Aguilera, el pasado luneslarazon

Imagino ya a los humoristas de guardia haciendo chistecitos sobre la frase de la cucurbitácea, pero lo peor es que también ha sido objeto de alguna columnilla. La foto de la consejera de Agricultura de Andalucía ha dado la vuelta al mundo. María Dolores de Cospedal y los suyos han degustado un trocito decente, pelado y asequible, y nadie ha hecho gracietas, ay, pero a la consejera le han dicho de todo, sin recordar que Miguel Arias Cañete se pegó la ruta del jamón y que Celia Villalobos estuvo de caldos y ofendieron las chanzas. El humor de «Los albóndigas en remojo» no muere, chicas, está como incorrupto, en su salsa, fresco como el hígado en un papel de estraza. Bien, a lo que vamos. Que, en mi familia, siempre fuimos muy de pepino, sobre todo las mujeres amas de casa de la prole, porque proporcionaba un elemento de entretenimiento y alegría a nuestras ensaladas. Nuestras ensaladas de entonces no son como las de ahora: no existía ni la rúcula (porque entonces era una mala hierba y ahora no hay restaurante que se precie que no la añada a su carta so pena de quedar como tradicional) ni la hoja de roble, ni el radichio rosso, ni el tomate cherry, que entonces (sí, otra vez escribo entonces) se tiraría a la basura por mierda.

Este tomate es un mierda, oiga, no me aguanta una ventresca, y si me la aguanta, hay que añadirle rúcula. El tomate cherry, verdaderamente, es un quiero y no puedo. No se puede decir lo mismo del Kumato, cuyo nombre «osoto gari» te deja ya sacando la bandera blanca. Estos días estoy comprando pepinos para poder compensar la pérdida de nuestros agricultores y recuerdo que en mi casa mi padre cortaba el pepino cuando estaba muy frío y me ponía una punta sobre la frente y se mantenía, allí, como disecada, un buen rato. Mi padre siempre decía que había que comerlo con piel para que no repitiera, pero en mi familia materna siempre hemos defendido la comida pesada, la gastroenteritis y la acidez, así que pelábamos el pepino, oigan. Ahora nos enteramos de que todo el daño causado a nuestro producto no venía a cuento. No eran los pepinos. Y en todo caso, bastaba con lavar los pepinos sin imitar el modelo alemán. Porque Alemania puede que sea la locomotora de Europa pero tiene delito. A los pepinos hay que darles un agua y hay que dejarlos que repitan. Y punto. Como a la sentada de Sol y otras similares. Hay que darles un agua, y esperar. Todo lo que tiene vida desaparece para poder seguir viviendo. Chicos, a casa. Higiene pura.